diciembre 1096 - mayo 1097.
Dos llamamientos a la cruzada se extendieron por Europa. La cruzada del norte era la de Pedro el Ermitaño, un movimiento violento, apocalíptico y, en cierto modo, acéfalo que tenía sus raíces en la esperanza de la llegada del final de los tiempos y de una batalla inminente contra el Anticristo que tendría lugar probablemente en Jerusalén.
En el sur, la cruzada de Urbano II era un asunto organizado con gran meticulosidad. Dependía de la participación de los príncipes y del reclutamiento de los hombres entre las casas nobles y su entorno inmediato de caballeros.
La cruzada de Urbano II, igual que la de Pedro el Ermitaño, hacía hincapié en la necesidad de liberar Jerusalén, y cualesquiera que fueran sus palabras exactas, el mensaje supo explotar y aprovechar las esperanzas proféticas y emociones similares.