Por Emilio de Gorgot
Yo lo que te digo es: toca a tu manera. No toques lo que el público quiere oír. Toca lo que tú quieres y deja que el público lo descubra después, incluso si les cuesta quince o veinte años.Thelonius Monk
Trabajar con Monk me acercó a un arquitecto musical del más elevado orden. Sentí que de él estaba aprendiendo de todas las maneras: a través de los sentidos, de la teoría, de la técnica. Le hablaba de problemas musicales y él se sentaba al piano y me mostraba las respuestas, simplemente tocándolas. Podía verlo y descubrir aquellas cosas que quería aprender. También podía ver un montón de cosas que hasta entonces no conocía en absoluto.John Coltrane
Toqué durante una semana con Monk. (…) Entraba en el club con el sombrero y el abrigo puestos, se sentaba en el piano y no nos decía nada. ¡Nada! No sabíamos ni lo que estábamos tocando. El contrabajista Jimmy Bond intentaba ver la mano izquierda de Monk para averiguar en qué tono estábamos. (…) Cada noche, Thelonious terminaba el repertorio y se marchaba sin haberse quitado en ningún momento el sombrero o el abrigo. (…) Hizo esto toda la semana, así que intentábamos entender lo que pasaba: «Tío, ¿es que nos odia? ¿Le gustamos? ¿Estamos tocando bien su música?». Pero, ¡eso era todo! ¡Nunca dijo una palabra! Nunca pude llegar a comprenderlo.Albert Tootie Heath, batería
Es difícil decir dónde terminaba la personalidad estrafalaria de Thelonious Monk y dónde empezaban los síntomas de los males que le aquejaron. Su aureola de excentricidad, popularizada por la extraña conducta que mostraba durante los conciertos propios (y ajenos), escondía una lucha contra problemas mentales que, según todos los indicios, fueron siempre mal diagnosticados y mal medicados. Sería un atrevimiento decir cuántas de sus rarezas eran debidas a esos problemas y no simplemente a lo complejo de su personalidad. Monk era un individuo extraordinario en el sentido literal de la palabra: fuera de lo normal. No solo por su talento, sino también por no plegarse a las convenciones sociales y una obvia indiferencia por la manera en que el público pudiera percibirlo. Vean por ejemplo sus característicos bailes con expresión alucinada; no eran solamente un numerito escénico, pues hacía entre bastidores o cuando estaba como público en algún garito de jazz.
Monk era una de los más maravillosos seres humanos que he conocido en mi vida. Era la persona más honesta, la persona más real. (…) Estuve en la India, estudiando en un asrama, y me di cuenta: «Wow… Monk es mi gurú. Es mi mentor». Me llevó a través de un montón de fases de entendimiento.Sonny Rollins
¿La tienen ya en la cabeza? Pues bien, ahora escuchen lo que Thelonious Monk hizo con esa misma melodía. No hay ningún desorden en ello, no es un arrebato emocional ni un desvarío. Como se sabe por testimonios y algunas grabaciones de la etapa temprana de su carrera, Monk fue desarrollando este estilo de manera progresiva, una transformación que le llevó años:
Todas esas notas fuera de sitio no están fuera de sitio, sino en el sitio donde Thelonious quería ponerlas. Va y vuelve de las armonías marcianas a las tradicionales; lo hacía dentro de una misma pieza y también en el conjunto de su carrera. En eso consistía lo más distintivo de su estilo: disco tras disco, uno nunca sabe qué Thelonious va a encontrar y cuándo. Su carrera no fue lineal porque nunca fue vanguardista por el afán de serlo. De hecho, podría escribirse una línea temporal para el jazz de los cuarenta y cincuenta, y otra línea temporal, bastante más confusa, para el propio Thelonious.No toda su música estaba repleta de disonancias, aunque eran parte importante de su constante búsqueda. Cuando varias notas musicales empastan tan bien que no percibimos fricción alguna entre ellas decimos que son «consonantes». Conforman, por así decir, una armonía «perfecta». El problema de las armonías demasiado consonantes, donde todo está en su sitio, es que resulta difícil que dentro de ellas sucedan cosas dignas de mención. Pueden terminar siendo como una comida sin sal. En música hay excepciones para casi cualquier ley estética y también hay excepciones para esto, pero lo normal es que una pieza demasiado consonante suene plana y superficial. Por eso, desde hace siglos, los compositores han empleado disonancias para evitar la sosería, buscando los momentos indicados para juntar notas que choquen entre sí. Así generan unas fricciones, las «tensiones», que con mucha frecuencia le otorgan la gracia a las piezas musicales, captando la atención del oyente y haciéndole sentir que en esa melodía están sucediendo cosas.
