Muchas veces el descaro, esa enfermedad juvenil por la que todos pasamos alguna vez en la adolescencia -a algunos se les cura y a otros no-, hace que quienes aún no peinamos canas nos veamos henchidos en nuestra juventud -¡cuánto cuesta comprender, realmente, que es pasajera!- y, al ver a un anciano anónimo por la calle, nos sintamos orgullosos de haber vivido, probablemente, más de lo que parece haber vivido él, con su mirada perdida, y sus labios separados, y su fatiga al caminar, y sus arrugas, y sus manos temblorosas. Que alguien tire la primera piedra si no ha sentido tal cosa nunca. Qué estúpidos podemos llegar a ser.
A veces trato de imaginar qué irónico sería que, alguna vez, como seguro que ocurrió, algún joven descarado hubiera pensado tal cosa al ver cruzar la calle, allá a principios de los 80, a mi bisabuelo José. Arrugado, enfermo, con ojos aguados, esos ojos tan azules y llenos de timidez. Y, sin embargo, ese joven que ahora ya no será tan joven, a pesar de estar equivocado, no lo estaba tanto como la gente que realmente conoció a José y, no sabiendo leer entre líneas, se quedó con el carácter eslavo, frío, del anciano. Para muchos, aún conociéndole, José era un anciano algo aburrido, que hablaba muy poca cosa, encerrado de sí mismo y que dejaba todas las interacciones sociales en manos de su mujer, Nora para todos y Hono para él. Un anciano cuyo escaso carácter probablemente significase que había dejado la vida correr más como espectador que como protagonista, de casa al trabajo y del trabajo a casa, plato de cuchara en fin de semana y tardes de radio primero y de televisión después. Punto.
De justicia es, abuelo, que más de veinte años después de que te fueras, demostremos a toda esa gente lo equivocada que estaba. Tu historia ya no puede hacer daño a nadie. Por el contrario, sólo puede ayudarnos. De modo que , con tu permiso, ahí va.
Nota al lector: Pasa el ratón sobre todas las imágenes del artículo. Cada una de ellas tiene relación con la historia -o historias- de José.
1. Josífku / Josín
Mi bisabuelo José nació en el Frontón gijonés, ahí donde hoy se juntan la avenida de la Constitución con Magnus Blikstad, en un barrio que hoy se deshace en rascacielos -modestos, pero rascacielos a fin de cuentas- y que en 1906, el año en que nació, era una enorme explanada de huertas y casitas de obreros. José era hijo del moravo (él, soldado como había sido imperial, prefería ser llamado austro-húngaro)
¿No sabes que ha habido padres que llegaron al fin de su vida desesperados por ver a sus hijos en la miseria, y que muchas mujeres perecieron de pena o se volvieron locas ante la pérdida de un hijo? Piensa hoy en todos esos muertos, Enrique. Piensa en tantas maestras que murieron jóvenes consumidas por el diario quehacer escolar para bien de los niños, de los cuales no quisieron separarse; piensa en los médicos que murieron de enfermedades contagiosas de las que no se precavían por curar a los niños; piensa en todos aquellos que en los naufragios, en los incendios, en las épocas de hambre, en un momento de supremo peligro, cedieron a la infancia el último pedazo de pan, la última tabla de salvación, la última cuerda para librarse de las llamas…
Hasta el mismo día de su muerte, José, que dejó de estudiar para aprender para ebanista, no dejó de ser generoso, solidario y comprensivo. Y arrugaba la cara cuando Nora imponía alguna sanción por leve que fuera, a los nietos, porque en la Escuela Neutra, además, estaban prohibidos los castigos.
2. El ebanista / El esperantista, anarquista y naturista
Si una suerte tuvo José en su vida, ésa fue la de haber coincidido su juventud con un periodo de expansión de libertades y culturas en Gijón. Al Ateneo Obrero, que tenía sucursal también en el Llano, donde él vivía, se adscribían
Cercano al Ateneo Obrero por las clases esperantistas, es muy probable que formara parte del grupo que, en enero de 1930,
El naturismo no es sectarismo. No es una política, ni una religión. No es una charlatanería (…) El naturismo es una orientación científica fundada en un concepto de la posición del hombre en el Universo.
Parece ser que por aquel entonces conoció a Jesús González Malo, un obrero portuario santanderino que coincidió con él en las charlas del Ateneo y en las de CNT. Porque José pertenecía a la CNT por su afiliación al Sindicato Único de la Construcción, que lideraba en Gijón Emilio García (aquí su perfil en FAN Asturies; el retrato es obra de la que suscribe). Por cierto que, cosas de la vida, casualidad o no, Emilio García vivía por aquel entonces en la calle Caridad, justo enfrente del colegio San Vicente de Paúl, el mismo sitio a donde se trasladarían José y Nora en los años 50.
¿Por qué no se volvió a mencionar en casa jamás el nombre de Jesús González Malo?
¿Por qué de la vinculación de José con el Ateneo Obrero y la CNT no se sabe más que por el papel?
¿Por qué José maldecía a la religión entre dientes cada vez que una de sus nietas volvía llorando a casa porque una monja la había castigado?
Todos los porqués para estos por qués estarán en la segunda parte de este artículo.