Revista Cultura y Ocio

Las distopías del futuro que no existe | Diego Yépez

Publicado el 20 diciembre 2017 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Diego Yépez

(Publicado originalmente en suplemento Cartón Piedra, del diario El Telégrafo, Guayaquil, el 19 de agosto de 2013)

Fotograma de THX 1138 de George Lucas

Fotograma de THX 1138 de George Lucas

Ciudades derruidas, sobrepoblación, carestía de alimentos, radiación, catástrofes nucleares, totalitarismos, aniquilación inminente, disolución del individuo… El cine distópico es un género que se ha fortalecido conforme se perdió la fe en el progreso, la ciencia y la tecnología. Es un fenómeno que se extiende hasta la génesis de la revolución industrial y su contraparte de luditas, pero que tiene un sustrato más profundo: la posibilidad concreta de la aniquilación de la humanidad. Es el miedo ancestral hacia una naturaleza que ya no tiene el hálito de los dioses, y por consiguiente debe ser controlada, a pesar del peligro que pervive en la sombra de Prometeo, y la apertura del ánfora de Pandora. El siguiente texto es una antología (dividida en varios ejes temáticos) de la angustia cinematográfica, prolífica en advertencias de lo que pasaría si las cosas salen mal.

La oscuridad del poder

En 1927 Alemania estaba al borde de la Gran Depresión; manejada por el nacionalsocialismo. Es el año en el que el mayor exponente del cine expresionista, Fritz Lang (Viena, 1890-1976), estrenó Metrópolis, film que narra el esplendor y la ruina de una megalópolis del año 2026. La ciudad está monstruosamente industrializada (sus maquinarias se difuminan en el rostro de Moloch, el dios Fenicio que se transformó en oscuridad y materia). En el subsuelo de la urbe, los obreros mantienen a punto los engranajes, para que en la superficie los aristócratas disfruten del esplendor. Fritz Lang además hace una caricatura: Rotwang, el científico que diseñó los artilugios de la megalópolis, es un nigromante desalmado, cuyo único deleite es propiciar el caos, sirviéndose incluso de un robot humanoide.

Otra cinta importante del género es Soylent Green, estrenada por Richard Fleisher en 1973. El Nueva York de 2022 tiene 40 millones de habitantes. El efecto invernadero produce trágicos efectos ambientales. Solo la cúpula política accede a los productos básicos. Atrapados en la madriguera, los habitantes de la ciudad conocen la naturaleza por las fábulas que cuentan los ancianos, quienes prefieren someterse a la eutanasia voluntaria.

Pionera del género, se adelanta con décadas al frenesí ambientalista y es un ultimátum de los efectos de la extracción desmedida de recursos. Muestra una civilización que erosionó la tierra, agotó las reservas del océano y no tiene otra opción que reciclar cadáveres humanos para producir comida (tabletas de soylent green) a escala industrial, en una lucha perdida por sustentar a las famélicas multitudes, que están al borde de la histeria.

Por su parte, THX 1138 (George Lucas, 1971), Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966) y Equilibrium (Kurt Wimer, 2002), poseen un eje temático similar. En las tres, las drogas son el elemento utilizado por el Estado para controlar los sentimientos e impulsos de la población; el amor no existe, o es una convención social, cuyo único objetivo es la reproducción; y los libros y el conocimiento están controlados o prohibidos, en aras de la felicidad colectiva. La religión, el entretenimiento fácil que brindan los productos audiovisuales, y los estados alterados de conciencia, son escapes subvencionados por el poder, el cual no dudará en extender su fuerza para arrasar cualquier vestigio de conciencia crítica.

Exhibición de atrocidades

La declaración de quiebra de la ciudad de Detroit en julio de 2013 (lugar donde irónicamente acontece la trama de RoboCop), en Estados Unidos, es un ejemplo de la vulnerabilidad de las ciudades. Símbolos de la supuesta supremacía del hombre sobre la naturaleza, su colapso representa el límite de los sueños de la modernidad. El cine distópico también ha fatigado esta temática. Tal vez el ejemplo más importante es el propuesto por Ridley Scott en su cinta de 1982, Blade Runner. En esta, la lluvia ácida es el telón de fondo que nubla las aspiraciones de la población de la ciudad de Los Ángeles, en el año 2019. Los que tienen recursos han migrado a las colonias de Marte.

El punto de inflexión de la película es el análisis de las connotaciones morales que conlleva la manipulación genética. Al igual que en Gattaca (Andrew Niccol, 1997), la biotecnología es una realidad cotidiana. Sin embargo, Ridley Scott no propone la creación de una sociedad estratificada, según un potencial genético definido de antemano. La manipulación genética se esgrime en Blade Runner para crear un ejército de replicantes, que no son más que mano de obra esclava, la cual, debido a su sofisticación, alcanzó niveles de autoconciencia. Se plantea un dilema: ¿hasta qué punto el hombre puede jugar a ser un demiurgo? Con un imaginario futurista poseedor de una sombría belleza, la cinta de Scott está considerada una de las más influyentes del siglo XX.