Él fue vanguardia, pero mantenía una relación complicada con el resto de la vanguardia. Ayudó a crear nuevas corrientes, pero después no las acompañaba, por lo que siempre es peliagudo intentar situarlo dentro de alguna de ellas. Él iba por su camino. Ya en los sesenta, cuando el jazz experimentaba una frenética metamorfosis que marchaba a revolución por año, Monk seguía retornando a la tradición como si el tiempo no hubiese pasado:
Eso cambió cuando el ragtime llegó a Nueva York, donde se transformó en el stride, esto es, en ragtime improvisado. Se perdió el cuidado por las melodías en favor de los fuegos de artificio técnicos. Eso sí, se heredaba el patrón rítmico. El pianista de stride, al igual que el de ragtime, marcaba el ritmo alternando con su mano izquierda notas graves y acordes, en «uno-dos» al que se llamaba oom-pah («um-pa, um-pa, um-pa, um-pa», esto es, nota grave-acorde, nota grave-acorde). Ese patrón rítmico diferenciaba el stride de otros estilos de principios de los cuarenta como el blues o el boogie woogie En el boogie, por ejemplo, la mano izquierda solía tocar una secuencia continua de notas graves a la manera de un contrabajo. En el blues de la época lo habitual era que la mano izquierda tocase una secuencia de acordes a la manera de una guitarra, aunque también podía emplear líneas en plan boogie, solo que más lentas. Si se fijan bien en esa mano izquierda es fácil distinguir entre el stride, el boogie woogie y el blues (aunque podían combinarse las tres cosas, o por lo menos Oscar Peterson era capaz de hacerlo).
El joven Thelonius Monk creció adorando a los grandes nombres del stride como James P. Johnson o el mencionado Fats Waller. Y a otros pianistas que habían orbitado en torno al stride aunque no lo tuviesen como estilo principal, como Duke Ellington o Teddy Wilson (pianista de Benny Goodman). Monk, además, fue alumno del mismísimo patriarca del stride: Willie «The Lion» Smith. Que fue, por cierto, todo un personaje: antiguo pandillero, compañero de correrías de varios campeones mundiales de boxeo como Jack Johnson, Jack Dempsey y Joe Louis, etc. Hoy poca gente lo recuerda, pero Willie Smith fue bastante popular en su día y era considerado una institución dentro del piano jazz neoyorquino. Baste decir que era idolatrado por el propio Duke Ellington y que muchos pianistas lo consideraban una especie de «padrino» por cuya bendición había que esforzarse. Es posible, quién sabe, que Monk aprendiese de Smith la costumbre de tararear de mientras tocaba.
Monk empezó a hacerse un nombre dentro del circuito stride, en particular en los concursos. La afición de los neoyorquinos por las competiciones es muy anterior a las batallas de rimas del hip hop; en los años cuarenta, cuando Monk empezó a tocar en clubes nocturnos, las madrugadas se alargaban con batallas de stride donde los jóvenes aspirantes a virtuoso trataban de impresionar al establishment de Manhattan. A Thelonious no le costó destacar en ese ambiente, labrándose una reputación y consiguiendo el puesto de pianista residente en el legendario club Minton’s Playhouse. Sus técnicas instrumentales, eso sí, eran muy heterodoxas. No tenía manos de pianista y sus dedos eran un tanto cortos, pero lo compensaba con sus particularísimas costumbres: subir mucho las manos o atacar las teclas con los dedos rígidos. Aquella extravagante manera de compensar la poca envergadura de sus manos resultó ajustarse como un guante al stride, porque ese ataque percusivo le confería una especial fuerza y eso, más que finura, era lo que el estilo requería. Además, Thelonious lo adornaba todo con repentinas cascadas de notas al estilo de otra de sus grandes influencias, Art Tatum. A primera vista, el estilo de Monk parece muy diferente del de Tatum, quien incluía en sus composiciones de jazz algunos elementos tomados de fuentes muy ajenas como la música clásica (a Tatum le gustaba improvisar sobre piezas de Chopin, Dvorak y similares). Pero la verdad es que, pese a ser mucho más ecléctico que Monk, Art Tatum también se consideraba, antes que ninguna otra cosa, discípulo de los pianistas de stride (baste decir que Fats Waller era el máximo ídolo de Tatum).
