Las hojas secas

Por Javieragra

Recorro la tierra con la respiración en la mochila, con la palpitación entre las zapatillas y las copas de los robles, con el pensamiento entre el aire y la inmensidad, con el alma en la naturaleza entera. Salgo de la ciudad envuelto en el canto libre de los pájaros, sigo algún rastro visible de los invisibles insectos, descubro en cada recodo del sendero huellas nocturnas de los animales de estos bosques.


Estoy contemplando la montaña y la vida en esta pequeña vallina. Es el descenso del Collado de Marichiva al aparcamiento de Majavilán, no me consta que tenga nombre este lugar que muy bien podría llamarse “El Hoyuelo”. Sobre este tronco me senté un tiempo largo, no para descansar sino para contemplar la naturaleza que a mi espalda se observa. El Mirador de la Reina a media altura por la carretera de la República, los primeros de los Siete Picos más arriba, el Puerto de la Fuenfría a la izquierda…

El agua en canciones suavísimas cuando no absolutamente silenciosas, vertebra estos andares de mi existencia compartida con el silencio majestuoso de las hayas, con el verdor brillante de los madroños, con el muérdago mágico pegado a las ramas de los pinos, con el musgo de tacto cálido encaramados en las laderas y en las rocas, con los piornos, los brezos y las urces que siembran de múltiples colores la montaña según las diversas estaciones del año.

Y hoy parece que la tierra se ha dado la vuelta, estas hojas hace pocos meses vestían de sonrisas y respiración las ramas frondosas de los árboles, ocultaban nidos a las miradas indiscretas y sencillas, a los ojos avezados y a los descuidados paseantes. Estas hojas están hoy caídas bajo mis pies, como si la tierra se hubiera dado la vuelta, como si la tierra quisiera que las palomas y las urracas hicieran nidos a nuestra altura para que podamos acariciar los pajarillos recién nacidos, como su los humanos pudiéramos volara la altura de las aves.


Hojas caídas entre os robles en el arroyo de Moveros que recorre la ruta de Los Molinos. Sobre ese puente de piedra también he disfrutado largar horas del silencio y de la vida.

Estas hojas están hoy caídas bajo mis pies y la tierra se ha dado la vuelta para que el reflejo del sol sobre las hojas haga elevarse nuestros pies sobre nuestra pobreza que camina como arrastrada por el suelo, para que el pálido brillo de la luna baje hasta nuestra altura la infinita distancia de las estrellas y entendamos los humanos que formamos parte de la naturaleza entera, de la eternidad sin tiempo y sin fronteras.

Javier Agra.