Los lectores sabemos hasta qué punto se vive y se revive con un libro en las manos. Somos un poco de Londres, París, Buenos Aires, Nueva York o Lima porque muchas veces hemos recorrido sus calles, entrado en sus casas y respirado su luz.
Barcelona está entre las ciudades que más he vivido. La siento mía porque en ella he pasado la infancia, he quemado en noches de copas y amor la juventud, he librado batallas políticas y he aprendido la complicidad con las realidades cotidianas de una persona madura que firma su relación pacífica con la existencia y se esfuerza por encontrar una verdad modesta, es decir, un lugar desde donde amar las cosas.
He sido niño y adolescente con Juan Marsé en la barriada de La Salud, respirando la cercanía del Guinardó y del Carmelo. Conozco por dentro una geografía humana y un tiempo de posguerra en el que los niños se reunían para imaginar las ciudades lejanas, sacar partido a las historias del cine y sentir curiosidad, respeto o miedo por personajes extraños que llegaban del ayer envueltos por el humo del tabaco y del misterio político. Estábamos en el culo del mundo. La imaginación es una forma de resistencia en épocas difíciles. Que la imaginación rica sea una respuesta pobre no significa que sea una mala respuesta.
Como los niños del barrio de Marsé, como sus padres, yo he vivido la ciudad bombardeada durante la Guerra Civil, el luto que poco a poco fue invadiendo la alegría republicana. Los hijos muertos de Ana María Matute me convirtieron en habitante de un mundo condenado a la mezquindad y a la supervivencia.
Poco a poco me hice partidario de la felicidad. Josep María Cuenca tituló Mientras llega la felicidad (Anagrama 2015) su biografía de Marsé. Mientras llegaba la felicidad, junto a Juan y Jaime Gil de Biedma, habité un sótano más negro que sus reputaciones y pasé muchas noches en pensiones de las Ramblas, junto a un cuerpo amigo, en espera del amanecer:
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después del amanecer.
También discutí de política y de literatura con Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, José María Castellet y Manolo Vázquez Montalbán. Ahora mantengo el hilo de la conversación con Jordi Gracia. Los años han pasado y vivimos las consecuencias que Manolo Vázquez advirtió a través de la mirada de Carvalho, cuando las hormigoneras, las grúas y los sobornos mataban a los delanteros centros y la especulación urbanística sustituía las tentaciones de los prostíbulos por el cuerpo de la ciudad.
También me he levantado en Sant Just Desvern para llevar a mi hija al colegio. Mientras ella saca lentamente las muletas del coche, la prisa de las calles toca el claxon. Como Joan Margarit, busco los ojos en el retrovisor y encuentro la poesía:
Elegí en su lugar la seducción
de la ternura iluminando el hueco
que la razón dejó en tu cara.
Cuando me miro en el retrovisor
veo unos ojos que no he visto nunca,
pues brilla en ellos el amor que dejan
tantas miradas, y la luz, y la sombra
de lo que he visto y la paz que trae
tu lentitud, que está dentro de mí.
Joan escribió Mar de invierno en un hotel de Sitges llamado Terramar. Yo inicié las historias de amor de Completamente viernes en otro hotel de Sitges. No es casual que al caminar entonces por Sitges y por Barcelona sintiese una relación de extrañeza y cercanía, muy parecida a la que se siente cuando comienza un amor. Es la misma relación que se tiene al recorrer las ciudades que uno ha habitado en los libros. La novedad no impide abandonarse a una plenitud de cercanía, a un deseo que parece llegar del pasado, un estar con nosotros, de pronto y ahora, que es de toda la vida:
PASEAR CONTIGO
Con una lentitud
de luces y de vientos que nunca conocí,
han crecido las plátanos
y las casa antiguas de estas calles.
Detrás de sus balcones se vivieron
fiestas que no eran mías,
guerras que no sufrí,
ambiciones que no me dominaron,
muertes que no he sentido.
Cruza la gente y habla
en un hermoso idioma que me cuesta
trabajo comprender.
Y sin embargo
esta ciudad es mía,
pertenece a mi vida como un puerto a sus barcos.
sin duda es la memoria
de algunos novelistas y un poeta.
Y sin duda, también, es la importancia
de pasear contigo,
de tu mano en mi mano, de nuevo adolescente,
tu cabeza en mi hombro,
tu silencio en el mío.
Así son las cosas de las ciudades. No sé si son cosas naturales, sencillas, fáciles o difíciles. De cualquier forma son cosas leídas.
Luis García Montero
Barcelona habitada
Revista Enye, Verano 2016
Foto: Xavier Miserachs
Via Laietana, 1962
Portada de Dietario de Posguerra, 2006