Original de: Don Cuco
“¿Pero porque tenemos que hacer el trabajo tuyo si somos menores de edad?” replicó mi hermano
“No te estoy pidiendo que hagas mi trabajo pues a final de cuentas no lo estás haciendo bien, te pido que hagas el esfuerzo y aprendas un oficio para que tengas algo con que ganarte la vida”
Palabras de Don Agustín, mi padre, que se me grabaron toda la vida.
Breve Biografía de Don Agus
Don Agustín Arriozola Luna, nacio en Aramberri N.L. en la hoy Ex Hacienda la Soledad allá por 1912. Nieto de comerciantes Vascos avecindados en Guanajuato y que emigraron al Norte cuando la Guerra de Reforma, paso una niñez y juventud algo nómada. Durante las reyertas de la Revolución Mexicana un Oficial Federal, primo de mi abuela Ruperta Luna, los trasladó con el regimiento hasta Saltillo de allí anduvieron por varias ciudades, Laredo, Saltillo, Monclova, hasta que se establecieron en Monterrey en los años 40.
Conoció a Doña Consuelo, muchacha de 19 años, sobrina de su cuñado Refugio Barrera (es el causante de mi nombre) y se casó con ella en 1946. Tuvieron 6 hijos; Olga, Eliazar, Juany, Refugio (o sea, yo), José Luis y Francisco. Ejerció el oficio de zapatero y al cerrar la fábrica ubicada en las calles de Dr Coss (lugar donde está el Museo MUNE) emprendió la aventura de poner su propio taller junto con Andrés Ramos y mis tíos Miguel Arriozola y María Arriozola.
La suerte le sonrió pues tuvo bastante éxito haciendo negocio con gente de origen judío, muy nobles todos ellos. Se hizo el propósito de dar estudio a sus 6 hijos y lo consiguío pues todos tuvimos estudio y logramos cada quien formar una familia y tener una vida digna de la cual Don Agustín hoy podría sentirse orgulloso.
Todos mis hermanos aprendimos el oficio. En mi caso me enseñe a reparar botas vaqueras por las cuales cobraba como profesional y pude darme buena vida mientras era estudiante en la Facultad de Química
Sus Enseñanzas
Son muchas las vivencias que tengo de mi vida en la familia de mis padres. Una cosa puedo decirles como cierta: sus principios morales estaban muy firmemente arraigados. Cosas como; el respeto a los mayores, la honradez, el espíritu de trabajo, la colaboración, el sentido de caridad, la solidaridad y la humildad eran cosas que se daban por sentadas y pobre de aquel que se olvidara de ellas.
Su sentido de solidaridad era envidiable. En una ocasión, horas después de fallecer mi primo Dionisio Jr, mi padrino Dionisio Lechuga se acercó a él llorando, le dijo que no tenía dinero ni lugar donde sepultar a su hijo. Mi padre le dio el título de propiedad del terreno en el cementerio que es propiedad de la familia y le dijo delante de mi “compadre, tenga, sepúltelo ahí, yo me encargo de todo”.
Su mano para conducir la familia era de hierro, mi hermano (omito el nombre pero si él lo lee se va a acordar) un día ya no quiso ir a la escuela y Don Agus dijo: “OK no hay problema”, fue al mercado y pidió a Doña Chelo que preparara un lote de 20 o 25 manzanas cubiertas con caramelo para colocarlas en un asta y para enviar a mi hermano a venderlas. “Si no quieres estudiar, vas a trabajar pero no vas a estar sin que hacer ” mi hermano no volvió a faltar a clases hasta que terminó su carrera.
En mi caso, nunca dejó que hiciera mi voluntad cuando él veía que no era conveniente ese capricho. En alguna ocasión me invitaron a formar parte del grupo de Oficiales de Tráfico Escolares. A él no le parecía esto correcto pues la gente de Monterrey, desde tiempos ancestrales, es muy alocada para conducir. Yo me escabullía y acudía a cubrir las guardias en una muy transitada avenida. Hasta que in buen día, un primo mayor que yo, me vio dirigiendo el tráfico y en una visita a casa dijo que hacía muy buen trabajo como Agente Vial. El mundo se derrumbó y mejor no les digo como me fue.
Que Pienso hoy en Día
Creo que lo que alguna vez consideré como algo excesivo y fuera de lugar en el comportamiento de Don Agustín, fue lo que formó mi carácter además de que me ayudó sacar adelante a mis hijos. Tuve mucha suerte que me resultaran personas de bien.
Tal vez ellos no comprendan porque hice las cosas que hice en su momento. Ni entiendan porque escogí los caminos que recorrimos. Tal vez no justifiquen las dificultades que tuvimos que pasar. Tal vez crean que pudieron evitarse o haber tomado caminos alternos. Pero, haciendo balance, el saldo final me dice que hice lo correcto.
En su momento y cuando ellos tengan que tomar las decisiones que yo tomé, obtengan los resultados obtenidos y tengan que hacer los ajustes necesarios y no siempre agradables, para sortear las tempestades que la vida nos lanza, en ese momento, van ver con claridad si estuve o no en lo correcto.
Yo estoy tranquilo pues los resultados en la forma de tres personas maduras y exitosas están a la vista.
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