Porque, después de todo, ¿existía algo peor que el incesante intento de complacer a los demás? Los demás. Esos seres ingratos que casi nunca advierten los constantes esfuerzos por agradar, por parecer una persona amable, equilibrada, normal. ¿Existía algo más lastimoso que sonreír a todas horas a los seres queridos? Seres que absorben, que pronuncian palabras impronunciables, que corren detrás con una bandera blanca en señal de rendición y que luego sonríen demostrando, una vez más, su poder. Seres que hacen ruido y que pasean con la cabeza bien alta. ¿Podría existir algo peor que pretender ser alguien cuando no se es nada? Rose conocía sus debilidades. Conocía sus pequeños huecos abiertos en la pared. Conocía la esencia primera de la vida: la de ser un trabajo interminable. Poner una piedra y luego otra. Una palabra y luego otra. Sin llegar jamás al final y perdiendo la curiosidad por el camino. Eso era la vida. Un trabajo inacabable en el que se iba perdiendo la esperanza, la pasión, el calor… Conocía la filosofía elemental de la vida: cuando se es joven, se posee el ansia, la fortaleza. Con los años, únicamente se puede disfrutar del poder. Y si no se tiene, si no se ha sido lo suficientemente inteligente como para obtener el poder, se está perdido. Porque ya no queda nada más. (Pág. 212).
Leer un libro de Pilar Adón (Madrid, 1971) significa entrar en un universo poético y singular, que obliga al lector a dejarse llevar por unas sensaciones de extrañeza bastante alejadas de nuestra ficción tradicional. Lo supe cuando leí El mes más cruel (2010), un libro de relatos excelente, y lo he confirmado tras adentrarme en Las hijas de Sara (2003), su segunda novela. La autora, licenciada en Derecho y traductora literaria, nos traslada en esta ocasión al norte de África, a una casa aislada en la que viven Henry Drayton y sus hijas, Rose y Julia, dos mujeres jóvenes que buscan huir de un padre tirano que años atrás ya hizo mucho daño a su madre. La primera se muestra más apegada al hogar, mientras que la segunda se escapa de vez en cuando a la ciudad en busca de un divertimento que no encuentra en la vivienda. En este ambiente asfixiante, en el que el lector casi puede sentir sobre el rostro la arena arrastrada por el viento, se desarrolla una historia evocadora, intensa y extraña.
Pilar Adón
En conclusión, Las hijas de Sara me parece una novela perturbadora que nos muestra hasta qué punto el miedo puede condicionar a las personas. Nadie debería prejuzgarla por su extensión: a pesar de su brevedad, no se trata de una historia para leer deprisa, sino que requiere concentración para no perderse ningún detalle de este ejercicio de introspección. Ahí está el verdadero protagonista de la obra: el interior, el fondo de los personajes, los pequeños cambios que se producen en ellos. Si aún no habéis leído a Adón, recomiendo empezar por El mes más cruel aunque no seáis aficionados al relato, porque es una buena toma de contacto con la autora, una versión mejorada de los mismos sentimientos que se plantean en Las hijas de Sara. Si ya lo habéis leído y os gustó, seguid con esta novela. Podéis empezar a leerla aquí.