Con todo, una de las mayores referencias de Thelonious Monk fue un saxofonista, Coleman Hawkins, en cuyas grabaciones tempranas ya podía percibirse cierta tendencia a colar disonancias inesperadas que, cabe suponer, mostraron a Monk y otros el camino a seguir. Además de las batallas de stride, Manhattan bullía con las experimentaciones de músicos jóvenes como Charlie Parker. Por supuesto, Monk formaba parte de ellas. Pero cuando Parker se convirtió en un nuevo paradigma, Monk continuó por su camino. En años posteriores, Coleman Hawkins se metería en el bebop que había nacido en parte bajo su sombra, siendo un maestro que terminó pareciéndose a sus alumnos (aunque no lo digo de manera peyorativa; su apertura era admirable). Por el contrario, Monk nunca dejó de parecerse a sí mismo. De hecho, es un tanto difícil encajarlo en el universo bebop, aunque lo llamasen «Sumo Sacerdote del Bebop» y hubiese desempeñado un oimportante papel en aquella revolución, Thelonious siempre estuvo en su propia galaxia, haciendo las cosas bajo normas creadas por él mismo. No era uno de los tantos músicos que empezaron a seguir las leyes parkerianas y eso se nota en algunas de sus grabaciones donde la banda suena a bebop, pero el piano suena a Thelonious.
Volviendo a principios de los cuarenta, las noches de Minton’s —algunas de las cuales, por fortuna, fueron grabadas para la posteridad— eran el entorno idóneo para que Thelonious fuese pavimentando su parte del camino hacia aquel bebop del que formaría parte a su manera. Hubo una diferencia fundamental entre Charlie Parker y él. Parker era saxofonista y se ocupó de descomponer las melodías según una nueva ley que impactó en su entorno con la fuerza de un Big Bang. Lo de Monk, en cambio, no era un cambio súbito de una ley, sino una continua sucesión de pequeñas enmiendas a la constitución del jazz. Parker siempre recordó el momento preciso en que, ensayando «Cherokee», se le iluminó el cielo y recibió un arrebato de inspiración para hacer solos bajo otro paradigma. Sin embargo, no se puede señalar un momento semejante en la biografía de Monk, cuya revolución personal fue más paulatina. Iba añadiendo pequeñas novedades armónicas aquí y allá, hasta el momento en que fue capaz de tocar una música marciana que solamente hacía él y no era un derivado más de Parker. Cualquiera podía imitar a Parker simplemente con adaptar —mejor o peor— sus leyes, pero para imitar a Monk había que vivir en la cabeza de Monk, y eso solo podía hacerlo Monk.
Pese a la importancia histórica de sus aportaciones, tardó en conseguir tener una carrera discográfica estable, si es que puede decirse que la tuvo. No empezó a grabar como líder de su propia banda hasta 1947, gracias a la mediación de Lorraine Gordon, una aficionada al jazz bien conocida en la escena neoyorquina. Estaba casada con uno de los fundadores de Blue Note Records y además de conseguir que Monk firmase su primer contrato doiscográfico, lo defendió ante los escépticos en una época en la que Monk no solo era desconocido para el gran público, sino que estaba perdiendo relevancia de cara al hipster neoyorquino (más deslumbrado ahora por Charlie Parker). Aunque Monk no publicó ningún álbum completo con Blue Note, realizó seis sesiones de grabación entre 1947 y 1952, que hoy pueden encontrarse en las dos partes del recopilatorio Genius of Modern Music. Ese disco contiene lo fundamental de la etapa Blue Note, sencillos como «Misterioso», «In Walked Bud», «Epistrophy», «Well You Needn’t», «Introspection», el rhythm & blues «Straight No Chaser», etc. Por entonces su banda participó también en un disco del vibrafonista Milt Jackson, Wizard of the Vibes, aunque se limitaron a ejercer como escuderos a sueldo (eso sí, en algunos cortes se percibe la proverbial facilidad de Monk para el acompañamiento creativo). Esto da buena idea sobre el estatus secundario que Monk todavía tenía en el negocio cuando algunos de los músicos con los que había parido la revolución y sobre los que había influido se convertían en iconos.
