La que explica a IPS este "descubrimiento", como ella lo llama, es Ofelia Retamoso, vecina de Rosario, esta ciudad argentina situada a 320 kilómetros al noroeste de Buenos Aires que se integró al programa latinoamericano "Ciudades sin violencia para las mujeres. Ciudades seguras para todos y todas". Mujeres como Retamoso consideran violencia de género las agresiones (muchas veces sexuales) que se dan en espacios públicos, como plazas, paradas de ómnibus, calles, transporte, hospitales, escuelas y lugares de ocio.
El temor a estas agresiones, inculcado desde niñas, las priva de circular libremente a cualquier hora y en cualquier sitio, obstaculiza su potencial de desarrollo personal, en el estudio, el trabajo o la recreación, y las aísla. Las mujeres del proyecto, aliadas con los gobiernos locales, desarrollan acciones para revertir ese estado de cosas, asegurar el acceso igualitario a los espacios públicos, y participar en el diseño y la construcción de ciudades más seguras para todos.
El programa es impulsado por Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y lo coordina la Red Mujer y Hábitat en América Latina (Redmujer), cuya sede central está en Argentina. "Su objetivo es fortalecer una ciudadanía activa de las mujeres en el ejercicio de sus derechos, a fin de reducir la violencia pública y privada que se ejerce contra ellas en las ciudades", dijo a IPS la arquitecta Liliana Rainero, coordinadora de Redmujer.
El proyecto se desarrolla además de en esta ciudad argentina, la tercera del país en población, en la ciudad brasileña de Recife y en la capital y otras ciudades de Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala y Perú. "Partimos de un diagnóstico que muestra que las políticas de seguridad ciudadana en América Latina no contemplan la violencia contra las mujeres, porque no es visualizada por los gobiernos ni por la sociedad civil", remarcó. El programa tiene varias líneas estratégicas, dijo.
La primera es la producción de conocimiento sobre la violencia de género en las ciudades como una prolongación de la violencia contra las mujeres en el ámbito privado. Pero también se trabaja para sensibilizar y capacitar a mujeres, jóvenes y agentes públicos en estos temas, y se desarrollan estrategias territoriales de intervención para lograr cambios concretos en el diseño de las ciudades.
A partir del debate con expertas y organizaciones de mujeres en los distintos países, se buscó generar la idea de que "el espacio público puede promover u obstaculizar la convivencia ciudadana de unos y otras", señaló Rainero. "La planificación no debe ser patrimonio de expertos", advirtió la arquitecta. Hace falta que las mujeres de base manifiesten cuáles son sus temores y necesidades para poder "apropiarse" del espacio público y sostener los cambios, señaló.
En Rosario, Retamoso, de la Red Lazos de Mujeres por Nuestros Derechos, contó que en su barrio, las plazas eran dominio de jóvenes consumidores de drogas ilícitas, y las mujeres evitaban frecuentarlas. Con el apoyo del gobierno municipal, las plazas fueron recuperadas. Se cambió el diseño y se instalaron juegos infantiles cercanos a mesas y asientos, arcos de fútbol y una mejor iluminación. "Lo lindo fue que pintamos murales y lo hicimos entre todos, nosotras, los vecinos que perdieron el miedo, y los chicos (los jóvenes) que también participaron", sintetizó Retamoso. El programa se desarrolla también en el populoso distrito de Suba, en Bogotá, con un alto índice de violencia de género. Allí se trabajó con grupos de mujeres que recomendaron cerrar los lotes (parcelas sin edificar) e iluminar espacios y paradas de buses. "Ni en casa, ni en la calle", fue uno de los lemas con los que trabajaron durante la campaña urbana de denuncia de la violencia ciudadana contra las mujeres. Una de las iniciativas más efectivas fue el que se realizó en el transporte vial.
Numerosas mujeres denunciaban que eran molestadas en el Transmilenio, el moderno sistema de transporte público bogotano, donde muchos hombres aprovechan la aglomeración en los buses y paradas para rozamientos, tocamientos, pellizcos y otros abusos. "No queremos ese apoyo", fue el lema de la campaña impulsada por las usuarias. En los carteles desplegados en paradas y buses, destacaban las siluetas de dos pasajeros de pie en una unidad, en que él aproxima la parte de sus genitales hasta casi tocar la mujer.
La imagen está dentro de un círculo de señal de tráfico, cruzado por la línea roja de prohibido. También apelaron a actrices y actores que dramatizaron escenas de violencia dentro de los buses, para concienciar a los usuarios sobre las agresiones producidas allí mismo. En Chile, el programa se realiza en 200 barrios de distintas ciudades y la organización coordinadora local firmó un convenio con el Ministerio de Vivienda para respaldarlo.
Ese acuerdo permitió incorporar desde 2008 la perspectiva de género en el programa de mejoramiento de las viviendas, impulsado por la hasta marzo presidenta Michelle Bachelet (2006-2010) y denominado "Quiero mi barrio". Además de las ciudades de los siete países integrados al programa, hay otras urbes que desarrollan proyectos "inspirados en él", subrayó Rainero. Es el caso de una iniciativa contra la violencia machista en el transporte de Ciudad de México, promovida por el gubernamental Instituto de la Mujer de ese país. "Es una experiencia muy rica y no sólo tomaron nuestra propuesta sino que nosotros aprendimos de ellos", destacó. También hay otras ciudades del Mercado Común del Sur (Mercosur, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), que están incorporando el tema a través de la Red de Mercociudades. "Antes, la perspectiva de género se incluía en temas de salud, educación o en la violencia de puertas adentro, ahora en cambio se está abriendo también al derecho de las mujeres al acceso seguro a la ciudad y sus servicios", sintetizó Rainero.
Por Marcela Valente
Fuente: IPS