Las formas inteligibles tienen algo común entre ellas por lo que reciben la misma denominación, y algo distinto en base a lo cual se separan la una de la otra. Son formas inteligibles por ser inmutables y estar comprendidas en la Inteligencia; y son tal o cual forma inteligible por su relación entre ellas, como el número siete es tal por ser siete veces uno.
Por tanto, la inmutabilidad y la comprensibilidad son condiciones necesarias de la existencia de las formas o ideas. Así, algo meramente inmutable no es una idea salvo que sea también comprensible, ya que de no verificarse este extremo habrá que caracterizarlo como un ser infinito, exento de límites; ni algo meramente comprensible lo será tampoco si no es a la vez inmutable, pues de no darse el caso será un fenómeno en el perpetuo flujo del continuo. Ahora bien, mientras que un ente es inmutable respecto a sí mismo, al carecer de devenir, será en cambio comprensible en relación a otro en el que se halle comprendido. En consecuencia, el sustrato común de las ideas es el ente que las comprende.
Este sustrato, al que Plotino se refería como la materia de las formas, no admite escisión espacial o temporal, pues es escindido en virtud de la alteridad de las formas entre sí. Dicha materia intelectual será por ello informe, al ser previa a las formas y estar capacitada para recibirlas, y mayor que las formas, al comprenderlas a todas. Es decir, la Inteligencia de todas las formas será informe y, sin embargo, tendrá forma, en atención a que lo que carece de forma no puede ser mayor ni comprender aquello que es menor. Por lo que es forzoso admitir que será informe en sí y tendrá la forma por otro, a saber, por el Uno, que está más allá de la Inteligencia. Luego el Uno es la Forma que informa a la forma de todas las formas.