La gran perla de la época Blue Note es sin duda «Round Midnight», que con el tiempo terminaría convirtiéndose en el tema de jazz más versionado de todos los tiempos. Tiene una curiosa historia detrás: Monk la compuso a principio de los años cuarenta, cuando él tenía unos veinticuatro años (algunas fuentes dicen que la compuso con diecinueve, pero es difícil comprobarlo). En principio era una canción de amor titulada «I Need You So» que tenía letra y todo; así la incluyó en el registro de propiedad intelectual en 1943, aunque no llegó a grabarla ese año. En 1944, el pianista Bud Powell, que tocaba en la big band del trompetista Cootie Williams, le estuvo dando la tabarra a su jefe para que incluyese el tema de Monk en el repertorio. El trompetista aceptó y la grabó como instrumental antes que el propio Monk. La versión de Cootie Williams, no hace falta decirlo, palidece en comparación con la del propio Monk, que apareció publicada por fin en 1947 y que es una auténtica maravilla, lo mejor con diferencia que hizo para Blue Note. Con «Round Midnight», Monk estaba anticipándose en diez años a otros jazzmen.
En 1952, Monk dejó Blue Note, donde no había vendido mucho, para fichar por la compañía Prestige Records. Allí grabó su primer álbum de larga duración, Thelonius Monk Trio, donde apareció otro de sus clásicos inmortales, «Blue Monk». Luego vino el fantástico Thelonious Monk and Sonny Rollins, que contenía piezas como «Nutty» (¡esas melodías de piano!) o «Friday the 13th», donde su compenetración con Rollins era enorme. Monk estaba anticipando el futuro y Rollins tenía una habilidad especial para captar esos registros.
En esa misma época colaboró con Miles Davis en un par de discos, Bags’ Groove y Miles Davis and the Modern Jazz Giants (olviden el posterior directo Miles & Monk at Newport cuyo título es engañoso, ya que ambos músicos no coincidieron en el festival). Quizá el principal problema fue que la colaboración no partió de los propios músicos, sino que fue idea del productor Bob Weinstock. Y no funcionó. Miles admiraba a Monk (de hecho grabaría «Round Midnight»), pero no entendía el particular estilo de acompañamiento de Monk. Quien, de hecho, tuvo que resignarse no tocar mientras Miles grababa sus solos. Por su parte, Monk se mostraba dolido porque le pagaban menos dinero que al más famoso Miles. Fue especialmente tensa la sesión para Miles Davis and the Modern Jazz Giants celebrada en la víspera de la Navidad; se rumoreó incluso que ambos músicos habían llegado a las manos, aunque Monk lo desmintió: «A Miles no le hubiese convenido». Miles también trató de quitarle hierro al asunto y en el futuro siempre expresó admiración pública hacia Monk, pero la mala relación que había existido entre ellos era un secreto a voces. Habían sido incompatibles y, la verdad, por lo que sabemos de ambos no resulta extraño. Davis había aguantado las excentricidades de un tipo tan imprevisible como Charlie Parker y no estaba dispuesto de ceder su nueva posición de líder ante nadie, aunque Monk llevase más tiempo en el negocio y tuviese un prestigio igual o superior entre los músicos (otra cosa era la popularidad). Simplemente, no estaban hechos para tocar juntos.
En 1955, Monk cambió de compañía una vez más y firmó con Riverside Records. Estrenó la nueva etapa con un álbum de versiones de su idolatrado Duke Ellington. Disco que, para que se hagan una idea, abría con una versión del colosal «It Don’t Mean A Thing (If It Ain’t Got That Swing)», pero jugando con las armonías y la estructura… tremenda. La verdad es que Thelonious era un maestro haciendo versiones de temas ajenos —curiosamente, no le gustaba que otros tocasen sus temas— y el resto del disco tampoco tiene desperdicio (aunque echo a faltar una versión de «Take the A Train»; siempre me he preguntado cómo sonaría eso):
Brilliant Corners le valió la aclamación unánime de la crítica especializada y auguraba una racha excepcional. Para colmo, se produjo una colaboración de ensueño cuando en 1957, meses después de Brilliant Corners, entró en su grupo nada menos que John Coltrane. La química personal entre ambos fue muy buena. Coltrane, como sabemos, también trabajó con Miles Davis y relataría experiencias muy distintas. Mientras que Davis le «aterraba», con Monk se sentía muy cómodo: «Podíamos hablar de música durante horas y horas, mientras que Miles era demasiado impaciente y te decía: “Venga ya, tío, ¿por qué tienes que ponerte a hablar de eso?”». El carácter apacible de Monk encajaba con el carácter también tranquilo de Coltrane: ambos eran buenos conversadores y pensaban de manera profunda no solo sobre la música, sino sobre el contexto artístico y sobre la vida en general. En los ensayos, Coltrane podía exponer una duda y sabía que Monk le explicaría todo lo que hiciese falta, sin importar el tiempo que le llevase. Por su parte, a Monk le encantaba ver cómo su nuevo saxofonista se adaptaba a su estilo con aquella facilidad casi sobrehumana que Coltrane tenía para captar las vibraciones de su entorno.
