Las cosas NO pasan por una razón

Por Daniel_galarza
"No teman nada señores, tendremos siempre pasiones y prejuicios, ya que nuestro destino es el de estar sometidos a los prejuicios y a las pasiones; por supuesto sabremos que no depende de nosotros el tener mucho mérito y un gran talento como tampoco tener los cabellos bien colocados y la mano hábil; estaremos convencidos que no hay que vanagloriarse de nada, y sin embargo, siempre seremos vanidosos.
Tengo necesariamente la pasión de escribir esto, y tú la de condenarme; somos los dos iguales de necios, los dos juguetes del destino. Tu naturaleza es la de hacer daño, la mía la de amar la verdad y la de publicarla a pesar tuyo." Voltaire.

"He notado que aun la gente que dice que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, mira antes de cruzar la calle." Stephen Hawking.

Hace poco más de un año me dirigía en camión a mi casa por la noche, después del trabajo. Cuando estaba a unos 10 minutos de llegar, pasando justo por un puente, una persona, a quien considero (hoy por hoy) la más importante en mi vida, me llamó preguntándome dónde me encontraba. Cuando le dije que estaba cruzando el puente que le describí, con un grito de alegría me pidió que me bajara en la siguiente estación (parada) del camión, pues ella estaba ahí. Yo me quedé congelado porque, para empezar, justo iba pensando en ella; estaba pensando en marcarle y, claro, tenía ganas de verla. Cuando nos encontramos, ella venía de una reunión con algunos amigos (según recuerdo), y estaba esperando el camión que la llevaría a su casa. Pero el camión ya no pasó. Nos tuvimos que ir en un camión distinto que nos dejó a unos 30 minutos de distancia de su hogar.
Entre lo que me comentó en el camino fue que, el que justo se le ocurriera marcarme cuando estaba pasando por donde ella estaba era una prueba de que las cosas "pasan por una razón". En el momento, en efecto, es muy tentador (y desde luego, se siente muy bien) pensar que realmente hay "algo" que hizo que nos encontráramos, y qué mejor que el estar destinados a encontrarnos. Como esta anécdota mía, millones de personas han contado similares a lo largo de toda la historia de la humanidad, en prácticamente todas las culturas. Predestinación, destino, finalidad, causa última, la fuerza, karma, energía, ley de la atracción... En distintos tiempos les hemos puesto distintos nombres a este tipo de coincidencias que nos parecen más que eso, coincidencias. No solo es una creencia resultado de eventos muy improbables que ocurren, sino también es producto del deseo del ser humano por hallar un sentido último o trascendente. Nuestras acciones no solo son azarosas, sino que también cuentan... eso es lo que queremos creer, y es muy fácil caer en ello, lo confieso.
Pero, ¿realmente hay algo especial en la especie humana que hace que el universo "conspire" a nuestro favor? ¿Alguna entidad o alguna clase de fuerza en el cosmos que guíe nuestras acciones hacia algo mejor? Aunque es de esas cosas de las que me encantaría que fueran reales (junto al chupacabras y los ovnis), lamentablemente no existe razón alguna para creer en el destino. No, ni siquiera una experiencia personal, tan cálida y que recuerdo con tanto cariño, sirve para demostrar la existencia de esa extraña fuerza que algunos llaman destino.

La filosofía tras el destino

La idea de que todo en el universo pasa por una razón no es nueva. En la mitología griega, incluso dioses y semidioses estaban condenados a cumplir los caprichos del destino. Los filósofos antiguos también se ocuparon de razonar que no existe el azar. Para Aristóteles, por ejemplo, todo en el cosmos tiene una causa final o teleológica, es decir, una razón por la que el movimiento existe, y este existe con el fin de que las cosas lleguen a su lugar natural. Aristóteles no planteaba que las causas finales se debieran a la elección consciente de algún ser sobrenatural ni que las cosas tuvieran consciencia, pero sí presuponía que un estado de cosas futuro sería lo que determine el modo en que se desarrollan los estados de cosas presentes. John Losee, en su Introducción histórica a la filosofía de la ciencia, nos da un ejemplo con una bellota, la cual se desarrolla hasta convertirse en un árbol.  Si la bellota se desarrolló de este modo fue porque debe llevar a cabo su fin natural como roble. Del mismo modo, una piedra cae porque debe conseguir su fin natural, un estado de reposo lo más cerca posible del centro de la Tierra, y el fuego se eleva con el fin de alcanzar su lugar natural, en una "concha esférica" justamente dentro de la órbita de la Luna.
