Imagen: decoracion-interiores.net
¿Se han fijado que todo lo que es a estrenar se cuida muchísimo, hasta pasado un tiempo? Les cuento esto porque en estos días estuve en casa de uno de mis mejores amigos, Cosme Ollo, para ver su nueva adquisición. Un bonito sofá con chaise longue, que sigo sin saber lo que es pero como el nombre es muy “in” marca tendencia. Pues bueno, que sepan que estuve cinco horas y he tenido que ir al fisioterapeuta por el dolor de espalda. ¿El motivo? No nos dejó sentar en su nuevo sofá.
Así es, estuve admirando su nuevo sofá y atendiendo a las especificaciones técnicas durante 300 minutos, pero cuando hice el amago de sentarme, casi me gano hasta la expulsión del paraíso. ¿La frase que frenó mi intento?: ¡Pero qué haces, que el sofá es nuevo! De tal manera que, como si de un apestado se tratara, mis indignas posaderas no pudieron probar tan mullido elemento de descanso.
Pero, ¿qué es lo que le ocurre al ser humano para, en un intento de sobreproteccionismo material, evitar darle uso a las cosas cuando precisamente son para que se usen? Otro ejemplo; el coche de un buen amigo, Luis el sepia (mote asignado por su amarronado color). En su coche no había quien fumara ni quien comiera porque era nuevo. Tras dos años, tiene los asientos más quemados que el cenicero de Sara Montiel y encima su guantera se ha convertido en un improvisado mueble donde guardar embutidos o quesos para comer en el mismo coche.
Entonces para qué compramos algo e intentamos que permanezca virgen e impoluto por los siglos de los siglos sólo para que nos dure más, si las cosas se pueden usar desde el mismo día. ¿O acaso ese juego de café chino o la bonita cubertería que nos regaló el banco solo se puede usar para una ocasión especial y para cuando venga alguien especial? ¿Acaso la persona más especial no es usted y los que la rodean? Pues no espere años si tiene algo que usar.
Yo por ejemplo, ya lo he hecho. Tengo desde hace años unas gafas que solo utilizo en ocasiones especiales como cuando voy a ver a mi novia. Mientras, en el día a día, pues me voy golpeando contra los muebles. Pues como estas gafas me costaron tan caras, nunca les limpié los cristales a fin de no rayarlos. Así que el otro día mi chica me convenció para que limpiara las lentes y tras hacerlo me quede asombrado mirando a mi novia y le dije: ¿eres morena? Ahora no tengo novia pero puedo decir que veo la vida con más claridad.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…