Otro ejemplo imprescindible de caos urbano lo encontramos en la célebre cinta de Stanley Kubrick, La naranja mecánica (1971). Ambientada en la Inglaterra de un futuro (1995) que ya superamos, la película cuenta la historia de Álex, un joven de 17 años, cuyos más grandes placeres son el sexo, la ultraviolencia, Beethoven y las drogas. La ciudad está poblada por pandillas que se enfrentan en una lucha sin cuartel, la cual sobrepasa la capacidad de acción de los servicios sociales o la policía. Tras un ignominioso crimen, Álex es encarcelado. Poco después, acepta ser sometido al tratamiento Ludovico, para reducir su condena. Dicho método psiquiátrico utiliza drogas que producen un cambio en el cerebro del muchacho, imposibilitándolo para ejercer cualquier tipo de violencia.

La decadencia urbana debido al consumo excesivo de drogas es una constante en RoboCop (Paul Verhoeven, 1987), Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), y Dredd (Pete Travis, 2012). En las calles la violencia ha alcanzado cotas inmanejables. Verdaderos ejércitos de drogadictos coexisten con funcionarios y policías corruptos. La juventud está sumida en la decadencia. La solución (tanto en Dreed como en RoboCop) es el uso de una fuerza policial sobrehumana. En el caso de la cinta de Verhoeven, la lucha contra el crimen se da mediante la creación de un policía (a través de la tecnología biónica), construido con el cadáver de un teniente caído en combate. La criatura paulatinamente recuperará su humanidad y se enfrentará contra los estratos más altos de la corrupción, los cuales tienen el control de las corporaciones.

Akira, por su parte, es un film inclasificable. Hace un análisis de connotaciones metafísicas respecto al despertar de la fuerza intrínseca de la materia. Es una fuerza que supera la capacidad esclarecedora de la ciencia. La interacción de los científicos con algo que no pueden comprender a pesar de que están obsesionados con hacerlo, produce un desastre que casi destruye la ciudad de Neo-Tokio.

Fábulas postapocalípticas

El desierto se extiende hasta donde alcanza la vista. Los niveles de radiación exterminaron todas las especies de animales y plantas. Es la zona prohibida. Un tabú. El agua potable escasea al igual que los combustibles fósiles… El séptimo arte rebosa en avisos al respecto.

Una de las obras más influyentes de este subgénero es El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968). En el film vemos a un grupo de astronautas llegar a la Tierra tras 18 meses de haber estado viajando a velocidades cercanas a la luz. En el planeta han transcurrido 2.006 años (contados desde el lanzamiento, en 1972) debido a la dilatación del tiempo típica de la relatividad de Einstein. El planeta está dominado por varios clanes de simios antropomorfos, que viven en el extremo de un gigantesco desierto. Los seres humanos son considerados bestias salvajes y se los caza como tales. En los libros sapienciales de los primates hay fuertes críticas a la criatura humana. Son advertencias arquetípicas que trascendieron el tiempo de las dos especies y señalan que el único humano bueno es el que está muerto. Taylor (que no descubre que se halla en casa hasta que se encuentra con las ruinas de la Estatua de la Libertad) constata que la humanidad feneció tras una guerra nuclear.

Otra película icónica es Mad Max 2 (George Miller, 1981). La cinta narra la devastación producto de una guerra mundial debido a la carestía de combustibles fósiles. Los sobrevivientes se arrastran por los parajes estériles, acosados por pandillas de salvajes que no dudarán en asesinarlos para despojarlos de sus pertenencias. Todo remanente de civilización ha desaparecido. El único enclave que funciona es una refinería de petróleo. Max Rockatansky, el personaje principal, es un expolicía de 28 años que decide ayudar a los civiles de la refinería contra el ataque de las pandillas, en un entorno donde lo único que cuenta es seguir respirando y no existe redención posible.

Siguiendo el mismo patrón, aunque llevándolo al extremo, se encuentra el film La carretera (John Hillcoat, 2009). En este nos encontramos con una biósfera muerta, donde la humanidad, sumida en el canibalismo, expira. Un hombre protege a su hijo y resume el gesto de las especies, por el camino dónde los árboles inertes se desmoronan hacia el vacío. Hillcoat acierta al abreviar los diálogos y enfocar el claroscuro entre apocalipsis y paternidad. Atina con el flash-back, porque en esta historia no hay futuro, solo la desesperanza cotidiana del instinto de supervivencia. La carretera fluye contra el océano sin peces.

Y para concluir, cabe mencionar la película Matrix (Andy y Lana Wachowski, 1999). A pesar de sus excesos esotéricos, la cinta analiza con complejidad el límite de la realidad cuando pasa por el filtro de la virtualidad. Si el cerebro es el que interpreta el universo a través de impulsos electroquímicos, y si existe un mecanismo para reproducirlos de manera artificial de manera precisa, ¿dónde está la diferencia entre la ilusión y lo concreto? Matrix cuenta la historia del advenimiento de las máquinas inteligentes, y su control sobre la especie humana (tras una guerra catastrófica) a la que utiliza como combustible. Sigue el camino inaugurado por Terminator 2: el juicio final (James Cameron, 1991), en la que la entidad informática Skynet, tras cobrar conciencia, decide exterminar a la humanidad utilizando sus propios arsenales nucleares.


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