Con el ser humano la lógica es la misma. Existen ciertos hombres que nacieron con el fin de servir, mientras otros existen porque deben gobernar a otros. Claro está que esta es una ingeniosa justificación del sistema esclavista en el que Aristóteles se sentía muy cómodo. Los esclavos, hombres fornidos que resistían el trabajo pesado, lo hacían, decía su amo, porque ese era su fin, mientras que personas bien acomodadas tenían por fin el desarrollar la cultura o gobernar a la ciudad. Y claro, no hay forma de contradecir dicha teleología ya que es parte misma de la ley natural. Los aristotélicos medievales, como Tomás de Aquino, continuaron con estas creencias de la causalidad, aderezándolas con algo de creencias religiosas propias de la época. Como es posible apreciar, el concepto de destino era casi indistinguible del de causa. Aunque el primero siempre ha tenido una carga supersticiosa-religiosa, mientras que el segundo ha sido uno de los conceptos claves de la historia de las ideas,  no era tan difícil intercambiarlos. Y dados los eventos que tenían lugar en una época, era obvio que todo estaba predestinado a ser como era.
En el siglo XVIII los empiristas comenzaron a poner en tela de juicio la noción de causa, y con ella, la creencia de que las cosas suceden siempre por una razón. El máximo exponente de esta crítica, David Hume, analizó el por qué las personas creen en la causalidad. Hume se dio cuenta que los seres humanos relacionamos una serie de eventos ordenados en el tiempo. Si ocurre un evento A justo antes de ocurrir B, suponemos que existe una conexión entre ambos eventos, y que fue A quien causó B. Pero tal conexión causal está en la mente de quien conecta tales eventos, no en la naturaleza. De acuerdo a Hume, no existe razón suficiente alguna que nos muestre que tales conexiones ocurren. Todo lo que ocurre, de acuerdo a nuestra percepción, son dos eventos. Nuestra mente se ocupa de encontrar orden en dichos eventos y relacionarlos de modo causal. Esta tesis causó un enorme revuelo en la historia de la filosofía; el debate sobre la causalidad es hoy día una de las controversias más enriquecedoras de la epistemología, aunque si usted está interesado en el tema, podría consultar Causalidad, de Mario Bunge, o tal vez buscar lo referente al tema en el Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora, ya que, por esta ocasión, la causalidad, como es entendida hoy día, no es el tema aquí analizado. La causalidad es un concepto filosófico necesario en la ciencia; la tesis de Hume, si fuera verdadera en su totalidad, haría imposible la existencia de la ciencia misma. Pero podemos rescatar algunos puntos importantes de la filosofía de Hume para continuar con el análisis a la creencia en el destino.
El destino, aunque se entiende como la causa de que ocurran ciertos eventos, no puede ser entendido de la misma manera que la causalidad en epistemología o ciencia. La creencia en el destino no solo supone la existencia de la causalidad, sino que además posee cierto halo sobrenatural o místico. El que "las cosas siempre pasen por una razón", se enuncia cuando se supone que algo bueno ha pasado o, cuando de alguna situación desfavorable buscamos algo positivo o educativo. Siempre es para bien lo que nos tiene guardado el destino. Y si es algo malo, siempre se puede aprender de ello para que el destino nos guíe por el bien. Esta creencia, por su propia naturaleza, resulta imposible de refutar, como los dioses, los fantasmas o el ratón de los dientes. Nunca seremos capaces de ofrecer un contraejemplo que refute esta creencia, porque su estructura es autojustificativa en todos los casos. Esto, contrario a lo que a primera vista pudiera creerse, no es signo de una creencia válida, sino de una creencia anquilosada que rechaza el razonamiento.
