"Aún sigo soñando con el día que cambiemos el rojo de abajo por el morado republicano"
Las gafas de Quevedo servían al viejo republicano para ver de cerca las inquietudes escondidas en las vitrinas de María. Después de comer el cocido de los domingos. La actualidad del día envolvió al abuelo y a su nieta en un diálogo intergeneracional entre: los "ni-ni" del XXI y los rojos del treinta y uno. Es precisamente este contraste entre los grises del ayer y los rosas del presente, el que sirve de ventana a las portadas de Gasset, para comprender la verdad que se esconde en la suma de perspectivas. En los tiempos de República - exclamaba Andrés, mientras apuraba su Ducados – conseguimos que las sotanas del régimen se dedicasen a rezar y se alejasen de la política. Se consiguió paliar el analfabetismo heredado de los tiempos alfonsinos. Gracias a aquel fragmento de nuestra historia reciente, los hijos de la plebe soñaron como franceses a las puertas de la Bastilla. Fue tanto cultivo de derechos y libertades que después de ochenta y dos malditos años, aún sigo soñando con el día que cambiemos el rojo de abajo por el morado republicano.
Por muchas grietas que tenga la Corona - intervino la hija de su María - no podemos olvidar la labor histórica de don Juan Carlos. Su función esencial para entender las tablas que nos mantienen. Gracias a él, dice mi profesor de instituto, el "discípulo rebelde de Franco" hizo que se cambiasen las tornas en el devenir de nuestro Estado.
Podría haber seguido los pasos del Generalísimo pero, sin embargo, renunció al absolutismo de su abuelo: "el africano"; para instaurar en los océanos malolientes de la dictadura agonizante una isla de libertades llamada: democracia. Supo, plantar cara a los tiros de Tejero. Aunque esté mal decirlo, tuvo un par de cojones para decirle al venezolano aquello de: "¿Por qué no te callas?". Pero ahora que el árbol de nuestras libertades está bien sujeto a sus raíces constitucionales: no nos gusta que entre sus frutos haya uno que se llame la Corona. Soy republicana. No confío en un poder legitimado por los genes pero, reconozco abiertamente, que sin la figura de Juan Carlos, probablemente hubiesemos tenido otra Guerra Civil similar a la de entonces.
Yo, ¡el padre de tu madre! – dijo un enérgico Andrés, mientras leía la portada de un "Público" descatalogado - llevo en el interior de mis venas la sangre roja que durante cuarenta años envenenó el nacional-catolicismo. El mismo régimen dicatorial que nos obligó a pensar como el caudillo y a vivir reprimidos en las celdas de la contradicción. Yo, tu abuelo Andrés, le doy gracias a tu rey por las semillas que arrojó en los desiertos de libertad. Ahora bien, querida María, si seguimos con la Monarquía nos covertiremos en la iglesia que tanto odié en mis tiempos republicanos. La misma Iglesia que varios siglos después vive con los mismos mimbres medievales del ayer, a pesar de los nuevos aires que soplan en la sotana de Francisco.
Si seguimos con la Monarquía nos convertiremos en la Iglesia que tanto odié en mis tiempos republicanos
En días como hoy, la monarquía ha perdido su función. Se ha convertido en un florero más. Una flor marchitada, a la que todos los días hay que regar, con las aguas civiles. Me resisto a seguir pagando, con el sudor de mi pensión, los caprichos de un señor que: un día sí y otro también, nos sitúa a ti y a mí – españoles de a pie – en las vergüenzas internacionales. Mientras tanto, las noticias de Urdangarín y Corinna servían de telón al diálogo de la mañana.
Artículos relacionados:
Tres cuestiones