Las cruzadas fueron una serie de campañas militares promovidas por el Papado, con el objetivo de volver controlar el territorio denominado Tierra Santa, y que se establecieron de manera intermitente durante casi 200 años (aproximadamente, entre los años 1095 y 1291). La mayoría de los expertos coinciden en establecer nueve cruzadas. Podemos distinguir entre las cruzadas mayores (las cuatro primeras) y las cruzadas menores (las cinco últimas), según el criterio de la importancia que tuvieron.
Los protagonistas en la primera cruzada fueron los reinos de Francia y el Sacro Imperio Romano-Germánico, que aprovecharon la llamada de auxilio del emperador bizantino Alejo I Comneno tras la conquista turca de Anatolia, y la predicación del papa Urbano II en el concilio de Clermont-Ferrand para luchar contra el Islam, bajo el concepto de “guerra santa”.
Podemos distinguir dos cruzadas dentro de esta primera cruzada: la cruzada popular (o de los pobres) y la de los caballeros. La primera de ellas, fue liderada por Pedro el Ermitaño, y estaba formada en su mayor parte por gente humilde. La segunda, liderada por personajes importantes de la nobleza europea, fue la más importante, ya que fue la encargada de conquistar territorios en Tierra Santa y crear los primeros estados cruzados: Edesa, Antioquía, Jerusalén,…
La segunda cruzada se origina por la pérdida del estado de Edesa, que tuvo conflictos con los estados cruzados de Antioquía y Trípoli, lo cual demostró la falta de unidad entre los cruzados. Fue liderada mayoritariamente por los franceses y el Sacro Imperio (Luis VII de Francia y el emperador Conrado III como las principales figuras de ambas potencias), fue una cruzada convocada por el papa Eugenio III desde Francia y predicada por Bernardo de Claraval (más conocido por ser una de las figuras más importantes de la orden del Císter). Hubo, además, un intento fracasado de sitiar Damasco. Luchas contra Nur-al-Din.
En la tercera cruzada, los distintos reinos musulmanes (sobre todo, Egipto y Siria) se unifican bajo el mando de Saladino y conquistan Jerusalén y Acre. Ante esta situación, el papa Gregorio VIII convoca la cruzada, con el objetivo de recuperar Jerusalén. Se unen a esta tercera cruzada, sobre todo, los reinos de Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio, representados en las figuras de sus monarcas: Felipe Augusto II de Francia, Ricardo I “Corazón de León” de Inglaterra y el emperador Federico I Barbarroja. Luchas contra Saladino y acuerdos de Jaffa, donde Jerusalén queda en manos musulmanas. Ricardo I es secuestrado por el emperador Enrique VI (sucesor de Federico I Barbarroja). Esto hace que haya una mitificación de la figura de Ricardo I: se crea sobre este rey un ideal caballeresco y una imagen de perfecto soldado.
La cuarta cruzada fue convocada por el papa Inocencio III. Inicialmente fue pensada para ir hacia Tierra Santa por vía marítima desembarcando en Egipto, intentando romper la unión Siria-Egipto, pero al final se dirige a Constantinopla, ciudad que finalmente fue saqueada por los cruzados, debido a intereses venecianos. Hubo reparto del botín entre los cruzados y la creación del Imperio latino de Constantinopla, entre otros.
La quinta cruzada, proclamada por el Papa Inocencio III, que con las fuerzas militares del rey Andrés II de Hungría y el príncipe Leopoldo VI de Austria, intentaron conquistar el estado ayyubí de Egipto (los ayyubís son una dinastía de sultanes de origen kurdo, que inicia Saladino), obteniendo algún éxito inicial, pero fracasan al intentar conquistar El Cairo, para después ser sorprendidos en un ataque nocturno de los ayyubíes. Termina con un tratado de paz.
La sexta cruzada, liderada por el emperador del Sacro Imperio Federico II, se basó en un nuevo intento de volver a recuperar Jerusalén. Llega a un acuerdo diplomático para poseer Jerusalén, pero dura poco tiempo, y se vuelve a perder Jerusalén. Fue la primera cruzada que no contó con apoyo papal.
La séptima cruzada, volvió a tener apoyo papal, y fue liderada por el rey Luis IX de Francia. Después de parar en Chipre, se decide atacar Egipto, de manera similar a lo que ocurrió en la quinta cruzada. Fracaso que, añadido a factores ajenos a esta campaña militar, obligó al rey Luis IX a regresar a Francia.
La octava cruzada vuelve a tener a Luis IX de Francia como protagonista, aunque el teatro de operaciones se traslada a Túnez, y más que una campaña militar, fue un intento fracasado de convertir al emir de Túnez al cristianismo. Se desata una peste en la región, y muere Luis IX a causa de esto, por lo que se firma la paz.
La novena cruzada, a veces considerada como continuación de la octava, la protagoniza Eduardo I de Inglaterra (que en ese momento todavía es príncipe), que intenta unirse a Luis IX de Francia, pero llega tarde. Después, realiza un intento de defender las últimas posiciones del reino de Jerusalén, pero fracasa. 20 años después de que se acaba esta cruzada, desaparece el Reino de Jerusalén, debido a su conquista por parte de los musulmanes, y así se acaban las cruzadas.
En general, en las cruzadas, los Papas juegan un papel político muy importante y participan en un juego de alianzas con los reyes y los emperadores cristianos que les permiten utilizar o no recursos como, por ejemplo, la excomunión para apoyar a ciertos monarcas o emperadores y conseguir una mayor autonomía política. En el sentido contrario, algunos reyes y emperadores, debido a su gran poder e influencia, son capaces de designar Papas, que puedan ser fieles y que normalmente son oriundos de sus reinos.
En los ejércitos cruzados hubo bastantes mercenarios. El común de los fieles casi exclusivamente tuvo importancia en la cruzada popular. Había gran cantidad de infantería de diferentes tipos, algunos armados con arcos y lanzas, pero también hubo caballería pesada, con caballeros con lanzas y espadas, que a veces iban acompañados de escuderos montados. La diversidad de nacionalidades entre las tropas fue una tónica general. El botín de guerra a veces contenía reliquias sagradas, entre otras cosas, y se repartía entre los participantes.
Simón de Eiré