Los animes o dibujos animados nipones son blanco de críticas por su carga sexy y violenta. No soy experto en la materia para decir lo contrario, pero sí pienso rotundamente que quienes afirman con nostalgia que las “comiquitas de antes” eran la pulpa del candor, están equivocados.
Popeye, por ejemplo, fue el colmo de la doble moral, un fumador compulsivo que ni para masticar la nutritiva espinaca (su droga natural) se sacaba la pipa de la boca, Tom y Jerry son la expresión máxima de la violencia domestica, resulta curioso como a veces se hacían amigos y otras veces enemigos.
La continua represión ejercida por el agente Matute contra Don Gato y sus pandilla era una muestra indignante de brutalidad policíaca, mientras la obsesión de la Gata Loca por Ignacio reflejó la suma de los síntomas del acoso sexual moderno.
Para nadie es un secreto que Candy tenía muchos pretendientes por su aparente carisma, belleza e inocencia, los volvía locos a todos, ofrecía y prometía sexo solapado sin dar nada y se aprovechaba de esto. La serie fue dirigida a adolescentes, especialmente las hembras, porque Candy a tan corta edad era la "novia de todos".
Y no hablemos de la dualidad sexual de Batman y Robin o Mandrake y Lotario, para no adentrarnos en la psicopatología...