Yo me considero graciènca de adopción, porque pese a no vivir en el barrio, he estudiado allí y todos mis amigos, mis noches, parte de mis mejores recuerdos y mis mejores días están en esas calles estrechas, en ese barrio con sabor a pueblo y a bohemia.Este año, casi sin ninguna duda, han sido las mejores fiestas que recuerdo en mucho tiempo, donde las noches se han alargado hasta la mañana, la música ha inundado nuestro cuerpo a ritmo de rumba catalana, los amigos han inundado el corazón de amor hasta casi hacerlo estallar y las horas han sido una sucesión de risas, abrazos, besos, bailes, fotos, ligues, calor, cerveza, churros con chocolate a las cinco de la mañana, cha cha cha, encuentros y desencuentros y verano que no debería irse nunca.
Y las calles, preciosas, engalanadas como si fuesen el fondo del mar, con sirenas flanqueando su entrada, mozart que nos observa a través de su música evocándonos a bailes centroeuropeos de épocas pasadas, mundos donde Bob Esponja, Patricio y Calamardo vivien en piñas debajo del mar, donde Peter Pan abre de nuevo las puertas de tu habitación para invitarte al bosque de nunca jamás junto a los niños perdidos y se juega la vida para salvarte del capitán garfio. Y decenas de mundos, centenares de historias diferentes se agrupan en esas calles que tanto quiero, durante estos días de fiesta mayor, tantas historias que sería casi imposible enumerarlas una a una aquí, porque Gràcia hay que vivirla para entenderla y para quererla como se merece.
Y gracias a Eva, Maria, Anna, Jordi, Dídac, Àlex, Oriol y a los demás, que hacéis de las noches cualquiera, noches de incendio