Algunos filósofos han llegado a plantear argumentos en contra de la idea de que todo está predestinado, principalmente teniendo por supuesto al libre albedrío. Si los seres humanos tenemos libertad de acción y decisión, entonces no es posible que nuestra vida tenga ya un camino definido que se seguirá de modo inevitable, pues tal idea va en contra de la propia libertad. El argumento más famoso es el llamado "argumento perezoso": si todo está predestinado, y todas las personas tienen un destino ya establecido, entonces no importa esforzarse en nada, ya que lo que será, será, sin importar nuestro esfuerzo. Si alguien está destinado a ser un vago el resto de su vida, entonces no tiene sentido que estudie, trabaje o se esfuerce por tener una vida digna, ya que de cualquier modo está destinado a ser un vago. Si alguien está destinado a ser presidente, no importa si nunca sale de su cama, no importa si no hace campaña o no se esfuerza por ser conocido, de todos modos terminará siendo presidente. El argumento señala la contradicción entre la firme creencia de que hay un camino ya establecido y la igualmente firme creencia de que hay que esforzarse y trabajar para obtener lo que uno cree merecer. Si algo ya está escrito, no tiene sentido esforzarse por cambiarlo porque ya está escrito.
El argumento perezoso hace que el dicho "ayúdate y Dios te ayudará", parezca una broma de mal gusto (como en efecto lo es). Lo cierto es que, si tenemos agencia moral o libre albedrío, como en efecto tenemos gracias a la evolución y la emergencia de la mente (otro tema apasionante, pero del que no discutiré aquí), no es posible que exista el destino. El argumento perezoso, como cualquier otro tema de filosofía, ha sido ampliamente discutido por filósofos desquehacerados que buscan redefinir conceptos o negarlos. Existe una interesante interpretación desde el estoicismo (una escuela filosófica de la época helenística) en la que se busca conciliar la libertad de acción y el destino, pero entendido sencillamente como una red de causalidad, no una clase de creencia mística. Para que tenga sentido el destino, se tiene que redefinir y eliminar los elementos que caracterizan la creencia en el destino. Y por tanto, ya no es destino.
Si prestamos atención a las consecuencias lógicas del destino, del mismo modo que se pueden mirar las de la creencia en dios, podemos notar que es una visión egoísta, cruel y microscópica del universo. Se supone que cuando nos pasan cosas buenas es porque el universo entero conspiró para que toda la cadena causal, desde los orígenes del cosmos hasta nuestros días, terminara por darnos una clase de regalo en alguna clase de evento irrelevante para el resto del mundo, pero importante para uno mismo. Es la máxima antropocéntrica de creer que somos especiales y que el universo (o la fuerza, o Dios, o lo que usted quiera) así lo considera también. ¿Qué pasa con los que no tienen esa misma suerte? ¿Qué pasa con aquellos que no son libres de expresar su opinión, con aquellos que sufren en la pobreza, o con los desgraciados en un desastre natural? Bueno, es el destino o la divina providencia la que quiso que nosotros no estuviéramos ahí por alguna razón. Para los que sufren, debe ser por alguna prueba, por algún castigo o porque sencillamente nacieron para sufrir, para ser explotados o para nunca ser felices. No importa la justificación que se le quiera dar, la actitud claramente egoísta y desinteresada en el sufrimiento del prójimo se deja ver como algo evidente.
Para la persona que cree en el destino, da por hecho el viejo mito leibniziano de que vivimos en "el mejor de los mundos posibles", sin siquiera saberlo. Nada pasa en vano ni por casualidad, todo tiene un plan, un diseño, una razón de ser, incluso la miseria y el mal que sufren las masas alrededor del mundo. Tal vez algo de cuentos filosóficos como Cándido, de Voltaire, les serviría para mostrar lo inherentemente cruel de esta mala filosofía.

La ciencia y el destino

Entiéndase bien esto. No quiero decir que los que creen en el destino sean malos o ególatras insensibles. La persona de mi anécdota al principio, por ejemplo, es de las mejores personas que conozco, a pesar de su creencia en el "todo pasa por una razón". Lo que digo es que dicha creencia posee de base o matriz el egoísmo y el antropocentrismo, aún cuando las personas que la profesen no tengan ni idea sobre el egoísmo y el antropocentrismo. Lo mismo pasa con la creencia en Dios. El dios bíblico, aún siendo un ser mitológico repugnante, las personas que creen en él no suelen ser ni remotamente repugnantes, sino en general buenas personas que no son conscientes de lo que hay detrás de ciertas creencias suyas.
