Las etiquetas de El Cabrero

Publicado el 16 junio 2013 por Elcabrero @JoseELCABRERO

En sus cuarenta años de trayectoria a El Cabrero le han puesto siempre etiquetas ad hoc y, obviamente, con la intención de devaluar el producto. Todo comenzó en los 80, cuando un puñado de críticos influyentes no lograron digerir el éxito fulgurante de aquel muchacho de Aznalcóllar que no obedecía al prototipo del cantaor flamenco al uso, no venia recomendado por ninguna peña, no estaba en sus círculos de amiguetes ni parecía interesado en conseguir ese aval para su carrera y que, para colmo, en sus cantes no “dejaba títere con cabeza”. Y, cuando vieron que las etiquetas no hacían caer la venta del producto, optaron por etiquetar, con idéntica finalidad, a los compradores o sea, a los espectadores a quienes tildaban de “masa” – y hasta “masa vociferante o enfurecida”- , “los que no entienden”, cuando ovacionaban a El Cabrero y calificaban de “aficionados”, “público”, “respetable” cuando los aplausos eran para los demás cantaores.

Un artículo en el blog “Flamencólicos”, que lleva un amigo, pone en boca de otros una etiqueta, que desconocía, y me ha dejado boquiabierta: “Canta plano”. El Cabrero canta plano… eso sólo se le puede ocurrir a uno que no entienda lo que es subir una octava, de poder a poder, cuando ya se está cantando al límite, con voz natural, de pecho, cosa habitual en sus recitales. O sea, que si una etiqueta le resbala a ese traje es precisamente esa y por ahí empiezo.

En ese hit parade etiquetero destacan, por orden de abuso: “cantaor político”, “fandanguero”, “desafina”, aunque esta última han dejado de colgársela cuando se dieron cuenta de que circulaban por esos “interneses” cientos de vídeos de sus conciertos y que quienes desafinaban por ahí eran ellos.

“Fandanguero”: creo que esta etiqueta la patentó Ortiz Nuevo, no estoy segura, tendría que revisar la hemeroteca y no vale la pena; lo que importa es que el término fandanguero fuera utilizado para rebajar la talla de un cantaor y eso tiene una explicación: en los años 70 el fandango estaba tácitamente prohibido en los grandes festivales tradicionales y doy fe de ello porque tuve que rechazar más de uno por ese motivo. El Cabrero sostenía que el fandango era un cante tan flamenco como cualquier otro y “donde no entraba el fandango, no entraba él”. Y, con la ayuda del respetable, que abarrotaba los recintos para escucharlo, El Cabrero le abrió las puertas de esos grandes festivales al fandango y éste defendió su sitio: poco a poco, todos los cantaores que sabían hacerlo, lo incluyeron en su repertorio. Y constataron que, como sucedía con El Cabrero, el público les aplaudía, generalmente, con más fuerza los fandangos que los demás cantes y que lo de “un fandango bien cantao, pone a la gente de pie” era una verdad como una montaña. Pero esta etiqueta, aplicada a El Cabrero y no a los demás, era excluyente: negarle su enorme talla de seguiriyero y de solearero, por quedarme ahí. Porque, si bien es uno de los grandes especialistas del fandango, no es menos cierto que, si el fandango no hubiera existido, él hubiera sido igualmente una primera figura: la fuerza de El Cabrero no está en el fandango, está en él.

Y ahora, la etiqueta del premio: “cantaor político”. Esa se la pusieron, a finales de los 70, unos cuantos “flamencólogos” franquistas, disfrazados de demócratas; ya sabemos que Franco prefería los sables a lo votos y por eso, decir “político” era mentar la bestia. Pero entre un “cantaor comprometido”, que lo es, y un “cantaor político” media un abismo. El primero, generalmente, paga un alto precio por su compromiso y el segundo, muy frecuentemente, se beneficia del apoyo, tácito o explícito, de quienes ostentan cargos políticos.

Por eso, “político” es la etiqueta menos apropiada para El Cabrero. Uno que no ha engordado su carrera con apoyos y subvenciones institucionales; que no ha recibido reconocimiento o premio alguno de manos del poder porque no los ha buscado; que ha hecho tropecientas giras internacionales sin ayudas públicas; obviado o vetado por las televisiones gestionadas por cargos políticos y que jamás ha aceptado servirse de un partido político, por afín que sea, como trampolín, es la antítesis del artista “político” porque éste, por lo general, tiene la rara virtud de no molestar al poder, ni a la derecha, ni a la izquierda, y el otro, el “comprometido”, suele incomodar al “poder”, a secas.

Por eso, puestos a etiquetar a El Cabrero, lo suyo sería “comprometido y con todas las consecuencias”. Ser un hombre libre, que dice y canta lo que piensa sin obedecer disciplina, credo o interés partidista, no sólo es incompatible con la política: la libertad es una provocación y conlleva pagar un alto precio que El Cabrero siempre ha asumido de antemano. Por poner un ejemplo entre decenas: no canta en Málaga capital  – donde era un fijo – desde que el PP se hizo con el Ayuntamiento, en 1995. Normal. Aunque también hay que decir, en honor a la verdad, que ese mismo año entró IUCA en la alcaldía de Casabermeja – donde nuestro Cabrero cantaba un año sí y otro no – y, paradójicamente, ya no fue más… Da igual pero, obviamente, ya no es tan “normal” como lo de Málaga. Y por eso me ronda desde hace tiempo una pregunta: si al público de Casabermeja no le gustaba el cante de El Cabrero ¿Por qué repetía tantas veces en el festival antes de que IUCA gobernara? Y, en caso contrario, qué habrá podido suceder para que en los últimos 18 años, nuestro Cabrero no haya vuelto a pisar Casabermeja y tengan que ir sus vecinos a escucharlo a otros pueblos… Será que “desafina”, o que “canta plano”, o que es un “fandanguero” o un “político”… o las cuatro cosas a la vez.


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