«EL TIEMPO NO ES INFINITO», DICE EL PROFETA
Eric Marette: Retrato de anciano.
Se había dejado la barba y, aunque había envejecido bastante, lo reconocí. Iba repantigado en el asiento del bus destinado a caballeros mutilados, aunque me parece que falseaba su cojera y acentuaba el bamboleo hasta extremos casi circenses. Se bajó en la parada del Arqueológico y, sin pensarlo, fui tras él y, tras algunas dudas y otras contemplaciones, lo abordé antes de que llegara a las naos de Colón. No me hizo caso porque justo entonces ya había sacado un megáfono del bolsón que colgaba de su hombro y en un abrir y cerrar de ojos estaba iniciando su perorata. Sobre poco más o menos, esto fue lo que dijo: «Gentecillas, transeúntes, público en general: buenos días, buenas tardes, nuevas noches. Estamos como siempre: a verlas venir. Y es el caso, bien se ve, que por todas partes nos rodean las frases hechas, los tópicos, los lugares comunes; el peso, dicen, de la tradición, aunque sabemos que es más bien la carga insoportable de una traición, un tributo a la vagancia y la pobreza de espíritu; o, si queréis, un pacto con la inercia para no caer en ningún tipo de locura más allá de la habitual… Que levante la mano quien no hubiera suscrito esto en caso de necesidad. Ya veo que se duda, que se entrecruzan las miradas, que tal vez se rebobine o se lea de nuevo (sé bien que esto, tarde o temprano se hará viral, vírico ya lo es), incluso puede que no se entienda bien o que se abra paso la sospecha del fraude, si es que el interés no ha decrecido hasta el abandono. Pero alguna vez tendremos que decirnos la verdad sobre todas estas cosas. Que el tiempo no es infinito, colegas. De hecho hay claros síntomas de que está llegando a su final. Que por algo me llaman Nostra Ramus. ¡Nos ha jodío!…» Ni que decir tiene que se me quitaron las ganas de decirle nada. Aunque tampoco sabría qué.