Las fuentes de la homilía I (Introducción)

Por Alvaromenendez
Hablo como laico. Nunca, por tanto, he predicado una homilía. No tengo ese munus docendi y soy consciente de lo fácil que es hablar viendo 'los toros desde la barrera'. Tampoco quiero hacer crítica fácil, como de lambida.
En la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, el Santo Padre Benedicto XVI, recordando la Propositio 19, decía:
En particular, por lo que se refiere a la relación entre el ars celebrandi y la actuosa participatio se ha de afirmar ante todo que «la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada». En efecto, por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia propia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado.
Aunque no se menciona explícitamente, como se puede deducir de estas palabras, la misma homilía no es ella, en sí misma, catequesis. Pero sucede que a veces, bien por una excesiva duración, bien porque no se centra en el núcleo de las lecturas y la eucología, la homilía más bien puede entorpecer el desarrollo de esa 'catequesis' especialísima que es la Eucaristía misma bien celebrada. Aquí nos proponemos dar unas pistas claras y concisas de cuáles han de ser las fuentes principales de la predicación en el momento que para ella se ha reservado durante el transcurso de la Misa. Agradezco de antemano la reflexión de estas pistas a mi querido profesor Don Félix María Arocena, a quien, de un modo más sucinto, se las escuché en una de sus clases sobre la asignatura Teología de la bendición y de la súplica, en la Universidad San Dámaso de Madrid.

Púlpito de la Catedral de Pisa,
obra de Giovanni Pisano (h.1250-1314)

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