Tampoco se trata de que quienes creen en estas cosas sean tontas. Al contrario, son las personas inteligentes las que son capaces de defender creencias que carecen de sentido, como el destino. Pero, ¿por qué las personas creen en cosas tan extrañas como el destino, el karma o la predestinación? Contrario a lo que se podría pensar, existen bastantes referencias en la psicología sobre por qué nos inclinamos en creer en planes y designios donde dominan las coincidencias y el azar. El psicólogo Stuart Vyse, autor del libro Believing in Magic. The psychology of superstition, nos explica un poco sobre la psicología detrás del destino en su artículo "Fate: Inventing Reasons for the Things that Happen".
Vyse explica que los estudios sobre este tema se pueden remontar a las investigaciones de Jean Piaget, siendo él el primer psicólogo del desarrollo en proponer que los niños miran los objetos con alguna clase de propósito. Hipótesis que estudios actuales parece que han confirmado. Los estudios de Deborah Keleman (aquí uno más reciente), y los de Konija Banerjee y Paul Bloom (aquí uno más reciente), ofrecen resultados interesantes. Keleman ha encontrado que los niños tienen una visión "teleológica promiscua" de su entorno. Es decir, encuentran objetivos y propósito en casi todo acontecimiento y objeto que les rodea. La teleología promiscua decrece entre más grande sea el niño. Keleman sugiere que los niños pequeños comienzan con esta visión teleológica como una especie de "bloque de construcción cognitiva", y a medida que crecen, aprenden a estrechar la identificación de objetivos y propósitos a entes biológicos. Banerjee y Bloom, por su parte, han demostrado que no solo se trata de verle algún propósito a los objetos, sino que los niños también ven a los acontecimientos usualmente con un propósito.
En el estudio de Banerjee y Bloom se seleccionaron tres grupos distintos: niños pequeños (de 5 a 7 años de edad), niños grandes (de 7 a 10 años) y adultos. A los participantes se les presentó una serie de acontecimientos de la vida cotidiana, estilo "el gato de Briana se escapó". Para estos acontecimientos, se mostraba a los participantes las opciones para explicarlos. Los participantes tenían que elegir entre explicaciones como "el gato se escapó porque la puerta estaba abierta" (una explicación naturalista sin propósito) o "el gato se escapó para enseñarle [a Briana] que cuidar un animal es una gran responsabilidad" (una explicación con propósito o finalidad). La mayoría de los niños pequeños eligieron las opciones que mostraban una explicación con una intención o propósito subyacente, pero tal preferencia por este tipo de explicaciones disminuye con la edad. Una idea que pudiera parecer intuitiva a muchos escépticos, es que la creencia en el propósito inherente en las cosas y los acontecimientos de la vida diaria está íntimamente relacionada con la creencia en Dios o la enseñanza religiosa, ¿no? Pues no, al parecer.
De acuerdo a los resultados de Banerjee y Bloom, la educación religiosa de los grupos de estudio no estaba relacionada con sus respuestas. Esto mismo se ha corroborado también en el estudio realizado por los psicólogos Ara Norenzayan y Albert Lee. Norenzayan y Lee formaron dos grupos: uno conformado por canadienses europeos y otro por canadienses orientales-asiáticos. Este estudio reveló dos formas de concebir el destino: la primera, como un plan realizado por un dios como agente controlador, y el segundo como una creencia sin referencia a alguna clase de entidad o consciencia, sino que el universo mismo se encuentra interconectado y tiende a dirigirse a ciertos resultados. Se les pidió a los participantes que leyeran sobre una serie de acontecimientos altamente improbables y que después respondieran si pensaban que tales hechos eran obra del destino o del azar. Los investigadores se concentraron en los dos factores demográficos de los grupos de estudio: la religión (cristiana o no cristiana) y la cultura (canadiense europeo u oriental). Las personas cristianas mostraron una mayor tendencia a la creencia en el destino, pero las personas con una cultura predominantemente oriental, independientemente de sus creencias religiosas, también mostraron una inclinación a creer que las cosas pasan por una razón, incluso aún mayor que las personas de creencias cristianas.
