—¿Qué ves aquí?—¿Fotos y textos?—No, Ratón, soledad, tío, soledad. Encontré algunas cosas más solitarias aún que yo.
En la soledad de los hoteles pueden surgir amistades con gente inesperada, personas con quien de otro modo uno jamás se relacionaría, que aniquilan los prejuicios y dejan su huella. Renê, el protagonista de Las fantasías electivas (2014), trabaja como recepcionista de hotel en una ciudad turística de Brasil. Ha llevado una existencia turbulenta (matrimonio tormentoso, separación dolorosa, familia que no le deja ver a su hijo), y trata de rehacer su vida cuando se cruza en su camino nocturno Copi, «travesti esbelta, bonita, bien vestida e inteligente» (p. 40), que le trae el book para sus ofrecer servicios, como tantas chicas. El encuentro de Renê con Copi, no obstante, no quedará en una mera anécdota: Renê tendrá la oportunidad de conocerla más, de saber quién se esconde bajo esa descripción superficial. Sí, incluso en un lugar tan impersonal como un hotel se puede llegar al fondo de alguien. El escritor brasileño Carlos Henrique Schroeder (1975) lo comprobó de primera mano, ya que trabajó en uno para costearse sus estudios. En esta novela rinde homenaje a Raúl Damonte (1939-1987), alias Copi, escritor, dramaturgo, historietista y actor argentino.Hay poca literatura que indague en la figura del travesti, y esto de entrada otorga un punto a Las fantasías electivas. En la cultura popular abundan las representaciones estereotipadas, que a menudo generan desconocimiento, cuando no desprecio. El interés de esta obra reside, para empezar, en el hecho de mostrar la evolución en la perspectiva que Renê tiene de Copi, del prejuicio a la comprensión, de la indiferencia al cariño, la empatía. Copi se gana el pan como prostituta, se expresa con descaro y utiliza un lenguaje vulgar, pero eso es solo una parte de ella, la más visible, la fácil de juzgar. Basta escarbar un poco para descubrir a alguien diferente: una persona culta, periodista de profesión y amante de las letras, que decidió que todo aquello —la estabilidad, el empleo en el periódico, los días sin riesgo— saltara por los aires para convertirse en quien de verdad quería ser, Copi, señora de la noche brasileña, que en su habitación lee y escribe con avidez, siempre observadora, siempre exigente consigo misma. En Copi, la ligereza convive con una sensibilidad singular. Y tiene algo en común con Renê: los dos saben lo que significa comenzar de cero, reconstruir su identidad cuando el entorno anterior se ha vuelto hostil.El libro tiene una estructura fragmentaria, que, más que narrar una historia al uso, evoca escenas de Renê y Copi, esos dos solitarios que se encuentran en un momento crucial para ambos («una ciudad de reinicios, mucha gente venía a la ciudad a sepultar su pasado, como Renê, como Copi», p. 36). La voz, elusiva, precisa y sutil, sugiere, insinúa, deja que el lector mire por las rendijas sin abrirle la ventana. En la segunda parte, titulada «La soledad de las cosas», la narración se interrumpe para recopilar fotografías y textos, obra de Copi, que muestran su peculiar concepción del arte. Son fotografías de objetos y lugares comunes, sin ningún efecto visual —una pizza, el bar del hotel, una papelera, un porro—, acompañadas de unas frases en las que, con una imaginación encomiable, retrata la soledad, la marginación de estos elementos. No es difícil adivinar que Copi se siente así; la literatura, inseparable de la imagen para ella, se convierte en un medio con el que dar rienda suelta a lo que se guarda dentro, un medio para intentar comprenderse, comprender y, con suerte, ser comprendida.
Carlos Henrique Schroeder
Tal vez Las fantasías electivas sea sobre todo eso, un intento de comprender a través de la literatura, una literatura íntima, cómplice, cercana a la poesía. Un intento de comprender a Copi, valiente, intensa, sorprendente; pero también a todo aquel que tenga un encaje difícil en la sociedad. Como novela, quizá resulte demasiado modesta, demasiado sobria; podría haber desarrollado mejor a Renê y ahondar más en el mundo de Copi, «una golfa que ya nació melancólica, alguien a quien le gusta la soledad, el silencio, la reflexión» (p. 105). Uno se queda con la sensación de que, en general, se podría haber robustecido. Aun así, plantea ideas interesantes —como la unión de lo banal y lo profundo, que coexisten en el personaje de Copi y en su arte, o la literatura como expurgación de la soledad—, experimenta con los recursos formales y, por último, la templanza de su escritura logra suscitar una extraña tristeza. Como el recepcionista, el lector también se queda con un pequeño poso de Copi.Cita inicial (en cursiva) de la página 67.