El lenguaje militar ha creado grandilocuentes descripciones y fanfarrias muy sonoras que a muchos civiles les parecen chuscas.
El ministro de Defensa, Federico Trillo, parecía sacado de los tebeos de Hazañas Bélicas cuando se irguió campanudo para decir aquello de “al alba, encomendados a Dios, y con 35 nudos de viento, los soldados españoles han tomado Perejil”.
Y buena parte de los mandos de los ejércitos españoles dice que este "minisTrillo" --como le llaman-- es un ridículo porque describir el desalojo de seis marroquíes dormilones no requería grandilocuencia: Perejil fue poca cosa, pero Trillo parecía feliz por no haber sufrido el desastre de Annual, de 1921.
Ese discurso épico que estimula el patrioterismo y calienta la sangre forja un falso espíritu marcial que desequilibra el carácter de los menos inteligentes, los inestables y los turbulentos.
Como parece ser el “subteniente José”, protagonista de un escándalo nacional tras ser condenado a dos meses de calabozo, según él, por albergar en una residencia militar como esposa a mujer que nadie sabía quién era y que intenciones pudiera tener allí dentro; exasperado, acusa al ejército y al Opus Dei del que es miembro el ministro de reaccionarios.
Y luego revela públicamente su tentación dispararles con su pistola y de ponerles bombas: el “subteniente José”, de osada expresión castrense, ama la violencia como un niño goloso los pasteles.
Ahora, el ejército profesional español está atrayendo a soldados parecidos que parecen formarse con expeditivos enunciados, que tienen que convivir con normas arcaicas e innecesarias, y disponen de armas: necesitan tila, no asaltaparapetos dialécticos sacados de las Hazañas Bélicas como las del ministrillo.
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