Cuando algo nos gusta solemos hablar de ello y recomendarlo entre amigos y conocidos. Pues bien, no es ningún secreto que en ese mercado se venden unas galletas excepcionales. Las elaboran al estilo americano y las dispensan recién hechas, todavía calientes. Si algún día tuviera que hacer promoción de algo, creo que sería de las Ben's Cookies. De hecho -saliendo del subjuntivo- ya he sido su apóstol decenas de ocasiones desde que las probé por primera vez hace once años.
A menudo, aprovechando un receso en el trabajo, salíamos a comprarlas mis compañeros y yo. Nos las comíamos despacio, oh sí, alargándolas, como cuando uno quiere que algo nunca se acabe y mientras lo está disfrutando está sufriendo lo indecible porque sabe que va a terminarse.
Ahora, mientras he caminado por el viejo Oxon me ha saltado a la mente multitud de imágenes y el estómago se me ha llenado de esa especie de rara inquietud que acaba agarrada a la garganta como las grandes emociones, mezclada inevitablemente con el olor de las galletas de Ben.