La colaboración, por desgracia, no duró mucho. En el estudio realizaron unas sesiones que no verían la luz hasta cuatro años después. También se publicaría en disco un fascinante concierto que dieron juntos en el Carnegie Hall y que anunciaba grandes cosas: Coltrane estaba de lleno en su etapa bebop y Monk, bueno, era Monk en estado puro. Pero la simbiosis era muy prometedora. Se interpusieron los problemas contractuales: Coltrane pertenecía a la anterior discográfica de Monk, Prestige. Y Monk se negaba a grabar de nuevo para beneficio de Prestige, así que el mundo del jazz se quedó con las ganas de comprobar hasta dónde hubiesen llegado juntos.
—Solo porque no seas el batería no significa que no debas mantener el tempo.—Da golpes con el pie y canta la melodía en tu cabeza mientras toques.—Deja de tocar toda esa mierda, esas notas extrañas, y toca la melodía.—Ayuda a que el batería suene bien.—No toques la parte del piano. Yo ya estoy tocando eso. No me escuches a mí; se supone que yo te acompaño a ti.—No lo toques todo, o no toques todo el tiempo. Deja que algunas cosas pasen de largo. Alguna música es simplemente imaginada.—Lo que no tocas puede ser más importante que lo que sí tocas.—Lo que sea que pienses que no puede hacerse, vendrá alguien y lo hará. Un genio es quien más se parece a sí mismo.
Entre las notas de Lacy hay un par de frases muy ilustrativas sobre su manera de conducirse. Una describe su manera de liderar: a un batería que se negaba a hacer un solo durante el concierto, Monk le dijo: «¡Lo vas a hacer! Si no quieres tocar, cuenta un chiste o baila, pero en cualquier caso, ¡lo vas a hacer!». La otra frase deja entrever una actitud racial distinta a la que (por entonces) tenía Miles Davis: «Han intentado que odie a los blancos, pero siempre hay alguno que aparece y lo arruina».La relación con la discográfica, como de costumbre en él, terminó agriándose. Monk no se acomodaba al negocio. Descontento con los porcentajes que recibía en concepto de derechos de autor, grabó su último disco en estudio para Riverside en 1959; titulado 5 by Monk by 5, era una obra relativamente menor y ponía de manifiesto su creciente desinterés. Tanto era así, que desde ese momento Riverside tuvo que recurrir a publicar grabaciones de conciertos europeos, dada la aparente negativa de Thelonious a la idea de proporcionarles material nuevo.
Nunca anunció una retirada de manera oficial; simplemente dejó de aparecer en público. Se desvaneció de la escena musical. En 1977, aparentemente incapaz de continuar una vida normal, fue acomodado por su amiga Pannonica en una tranquila casa de New Jersey. Allí, Monk vivió atendido por su esposa y también por la propia Pannonica, que estaba pendiente de su estado. Ambas se ocuparon de que Monk viviese lo más cómodo posible. Incluso le pusieron un piano en el salón, pero, en los seis años que Monk estuvo habitando aquella casa, no lo vieron tocar ni una sola vez. También era reticente a las visitas y rara vez aceptaba conversar con alguien venido de fuera. Thelonious Monk falleció en 1982, a la edad de sesenta y cuatro años, después de sufrir un derrame cerebral. Tras su muerte, la leyenda de Monk dentro del mundo del jazz no hizo sino crecer todavía más. Su legado era demasiado importante, aunque parte de él, sobre todo la influencia temprana que tuvo sobre el bebop y otras vanguardias, había que rastrearlo casi usando técnicas arqueológicas.
Emilio de Gorgot