En 2014, Banerjee y Bloom realizaron otro estudio con grupos de personas religiosas y ateos. Básicamente se les pidió a los participantes que pensaran en algún acontecimiento importante que les hubiera pasado en la vida real, y que respondieran si pensaban que tal suceso había sido obra del destino. En este estudio, del 53% de personas que creen en Dios y el 24% de ateos respondieron de manera positiva a la existencia del destino. Incluso entre el grupo de "ateos ardientes" o militantes, el 21% respondió que pensaban que el destino tenía que ver con que experimentaran el acontecimiento importante.
Los estudios hasta ahora, entonces, han mostrado que la creencia en que las cosas y los sucesos que experimentamos a diario poseen una finalidad o nos pasan "por una razón", decrecen con la edad (aunque no desaparecen, sino que se enfocan en los eventos que son  más personales, improbables y poseen una carga emocional), y parece que la educación y la cultura, antes que la religiosidad (o la falta de ésta) son factores importantes en el desarrollo de esta creencia. Pero, ¿por qué? ¿Qué hace que tengamos estas creencias casi de manera innata?
Como muchos otros problemas de la mente y la conducta, no lo sabemos con certeza, aunque las hipótesis desde la psicología evolucionista cada vez se citan con mayor frecuencia. Jesse Bering, psicólogo evolucionista y autor del libro El instinto de creer, sostiene que la tendencia a ver propósito o diseño en las cosas y los sucesos se debe a una "ilusión adaptativa" que se deriva de la capacidad exclusivamente humana para crear una "teoría de la mente", es decir, hipótesis sobre los pensamientos y motivaciones de otras personas. De ser así, la tendencia a creer que las cosas pasan por una razón desde pequeños (lo que Keleman llama "teísmo intuitivo") sería un producto integrado de la selección natural. El también psicólogo y autor de Por qué creemos en cosas raras, Michael Shermer, postula que los seres humanos reconocemos patrones e intenciones donde no las hay porque tal tendencia es un residuo evolutivo. Más en específico, es debido a las capacidades de lo que Shermer llama "patronicidad" y "agenticidad". La patronicidad es la tendencia humana a encontrar sentido en el ruido sin sentido. Los fenómenos psicológicos como la pareidolia serían un ejemplo de patronicidad. No todos los patrones que llegamos a conectar son sinsentidos, sino que muchas veces en efecto hay sentido. La búsqueda de patrones predictivos en el cambio del clima, los árboles, la migración de animales de presa y depredadores, fueron fundamentales en la supervivencia de los homínidos en el Paleolítico. Por otro lado, la agenticidad es la creencia en dichos patrones pero estos son controlados por agentes invisibles, sean fantasmas, ángeles, demonios, dioses, el gobierno, alguna sociedad secreta o alguna clase de fuerza que conecta todo el universo. Estos mecanismos, que hubieran deleitado a Hume, parecen ser apoyados por la neurociencia. Cosa muy distinta es encontrar corroboración de la hipótesis evolucionista que vendría a explicar la agenticidad (aunque hay claros indicios).
 Pero estas explicaciones resultan insuficientes (por no decir que son en exceso reduccionistas) e ignoran el conocimiento producido en psicología del desarrollo y psicología social a raíz de la vieja polémica de "naturaleza vs crianza". El aprendizaje de una cultura determinada también parece ser un factor importante.

¿Una vida sin propósito?

Desde un análisis filosófico-científico resulta evidente que, 1) la creencia en el destino es inherentemente contraria al libre albedrío y lógicamente inconsistente, como lo demuestra el argumento perezoso; 2) los supuestos inherentes a la creencia en el destino son el egoísmo y el antropocentrismo, ambos contrarios a lo que sabemos de la naturaleza de la mente humana y del universo, respectivamente; 3) la tendencia a encontrar propósito y sentido a las cosas y objetos se observa desde temprana edad, y parece ser una cuestión explicable a partir de la evolución biológica y cultural de la especie humana; 4) tendemos a creer que un evento altamente improbable, por ser improbable, tiene que tener algún significado; y 5) el destino, muy probablemente, está en nuestros cerebros (y en la cultura), pero no hay fuerza, entidad o mecanismo ahí afuera, en el universo, que se centre en nuestras triviales existencias.
