El montaje de Menecmos sorprende, ante todo, por la audacia que supone transformar una obra escrita para ser representada por mujeres en un ejercicio de travestismo que acaba siendo completamente creíble. Porque, al fin y al cabo, en la soledad -compartida o no- de cada cual, el desasosiego, la desesperanza, el miedo y la agonía de los sentimientos terminan haciéndose universales, repartidos entre hombres y mujeres a partes iguales. Así, Clara, Solange y la señora, adoptan forma masculina en unos actores que hablan en femenino y sienten como seres humanos. Lo hacen para poner sobre la escena una obra que camina por la línea divisoria entre el amor y el odio, entre el desprecio y la admiración (o la envidia, que es su cara oculta) cuya trayectoria, finalmente, se dirige hacia una fracasada búsqueda de la propia identidad.
El montaje de Menecmos sorprende, ante todo, por la audacia que supone transformar una obra escrita para ser representada por mujeres en un ejercicio de travestismo que acaba siendo completamente creíble. Porque, al fin y al cabo, en la soledad -compartida o no- de cada cual, el desasosiego, la desesperanza, el miedo y la agonía de los sentimientos terminan haciéndose universales, repartidos entre hombres y mujeres a partes iguales. Así, Clara, Solange y la señora, adoptan forma masculina en unos actores que hablan en femenino y sienten como seres humanos. Lo hacen para poner sobre la escena una obra que camina por la línea divisoria entre el amor y el odio, entre el desprecio y la admiración (o la envidia, que es su cara oculta) cuya trayectoria, finalmente, se dirige hacia una fracasada búsqueda de la propia identidad.