Elena Ferrante, la misteriosa escritora, heredera de Elsa Morante, que sigue sin desvelar su identidad, continúa la espléndida historia de estas dos mujeres con la honestidad abrumadora, el costumbrismo de alto nivel y la agilidad narrativa que han cautivado a miles de lectores en todo el mundo. La saga explora los entresijos, no solo de la amistad, sino de lo que significa hacerse mujer en la segunda mitad del siglo XX, en una época de transformaciones socioculturales profundas que cuestionan los valores de la sociedad donde han crecido con respecto a la feminidad, el amor, la maternidad y el sexo. Hablando de cambios, el primer tramo de Las deudas del cuerpo gira alrededor del Mayo del 68, un movimiento que entronca con las preguntas que Lila y Lenù se han hecho siempre y pone sobre la mesa el conflicto de lucha de clases —el otro gran tema de la tetralogía, que hasta ahora se había planteado de forma implícita—. Estas claves sociológicas se analizan, paso a paso, a continuación.Lucha de clasesCon el matrimonio y la realización profesional, el rol de Elena cambia: la hija del conserje se convierte en una escritora casada con el hijo de un prestigioso profesor. Y, además, cumple su sueño de marcharse del barrio. Sin embargo, Ferrante nos recuerda de forma constante que para ascender de clase no basta con estudiar, casarse o tener dinero: Lenù a veces no encaja con su nueva familia (y, cuando encaja, es porque ella accede a los deseos de su suegra o, dicho de otro modo, se deja manipular para refinar su aspecto o sus hábitos); se avergüenza de sus padres y hermanos cuando les presenta a Pietro; y, por último, se da cuenta de que el matrimonio no garantiza la satisfacción. Lila, en cambio, lleva una vida precaria, pero mantiene viva (y activa) su inteligencia; no se resigna a pasarse los años en la fábrica («Tú querías escribir novelas, yo la novela la he hecho con personas de verdad, con sangre de verdad, en la realidad», pág. 356). Además, prepara el futuro de su hijo, al que le habla en italiano. Ferrante hace que nos preguntemos el significado de «ascender» de clase: ¿de verdad se asciende?, ¿qué aporta el ascenso?, ¿se deja atrás el pasado? Lenù está obsesionada con abandonar el barrio, el barrio dominado por los Solara, pero con el tiempo se da cuenta de que la vida no funciona como una escalera y el pasado no se borra:Y me largué, vaya si me largué. Aunque para descubrir en las décadas siguientes que me había equivocado, que se trataba de una cadena con eslabones cada vez más grandes: el barrio remitía a la ciudad, la ciudad a Italia, Italia a Europa, Europa a todo el planeta. Hoy lo veo así: no es el barrio el que está enfermo, no es Nápoles, sino el planeta, es el universo, o los universos. La habilidad consiste en ocultar o en ocultarse el verdadero estado de las cosas.Pág. 25.
Elena Ferrante, la misteriosa escritora, heredera de Elsa Morante, que sigue sin desvelar su identidad, continúa la espléndida historia de estas dos mujeres con la honestidad abrumadora, el costumbrismo de alto nivel y la agilidad narrativa que han cautivado a miles de lectores en todo el mundo. La saga explora los entresijos, no solo de la amistad, sino de lo que significa hacerse mujer en la segunda mitad del siglo XX, en una época de transformaciones socioculturales profundas que cuestionan los valores de la sociedad donde han crecido con respecto a la feminidad, el amor, la maternidad y el sexo. Hablando de cambios, el primer tramo de Las deudas del cuerpo gira alrededor del Mayo del 68, un movimiento que entronca con las preguntas que Lila y Lenù se han hecho siempre y pone sobre la mesa el conflicto de lucha de clases —el otro gran tema de la tetralogía, que hasta ahora se había planteado de forma implícita—. Estas claves sociológicas se analizan, paso a paso, a continuación.Lucha de clasesCon el matrimonio y la realización profesional, el rol de Elena cambia: la hija del conserje se convierte en una escritora casada con el hijo de un prestigioso profesor. Y, además, cumple su sueño de marcharse del barrio. Sin embargo, Ferrante nos recuerda de forma constante que para ascender de clase no basta con estudiar, casarse o tener dinero: Lenù a veces no encaja con su nueva familia (y, cuando encaja, es porque ella accede a los deseos de su suegra o, dicho de otro modo, se deja manipular para refinar su aspecto o sus hábitos); se avergüenza de sus padres y hermanos cuando les presenta a Pietro; y, por último, se da cuenta de que el matrimonio no garantiza la satisfacción. Lila, en cambio, lleva una vida precaria, pero mantiene viva (y activa) su inteligencia; no se resigna a pasarse los años en la fábrica («Tú querías escribir novelas, yo la novela la he hecho con personas de verdad, con sangre de verdad, en la realidad», pág. 356). Además, prepara el futuro de su hijo, al que le habla en italiano. Ferrante hace que nos preguntemos el significado de «ascender» de clase: ¿de verdad se asciende?, ¿qué aporta el ascenso?, ¿se deja atrás el pasado? Lenù está obsesionada con abandonar el barrio, el barrio dominado por los Solara, pero con el tiempo se da cuenta de que la vida no funciona como una escalera y el pasado no se borra:Y me largué, vaya si me largué. Aunque para descubrir en las décadas siguientes que me había equivocado, que se trataba de una cadena con eslabones cada vez más grandes: el barrio remitía a la ciudad, la ciudad a Italia, Italia a Europa, Europa a todo el planeta. Hoy lo veo así: no es el barrio el que está enfermo, no es Nápoles, sino el planeta, es el universo, o los universos. La habilidad consiste en ocultar o en ocultarse el verdadero estado de las cosas.Pág. 25.