¿Qué fue lo que pasó entonces aquella noche que coincidí con aquella persona que considero muy importante? Estaba pasando en el momento preciso en el que ella estaba ahí sola esperando su camión. ¿El universo conspiró para que nos encontráramos? Como desde el inicio lo dije, es muy tentador pensar que en efecto todo conspira a nuestro favor, y por un momento, lo confieso, quise creer en eso (aún hoy día, cuando paso por el mismo lugar donde nos encontramos, se me pone la piel de gallina al recordar aquella ocasión improbable). Pero no hay razones para pensar de este modo. Piense en esto: por ese lugar pasé durante dos años y medio prácticamente a diario, casi a la misma hora. De todas esas veces, solo en una ocasión nos encontramos, ¡en más de 700 noches que pasé por ahí a diario! Como cualquiera puede ver, nuestro encuentro fue un evento que a todas luces se dio por puro azar.
¿Quiere decir que no tenemos propósito alguno y que la vida misma carece de sentido? Desde luego que no. Ese tipo de pensamiento solo se lo puede plantear alguien cuya vida es lo bastante aburrida como para querer aferrarse a las fantasías que engañan a su mente. Pero la realidad es muy distinta. Vivimos en un mundo físicamente determinado, donde, gracias a la emergencia de la consciencia, poseemos libertad de acción. Esto significa que viviendo en un mundo gobernado por leyes de la física inviolables, somos capaces de modificar el mundo y a nosotros mismos. Esta aparente contradicción entre determinismo y libre albedrío puede clarificarse si pensamos por un momento en el ajedrez. El ajedrez es un juego que se encuentra determinado por reglas inviolables, que evitan que una pieza se mueva de manera arbitraria o caótica. Para que el juego tenga sentido, las piezas deben moverse de acuerdo a las reglas establecidas. Podemos notar que las reglas del ajedrez son una excelente analogía de las leyes de la naturaleza que determinan cómo desarrollarse en el mundo. Sin embargo, solo porque el ajedrez posea "leyes" infranqueables no significa que no exista la estrategia, la inteligencia y la atención. Solo porque podamos predecir, a través de las "leyes de la naturaleza del ajedrez", cómo se moverá cada pieza, no significa que podamos predecir o saber cómo terminará una partida de ajedrez, ya que en el juego no solo intervienen las reglas, sino también la inteligencia o estupidez, la experiencia o la inexperiencia del jugador. Volviendo al mundo real, el que el mundo esté determinado por leyes físicas resulta irrelevante para la libertad de acción, de decisión y de creación.

Somos capaces de dirigir nuestro destino, éste no está escrito ni determinado en ninguna parte. Y claro, no siempre podemos controlar todas las variables a nuestro alrededor. Las coincidencias ocurren todo el tiempo, y es fácil olvidar todas las veces en que un evento improbable no se da (como en mi caso, que por un momento me olvidé de todas esas veces que pasé sin encontrarme con nadie en aquella estación), pareciendo así que tal suceso es casi mágico.
Pero no hay magia ni destino, por lo menos nada que rebase las leyes de la probabilidad o que nos haga pensar que no exista el azar. Lo que sí hay son muchas mentes que claramente son propensas a la fantasía y el pensamiento mágico. Tal vez esto sea causado por nuestros más profundos anhelos, pero no deja de ser pensamiento mágico.
SI TE INTERESA ESTE TEMA
* "Fate: Inventing Reasons for the Things that Happen", artículo de Stuart Vyse, disponible en el sitio web del CSI.
* "No, Everything Does Not Happen for a Reason. Thank God for That", artículo de Nicholas Clairmont en el sitio Big Think.
* "The lazy argument, determinism, and the concept of fate", artículo de Massimo Pigliucci en su blog How to be a Stoic.
* "Why we believe in Fate, sometimes", artículo de Clay Routledge, en el sitio web de Psychology Today.