Año mil. Un monje de España, Brian de Liébana, se dirige hacia el antiguo monasterio de San Columbano, en Irlanda, sitio fundado por el noble y sabio religioso Patrick O´Brian. El lugar, que fue destruido tiempo atrás por los vikingos, emana una poderosa fuerza mágico-religiosa, de ahí que el eclesiástico planee reconstruirlo para preservar en él valiosos documentos. Huye, protegido por los suyos, de unos seres de carácter demoníaco, a la cabeza un tal Vlad Radú, que tienen un gran interés en aquello que él conserva y que siembran el terror allá por donde van.
Como no podía ser de otra forma, el amor está presente en sus páginas. Así, aparece una joven prostituta, Dana, quien busca desesperadamente a su hijo, que hará al religioso replantearse su destino. Asimismo, cobran protagonismo, entre otros, gracias a la conexión que la mujer tiene con ellos, los druidas.
Por si no fuese poco, pronto, los crímenes llegarán a la zona y los monjes, porque Brian no estará solo, serán señalados por el pueblo quienes los culpan de ser el detonante, al haber profanado un lugar sagrado, de una maldición. Esto sumará a los ingredientes principales de la historia el suspense.
La novela es una coctelera en la que se mezcla lo histórico con lo épico. El escenario en el que se desarrolla la historia está logrado: en sus páginas el telón de fondo es la Irlanda mágica, verde y húmeda.
En cuanto a los personajes, sin duda me quedo con la fuerza de la joven y el halo misterioso que dota al protagonista masculino de atractivo. En este sentido, no obstante, no me ha convencido el origen, dicho así, de la relación entre ambos: él arriesga, movido por un sentimiento de cristiandad, su vida y su misión, que parece ser más importante incluso que la primera, por salvarla a ella, una joven a la que no conoce de nada y de la que solo intuye su naturaleza bondadosa.
Por otro lado, el libro está estructurado en tres partes, dividas a su vez en capítulos breves. Todas ellas empiezan con una pequeña introducción: alguien, un lugareño, le explica a Brian parte de la historia popular del monasterio.
La pluma de Ferrándiz es sencilla y el lenguaje empleado ayuda al lector a situarse en la época. Asimismo, para facilitar la comprensión, el autor incluye, cuando considera necesario, pies de página. Esto, a pesar de ser un elemento que tiende a distraerme de la historia, siempre prefiero que estén explicados los conceptos más complejos en el mismo texto, no me ha disgustado.
A pesar de sus puntos positivos, el ritmo de la novela es muy lento y su lectura, más que ágil, se hace pesada. Contribuyen las descripciones, de las que suelo ser amiga en su justa medida, y la estructura clásica que parece seguir el autor rajatabla. Esto ha hecho que, en mi caso, no sienta curiosidad por conocer más allá, por llegar a ese final, hasta la segunda parte y aún así, mi interés por el desarrollo de los hechos volvió a decaer en las siguientes páginas.
Sé que nado a contracorriente: a muchos de vosotr@s os ha conquistado la pluma y la historia de Ferrándiz. Siento que a mí la obra no me haya gustado, cerrando así, más que probablemente, la puerta a esa posible segunda parte, pues lo mío con Las horas oscuras ha sido, como veis, por así decirlo, un leer por leer.