Paradoxalmente (o quizás precisamente por ello), Francia, un país de tradición inmigrante, es también un país racista. Tras años y años de políticas de acogida pero no integración, de respeto de las tradiciones de origen pero no aprendizaje de las costumbres locales, el gobierno se sorprende de la falta de integración de los inmigrantes y decide que la mejor solución es deshacerse de toda esa gente molesta y devolverles a sus países. Y el pueblo calla y asiente.
Y mientras tanto, el pueblo calla y asiente.
Nota: para más información, aquí dejo el enlace a dos interesantes artículos de El País; uno resumiendo la primera circular de Sarkozy acerca de las expulsiones aquí, y otro con las diferentes posiciones de la Comisión Europea, Francia y Rumanía aquí.