Las edades de la lectura

Publicado el 06 abril 2016 por Elena Rius @riusele


¿Son los libros que leímos hace años realmente como creemos que son? Como el libro está ahí, aparentemente inmutable, con sus letras, sus líneas, sus párrafos, sus páginas... los lectores tendemos a creer que siempre es el mismo libro, no importa cuándo lo hayamos leído o lo pensemos leer. Olvidamos, claro, que no hay libro si no hay lector: todas esas letras, líneas, párrafos, etc. no son nada sin la experiencia del lector que los capta, los comprende y los filtra de acuerdo a su entendimiento. No hay un libro, hay tantos libros como lectores. Por si fuera poco, los propios lectores no son siempre el mismo lector, de ahí las inmensas sorpresas que a menudo deparan las relecturas. Créanme, no es lo mismo leer Guerra y paz a los dieciséis que a los cuarenta y seis años. Recientemente, tuve una experiencia que corroboró este extremo: leyendo la reseña hecha por un bloguero amigo de uno de los libros que marcaron mi juventud, El corazón es un cazador solitario">El corazón es un cazador solitario, me di cuenta de que buena parte de lo que contaba no me sonaba en absoluto. Con asombro y cierto horror, descubrí que mi yo lector de entonces sólo había registrado una parte de la historia. Por supuesto, la que a mí en esos momentos de mi vida mi importaba; el resto, se había esfumado de mi recuerdo porque -sospecho- nunca le presté mucha atención. Esto me ha llevado a reflexionar acerca de cómo en cada etapa de la vida se lee de una manera distinta. Generalizando, diría que puedo distinguir tres grandes etapas lectoras:
  1. La niñez. Magia y fascinación.Como los primeros amores, las primeras lecturas son lo más maravilloso que a uno le puede suceder. En esta etapa de descubrimiento -¡hay otros mundos!- la frontera entre lo real y lo ficticio es tenue. Lo que uno busca es la fascinación de la novedad, la aventura, lo desconocido. Todo es creíble, todo parece posible. No hay barreras entre lector e historia: "somos" alternativamente el Gato con Botas, la Cenicienta o Robinson Crusoe. Seguramente la lectura de la infancia es la que más se ajusta a la idea de "perderse en las páginas de un libro". Lectura inmersiva.


En un orfanato, Lübeck (detalle), de Gotthard Kuehl

 2. Adolescencia y juventud. Modelos y respuestas.Si en los primeros años leemos olvidándonos de todo, los muchos interrogantes que suscita la adolescencia, esa edad en que todo -empezando por el propio cuerpo- parece volverse extraño y hasta peligroso, incitan a buscar respuestas en la lectura. Los libros, así, se convierten en posibles modelos, claves para entender el mundo y para entenderse a uno mismo, pautas de conducta para tratar con los demás.  Durante esta etapa, leemos sobre todo buscando un reflejo, una imagen que poder aplicar a nuestra vida. No es raro pues que a los adolescentes les gusten los libros que tratan de adolescentes tan desorientados como ellos -véase El guardián entre el centeno-, o el absoluto éxito de la novela romántica entre las jovencitas, que parecen responder -cierto que de manera idealizada y poco realista, como uno comprueba más adelante- al gran interrogante de qué es el amor y cómo conseguirlo. Durante estos años de exploración intelectual y afectiva, la lectura funciona como una especie de mapa en el que vamos buscando pistas.
 


A Good Read, Sally Strand

 3. Madurez. Análisis y disfrute.
Una vez han pasado las turbulencias -cierto que algunas personas nunca las dejan atrás, y por eso quedan varadas en la lectura-búsqueda; tal vez eso explique el tirón de los libros de autoayuda-, una mayor estabilidad nos permite también leer de otro modo. Ya no nos buscamos a nosotros mismos, sino que somos capaces de buscar al otro. Es decir, comprendemos al fin que detrás de la historia que nos cuenta cada libro hay un autor y una intención. Que esa intención puede ser muy simple, pero también muy compleja. Que pueden haber distintos niveles de interpretación. Que uno se puede dejar arrastrar por el encanto de una historia, pero también mirarla desde cierta distancia y analizar cómo está hecha, compararla con otras. Estas operaciones, además, enriquecen nuestra capacidad analítica y nos enseñan a establecer categorías, a disfrutar de la obra bien hecha. Una mayor experiencia de la vida y de las personas hace que nos maravillemos cuando lo que el libro refleja parece ser la vida misma, y resultemos defraudados cuando los personajes parecen estar hechos de cartón piedra. Sabemos qué es lo que nos gusta pero también porqué nos gusta. Podemos ser testigos y cómplices a la vez.
Diría que estas etapas son ineludibles, pero también positivas. Parte del proceso de crecer, de aprender, de vivir. Un adolescente nunca podrá leer Crimen y castigo como un adulto y si a los cuarenta años se te caen de las manos los libros de Enid Blyton que devoraste de joven la culpa no es de ellos: es que tú ya no buscas en ellos un modelo de comportamiento. Por eso los buenos libros, entre ellos los clásicos, lo son porque tienen algo para cualquier edad.