El frustrado intento de recorrer todo Francia por la costa había fracasado con las advertencias de los gendarmes franceses y las aventuras ruteras que conté en el último post.
Estaba en la hermosa Paris, de noche, sin lugar donde quedarme ni alguna idea de como seguir camino. La brújula seguía apuntando al sur, hacia España, pero mirar el mapa del país lleno de autopistas me dejaba con pocas opciones.
Fui a una de las estaciones de tren y compré un pasaje nuevamente hacia la costa de la región de Bretagne. La premisa era sencilla: “Ir, recorrer y después… ¡después ya veremos!”. El tren me dejó en un pequeño pueblo llamado Pontorson con un único hostel, sin Wi-Fi, lo que complicaba mis posibilidades de poder planear a futuro. Pero de hecho y como ya saben, disfrutaba bastante la idea de viajar a la deriva y dejarme sorprender por el destino.
Mi estadía en ese pequeño y tranquilo pueblo francés no era casual. A 10 km de allí se encuentra uno de los lugares más fantásticos de todo el país. Un lugar que sólo de verlo desde afuera te quita el aliento y te maravilla con la majestuosidad de sus construcciones: El Monte Saint Michel.
Le Mont-Saint Michel
Le Mont Saint-Michel:
Esta pequeña islita a metros de la costa, unida a la tierra por una sola vía pavimentada de acceso, se encuentra en la bahía homónima que alardea de tener una de las mayores diferencias de mareas en Europa. Es así que el lugar deja de ser una isla en la marea baja, pudiendo accederse desde cualquier dirección a través del fongoso banco de arena que la rodea. Pero al subir el mar, las olas no dejan de romper incesablemente en sus antiguas murallas. El veloz ascenso del agua causó más de una muerte de los que se aventuraban por otro camino que no sea el principal, y ahora se recomienda fuertemente no intentar hacerlo (aunque no con mucho éxito).
El islote, quizás tan icónico para el país como la misma Torre Eiffel, tiene en su cumbre una fabulosa abadía medieval que gobierna todo el paisaje. A sus laderas, un curioso pueblo se fue formando sobre su única calle, hoy llena de locales comerciales y hoteles por ser cada vez más famoso como destino turístico.
Calle principal (y única) de la isla
Es posible visitar dicha abadía por unos 5 euros, donde los monjes siguen manteniendo las mismas costumbres desde hace cientos de años. Es normal cruzarse con ellos en el claustro o en las tantísimas escaleras del convento y encontrarlos ensimismados en su meditación, reconociéndolos por sus largas túnicas y sus sencillas sandalias como únicas vestimentas.
Monjes de Saint-Michel
La arquitectura del lugar puede impresionar hasta al turista con más sellos en el pasaporte y la estatua dorada del arcángel San Miguel que da nombre y corona la espira de la abadía, se lleva todas las miradas. Cuenta la leyenda que dicho arcángel se le apareció en sueños al obispo de la zona y le pidió que construya el monasterio. Como sea, el trabajo realizado fue impecable y es digno de llevarse todos los aplausos.
Antiguas capillas de la abadía
Cristo en la iglesia abacial
Aún considerando el aluvión de turistas que cada día colman la abadía, el profundo sentimiento de paz y tranquilidad que se respira en el lugar es cautivante. En cada una de sus salas, el tremendo eco hace callar hasta a los más numerosos grupos escolares que visitan la iglesia abacial.
Abadía del Monte Saint-Michel
Sin duda, un sitio increíble para visitar y que se suma a los destinos inolvidable de esta odisea.
Gaviotas de la isla. Detrás, el fongoso banco de arena.
Le Mont Saint Michel
Pontorson:
De vuelta en Pontorson, mis problemas con el francés seguían siendo notorios. Si en Paris era difícil encontrar gente que hable inglés, no se imaginan las pocas chances que uno tiene en los pequeños pueblos.
Esa misma noche, un grupo de unos 40 ciclistas de la ciudad francesa de Le Mans que fueron andando ese día los 180 kms que los separaban de Pontorson, colmaban el salón comedor del hostel. Ruidosos, alegres, algunos medios borrachos, me invitaron a gritos a que me una con ellos. ¡Resultaron ser un grupo de gente fantástica! Claro que al ser yo el único extranjero (y por lo tanto, distinto) del grupo, terminé siendo un poco el centro de atención de aquella velada.
La Última Cena (en Pontorson!)
Sin embargo, sólo podía comunicarme con uno o dos que sabían algo de inglés y podían traducirles al resto, y aunque pasé una noche divertídisima con todos ellos, decidí que eso tenía que cambiar.
Un McDonald’s a unos cuantos kms del hostel era el único lugar con Wi-Fi que encontré, y en una de las cuantas veces que fui caminando hasta allí, tuve (lo que ahora creo que fue) una gran idea.
Algo cansado de la misma música de siempre en mi mp3, pasaba de Def Leppard a Bob Dylan, de Vox Dei a Calamaro sin decidirme por nada. Levanté la vista y allí la ví: ¡Radio FM Pontorson! “¿¡Por qué no!?”, pensé.
