De toda la obra de Pilar Adón (Madrid, 1971) emerge una fascinación por el lado oscuro del ser humano, un lado marcado por la opresión, el miedo, la soledad y el dolor. Esta brutalidad, no obstante, procede de una elegante escritura lírica, que no necesita recurrir al lenguaje soez para mostrar la degradación, física y mental, de sus personajes. Al contrario: Adón es una narradora primorosa, pulcra, sutil. No escribe ninguna frase en vano. Sus palabras se desgranan con cuidado, siguiendo una estructura perfectamente calculada, hasta enredar al lector en sus páginas como la protagonista de esta novela se enreda en la maleza. Una narradora exigente, también, porque su tono profundo, de emociones contenidas, no concede una historia masticada y, como dice Marta Sanz en el prólogo de El mes más cruel(2010), invita a preguntarse «¿Habré entendido bien?». Sus influencias, muy británicas, otorgan a sus textos una atmósfera gótica inquietante, poco frecuente entre los novelistas españoles —Sònia Hernández (Terrassa, 1976), autora de Los Pissimboni (2015), sería otra excepción—. Todas estas cualidades se concentran en Las efímeras (2015), su último trabajo y el más maduro, que llega doce años después de su anterior novela, Las hijas de Sara (2003), aunque durante este periodo ha publicado diversos libros de poesía y cuentos, además de traducir a escritores de la talla de Henry James, Penelope Fitzgerald y Edith Wharton.En un escenario plano, aislado y fácilmente inundable, donde parecían darse la mano la indiferencia y el retraimiento después de haber establecido sus corazas sobre sus habitantes. Porque, al fin y al cabo, de eso se trataba. Ésa era la esencia del orden creado en la Ruche, la comunidad en la que vivían las Oliver: salvar a las especies más frágiles sin permitir ataques externos. Sin factores tóxicos ni competidores por el espacio o el alimento, propiciando las condiciones óptimas para que sus protegidos pudieran crecer y desarrollarse. Decidiendo qué especies sí y qué especies no. En qué numero y en qué cantidad. El ambiente, controlado e inofensivo. El sustrato, nutritivo. La estructura, perfecta.
Pilar Adón
Quien ya haya leído Las hijas de Sara habrá detectado numerosos rasgos en común entre las dos novelas: temas como el miedo, la opresión, la dominación y el aislamiento, el protagonismo de dos hermanas, un entorno asfixiante (en el primer caso, el norte de África), resonancias bíblicas. En cierto modo, Las efímeras puede considerarse una versión mejorada de Las hijas de Sara, además de ser uno de los libros más importantes de la narrativa española de los últimos años. En ambas historias, al igual que en el resto de su obra, Adón se caracteriza por la dureza con que trata a sus personajes —personajes solos, afligidos, egoístas, tiranos, brutales—; no se compadece de ellos, no es amable, no busca un «consuelo». Escribe desde una contención emocional brillante, que sugiere más que no muestra, y en sus textos convive el esplendor (de su prosa excepcional, de los paisajes que evoca) con un desasosiego profundo (de los protagonistas, de su relación con el exterior). Quizá este desasosiego es lo que la conecta a ella, una escritora tan inglesa, tan clásica, con el presente. Al fin y al cabo, no hace falta estar en un lugar como la Ruche para notar las cadenas que nos mantienen presos, de los demás o de nosotros mismos.Citas en cursiva de las páginas 19, 207, 80. 129 y 205-206.