‘Las drogas en la guerra’

Publicado el 02 noviembre 2017 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

No hubo guerra sin droga. Cocaína en la IGM, anfetaminas en la IIGM, dextroanfetaminas, neurolépticos, opiáceos, esteroides, LSD… en Vietnam, “la primera guerra farmacológica”, afirma Lukask Kamienski en ‘Las drogas en la guerra’, su apasionante relato de la evolución del consumo de drogas en la historia bélica. Vencedores y vencidos usaron las drogas para que sus jóvenes tuvieran el coraje y la fuerza para matar y resistir el dolor de la batalla. En la puritana sociedad eduardiana madres y tías podían comprar en Harrods bonitos estuches de regalo con tabletas de cocaína y viales de morfina con jeringuilla y agujas incluidas para hijos y sobrinos que combatían en las trincheras de Flandes. Las drogas prohibidas hoy convivían con nuestra droga más aceptada: el alcohol. Durante siglos, los grandes ejércitos tuvieron su bebida oficial. El británico, el ron; el francés, el ‘pinard’; el alemán, la cerveza; el ruso, el vodka… Beber gratis era un derecho de sus soldados y una obligación. Los abstemios eran sospechosos.

“¿Hay que reescribir la historia militar?”, preguntó a Lukask Kamienski. “No, no creo”, responde sonriendo. Pero su entretenido ensayo nos obliga a preguntarnos cuánto influyeron las drogas en algunas victorias decisivas, como la ‘Blitzkrieg’ nazi de 1940. “Si es posible, por favor, enviadme un poco más de pervitina”, escribe un jovencísimo Heinrich Böll a su familia en junio de 1940. El futuro Nobel de Literatura forma parte de las tropas que invaden Francia en una guerra tan veloz que permite a Hitler conquistar media Europa en cuestión de semanas. Las grandes historias de la IIGM destacan la audacia del plan alemán, el ataque blindado a través de las Ardenas, la torpe y lenta reacción de franceses y británicos, la superioridad aérea de la Luftwaffe… Pero, ¿hasta qué punto esa pervitina que Böll pide una y otra vez en sus cartas a su familia aceleró la victoria alemana? El efecto vigorizante de la metanfetamina – escribe Kamienski – encajaba a la perfección con el culto nazi a la resistencia, la eficacia y la obediencia”. 

Los nazis intentaron crear una `píldora mágica´  – la  D-IX – casi hasta los últimos días de la guerra, en una búsqueda desesperada de un ejército de superguerreros que pudieran derrotar a unos aliados que gozaban de una superioridad abrumadora. No eran los primeros. Si los guerreros vikingos eran temibles, sus berserkers’ parecían invencibles. Colocados con ‘Amanita muscaria’, estos guerreros del hongo “eran feroces, despiadados y bravos más allá de todo límite”.  También los zulúes recurrieron a las virtudes alucinógenas de esta seta para lanzarse al combate. Con terror, los británicos descubrieron que estos valientes guerreros avanzaban a pesar de recibir el impacto de las balas, insensibles al dolor. Cuenta Kamienski que todavía en marzo de 1945 una unidad siberiana del ejército soviético luchó contra los alemanes en Hungría bajo los efectos de esta seta alucinógena.

No hay pruebas que nos permitan saber si la ‘Amanita muscaria’ fue la primera gran droga de combate, pero en la literatura occidental la droga aparece por primera vez no para matar sino para aliviar el dolor de los vencedores. Víctimas de un estrés postraumático sin bautizar, los guerreros homéricos toman ‘nepenthés’, la ‘bebida del olvido’. Mezcla de vino y opio, el láudano permitía a los guerreros micénicos combatir la neurosis de guerra. Es el otro gran uso de las drogas, empleadas por los ejércitos para insuflar valor y fortaleza a sus soldados pero también para superar el dolor causado en su mente por el combate, para evadirse del horror. De ahí a quedarse enganchado solo hay una delgada línea que cientos de miles de hombres han cruzado a lo largo de la Historia. ¿Existe una conexión entre la epidemia de heroína que sufre Estados Unidos relacionada y el regreso de miles de veteranos de Irak y Afganistán?

La respuesta no es fácil, pero cuenta Kamienski que toda gran guerra ha funcionado como un difusor de estupefacientes. Tras su fallida expedición a Egipto, Napoleón regresó a París con la piedra Rosetta… y con el hachís que portaban sus soldados en sus mochilasEl uso masivo de la cocaína en la Gran Guerra creó un ejército de toxicómanos en la posguerra, mientras el consumo de anfetaminas por los soldados británicos y estadounidenses en la IIGM y Corea popularizó su consumo en los cincuenta. De todos los usos de la droga que cuenta Kamienski en su interesante libro, el más sorprendente es el que planearon los estadounidenses durante la Guerra Fría, cuando quisieron vencer a los soviéticos a golpe de risas. Creado por Roche para combatir las úlceras, el BZ llegó al Ejército tras ser desechado porque dejaba a los pacientes colocados durante horas. Lamentablemente, el ‘agente Buzz’ (‘colocón’) no llegó a funcionar como se esperaba y decenas de miles de cabezas nucleares siguieron acechándonos durante décadas. Aún están ahí.

‘Las drogas en la guerra’. Lukask Kamienski. Crítica. Barcelona, 2017. 592 páginas, 23,90 euros.

Pd.: En este enlace podéis leer el primer capítulo.


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