Una serie de frases inconexas y sin sentido se repetían en la boca de los locutores. 5 minutos después, seguía sin saber de que hablaban. De repente, empezaron a aparecer algunas palabras con sentido. ¡Bien. Mi oído se iba acostumbrando!
Entre las incontables palabras desconocidas que sólo podían pronunciarse con la boquita de pato hacia afuera típica del idioma, iba encontrando más y más palabras que conocía. Descubrí que hablaban de política, de algún conflicto entre la izquierda y la derecha del país.
El parecido de algunas palabras con el español hizo que las asimile rápidamente y las sume a mi pobre diccionario personal. Sin embargo, tuvo sus frutos.
En un mapa regional de Bretagne observé que cerca del Monte St Michel había un punto sobre la costa bretona con la etiqueta: “Saint-Maló”. Me sonaba conocido, pero no estaba seguro si no me estaría confundiendo con otro lugar. Pregunté y me dijeron que vaya, que era muy lindo. Decidí darle una oportunidad.
La ruta hasta dicha ciudad no era autopista. Sabía que me había dicho que seguiría por Francia con transporte organizado, pero no pude resistirme a la tentación y salí a las rutas de nuevo.
A dedo a Saint-Maló
Encontré un buen sitio y pronto un Ford Fiesta se detuvo para llevarme. Daniel no iba al mismo lugar, pero me podía alcanzar unos 30 kms. Hablamos del clima, del Monte Saint Michel, de su trabajo, del mío… El último tramo lo hice en un modernoso Citroen. Su conductor, de nombre René como la rana, agricultor de oficio, me dejó en el mismo centro de Saint-Maló.
¿Pero por qué cuento estos detalles innecesarios? ¡Porque por primera vez pude mantener unas conversaciones simples en francés con incomprensibles provincianos! ¡Estaba feliz por mi triunfo, debido en parte a lo de la radio! Falta muchísimo para poder hablar el idioma y me puse el desafío de dedicarme a aprenderlo, pero era bueno poder ver el avance.
Al final de cuentas, más allá de conocer hermosos lugares, lo más importante en este viaje es conocer gente, y poder hacerse entender en un nuevo idioma es parte fundamental de los éxitos de esta odisea.
Saint-Maló:
Nuevamente llegué a un lugar sin donde quedarme, y la cualidad “ritzy” de la ciudad descartaba la posibilidad de encontrar un hostel barato.
Incluso la estación de trenes no tenía lockers para dejar mi mochila. Pero ya siendo un especialista en el tema, me fui directo a un lujoso hotel con un discurso preparado. La cara de sorpresa de la recepcionista me hizo pensar que no era habitual ver mochileros cruzando esa puerta muy seguido. “Que ya tengo hospedaje en lo de un amigo, pero que va a terminar el trabajo más tarde, que no tengo donde dejar la mochila, que si no les molestaría que la deje acá unas horas, y que bla bla bla”. El impecable chamuyo fue todo un éxito, e incluso la convencí de que me resultaba mejor pasarla a buscar el día siguiente. Un rápido reacomodamiento entre mis mochilas me dejó con la bolsa de dormir y lo necesario para esa noche en la mochila chica. ¡Perfecto, ya podía salir a conocer la ciudad!
Apenas crucé las murallas de la antigua ciudad y me adentré en lo que se denomina “intramuros”, me quedé impactado. No podía creer la belleza de lo que estaba viendo. Probablemente ayudado por las bajas expectativas de mi llegada, anonadado me hallaba ante el paisaje. Fabulosas playas, antiguos fuertes y hasta islotes rodeados por algas que parecían querer lucir como verdes corales, daban una imagen de esas que te quedan grabadas en la retina por siempre.
Llegando con bajas expectativas...
Playas de Saint-Maló
Caminatas por la playa, recorridas por los históricos muros y hasta un partido entre la selección nacional e Inglaterra por la Eurocopa en un bar repleto de franceses, hicieron de la agenda del día algo espectacular. Dejo que las fotos de Saint-Maló hablen por si solas sobre la hermosura del lugar, donde las muchísimas gaviotas que sobrevuelan las murallas controlan todo desde el aire.
Playas de Saint-Maló
Saint-Maló
Playas de Saint-Maló
Posando para la foto
Playas de Saint-Maló
Playas de Saint-Maló
Gaviotas, las protagonistas de este post
Para culminar la visita, un banquito sobre la playa fue el soporte de mi bolsa de dormir y el sueño llegó tranquilo por la noche, acompañado por el dulce sonido de las olas rompiendo una y otra vez contra las costas.
Atardecer en Saint-Maló
Atardecer en Saint-Maló
En mis visitas al McDonald’s de Pontorson pude conseguir un bus barato hacia el sur de Francia para el día siguiente a Saint-Maló. La ciudad de Bayona, en el “Pays Basque” (País vasco francés) será el próximo destino de este viaje que ¡cada día se pone más lindo!
¡El próximo post entonces será desde territorio vasco! ¡Hasta entonces! ¡Saludos a todos!