Beatriz Benéitez. SantanderBajar de volumen pero no de peso, aumentar la musculatura pero no bajar kilos, perder peso pero sólo de donde más sobra, reducir los triglicéridos y no el peso... Esto de las dietas es para volverse loco. La disociada, la Dukan, la de South Beach, la ABS, la cronodieta, las medicinales, la de la sopa de col, la de la piña, las chinas, las ayurvédicas, la del pollo... y así podríamos seguir hasta tres días. Lo dicho: para trastornarse.
Creo que lo que ocurre la mayoría de las veces es que la dieta es sólo una forma de obligarnos a comer sano, a estar bien y a sentirnos mejor. Y salvo excepciones (problemas de salud), casi todos sabemos lo que debemos comer y en qué medida. Otra cosa son las voluntades y tentaciones. Hay muchas personas que trabajan mejor cuando hay un control, cuando tienen a alguien a quien reportar y hablar de sus esfuerzos, sus logros o debilidades. En este caso es el dietista, a caballo entre experto y confesor. Alguien que nos alaba si la báscula o el metro dicen que hemos hecho bien los deberes, y nos riñe si el peso o las medidas nos delatan: "verás... lo hice muy bien toda la semana, pero el viernes fue el cumpleaños de mi primo...". Si lo hacemos muy mal una semana, es probable que nos surja algo que nos impida ir a pesarnos. Ý pensamos: "me pongo al día y el jueves que viene voy con los deberes hechos". Y así estamos... con el tira y afloja.
De todas formas, una vez más, somos víctimas del marketing. Vivir al margen de los productos dietéticos hoy en día viene a ser lo mismo que ser extraterrestre: los especial kas, los bios, las bebidas light, las barritas de cereales, los batidos sustitutivos, las cápsulas de chitosan, los masajes adelgazantes, las cremas reductoras, las incompatibilidades... todo un mundo, del que es difícil quedarse al margen (y que soy consciente de que genera muchos puestos de trabajo). Cuando pienso en dietas suelo acordarme de mis abuelos. Ellos sí que comían sano. Y equilibrado. Sin productos específicos, sin visitas a especialistas, sin dietas etiquetadas. Se limitaban a comer alimentos naturales: verduras, legumbres, pan, arroz, pasta, carne, pescado, queso y leche. Y un vaso de vino en cada comida. Quizá un pastel algún domingo y unos helados en verano. De hecho, recuerdo que practicamente no generaban basura, más allá del envoltorio de un paquete de lentejas, la piel de la fruta y algunos otros restos, casi siempre orgánicos. Porque no consumían productos congelados, ni precocinados, ni envasados al vacío.Tengo una vecina que siempre dice que odia los plásticos, los radares y las fechas de caducidad. Nunca he entendido por qué mete los tres conceptos en el mismo saco. Pero es lo que dice. En lo de los plásticos le doy la razón. Envoltorios y paquetes para todo. El packaging y su mundo. Llegas de la compra y llenas dos bolsas de reciclaje sólo con el envoltorio del envoltorio... en fin. Con lo de los radares puede que también tenga razón... nunca he entendido por qué no nos dejan pasar de 120 y nos venden coches que corren a más de 200. Pero esa es otra historia.