Cuando conocemos a una persona o la oímos hablar, siempre nos formulamos una serie de preguntas sobre la misma, y entre ellas siempre esta una en común: “¿Este tío es de derechas o de izquierdas?”, en otras ocasiones las alternativas se polarizan aún mas (generalmente para gente con menos cultura general): “¿Ese es facha o comunista?”, y en otras lo afirmamos con rotundidad: “¡Es de derechas!”, o “¡Es de Izquierdas!”. Sin embargo, estas preguntas/afirmaciones parecen cuanto menos estar desfasadas y obsoletas, al menos en la España del siglo XXI.
Las ideologías hunden sus raíces en la Europa del siglo XIX, cuando el derecho al voto se extendió a todos los ciudadanos con el sufragio universal (entendiendo por ciudadanos el concepto de la época restringido solo a los varones) y aquellos individuos que carecían de educación, formación y casi de cualquier elemento de juicio y análisis objetivo de la realidad, debían tomar decisiones sobre temas que “se les quedaban grandes”. Era muy difícil que un aldeano medio pudiera comprender las diferencias entre modelos territoriales, económicos, educativos, recaudatorios, o confesionales distintos, y por tanto, la solución mas racional era juntar todas las alternativas de cada problema político y hacer así un “pack” llamado ideología. De ese modo una persona, al definirse como conservador o de derechas se interpretaba que creía en un modelo político centralista, unos impuestos bajos, un estado abstencionista, y un modelo de estado confesional y religioso. Mientras que si se definía de izquierdas, se presuponía justo lo contrario (modelo territorial descentralizado, altos impuestos recaudatorios, estado intervencionista, aconfesionalidad del estado…). Por ello, en un principio solo había dos ideologías claves: las mencionadas de conservadurismo y socialismo (esta última creó mas tarde su rama de comunismo).
Pero paulatinamente, Europa fue madurando y desarrollándose intelectualmente, la gente fue abandonando las zonas rurales y ocupando las urbes, al mismo tiempo que cada vez mas gente cursaba estudios de algún tipo y se culturizaba. Los índices de analfabetismo descendieron drásticamente, y por lo tanto, la gente ya no tenía que ir a un mitin o discurso político para informarse de las cosas, sino que podían informarse y leer por su cuenta las noticias, y consecuentemente hacer sus propios juicios mas libres de sesgos ideológicos. Ya en el siglo XX, la gente se empezó a dar cuenta de que las ideologías tradicionales no daban respuesta a nuevos problemas. Problemas de los que hasta entonces nadie se había percatado como la posición degradada de la mujer, la globalización y la convivencia entre las distintas culturas y pueblos del mundo, o los perjuicios que la contaminación causaría al medio ambiente y harían nuestro planeta inhabitable. Así surgen nuevas ideologías como el feminismo, el multiculturalismo, o el ecologismo.
Pero la autonomía intelectual que hace al ciudadano tener opiniones propias sobre cada cuestión política en particular, rechazando la impuesta por el “pack ideológico”, va mas allá, y hace que hoy en pleno siglo XXI, sean pocos los que se vean capaces de ubicarse por completo en una ideología. Por el contrario, se tiende coger “un poquito de aquí y otro poquito de allá”. Alguien puede creer en un modelo de estado unitario centralizado (mas de la derecha), pero estar a favor de una fuerte redistribución de la riqueza (de la izquierda). O alguien puede estar en contra del aborto (derecha) pero estar también en contra de los colegios religiosos (mas propio de la izquierda en España).
Y como he dicho antes, en la política sucede como en todo mercado: cuando el consumidor demanda un producto, la empresa lo crea para que se compre y demande. Si los votantes no están en la izquierda, ni en la derecha, están en el centro. Y si el votante está en el centro, el partido no se va a quedar en la periferia. En el siglo XIX, los partidos eran partidos de masas, la masa conservadora contra la masa obrera o socialista. Dos polos completamente opuestos y casi irreconciliables entre sí. Hoy, la mayor parte de los ciudadanos son clase media, y por tanto los partidos políticos no van a por una clase social u otra, sino que van a por todos los que puedan, son partidos “Catch All” (“atraparlo todo”). Por ello, tratan de no salirse de la milimétrica línea de las declaraciones socialmente deseadas o programas políticos popularmente bien vistos. Mandan mensajes con aceptación para casi cualquiera, y rehúyen de todos aquellos elementos que hacen que los votantes les identifiquen en los extremos.
Así, el primer partido que ganó unas elecciones en España tenía el término Centro como nombre propio (UCD). Así el PSOE no consiguió ganar unas elecciones hasta que en el año 1981, en su XXVI Congreso Nacional, decidió abandonar el marxismo económico para acuñar la socialdemocracia. Así, el PP no logró su tan ansiada victoria electoral hasta que dejó de denominarse AP y dejó atrás a todos sus líderes que venían del Franquismo (como su presidente Manuel Fraga). Y así hoy, lo podemos ver en el panorama actual con Podemos. Desde que tienen aspiraciones reales de ganar unas elecciones han realizado un viraje ideológico radical, cuando toda su cúpula ha estado siempre vinculada a la izquierda radical española, en las alas mas duras de Izquierda Unida o en otros partidos como Izquierda Anticapitalista. Han pasado de hablar de una quita de la deuda, a hablar de una auditoría pública de la misma; de nacionalizar grandes empresas a la mera exigencia de función social a estas; de defender el derecho a la autodeterminación de todos los pueblos de España, a no pronunciarse sobre la independencia; de la deliberada crítica a la Iglesia Católica a poner al Papa Francisco como ejemplo a seguir (pues según el CIS un 69% de los españoles son católicos). Asimismo, ya no hablan de otros temas que les hacen perder electorado y de los que antes si hablaban: Ya no mencionan a Venezuela como ejemplo de democracia, porque según las encuestas es el país latinoamericano del que peor percepción política tienen los españoles. Ya no hablan del debate monarquía república porque el Rey Felipe VI es el líder institucional mejor valorado según encuestas como Metroscopia (quien le de una nota de 77/100). En definitiva, no dan ningún mensaje ni posicionamiento que pueda crear debate y hacerles perder el electorado. Pero esto no solo pasa con Podemos. Lo vemos con Ciudadanos, quienes se definen automáticamente de centro, denominándose “tercera vía” por sintetizar el liberalismo en el campo económico y la socialdemocracia en lo social, hasta tal punto que su líder Albert Rivera alude tanto a Aznar (PP) como a González (PSOE) como los mejores presidentes de la historia de España. El PP mientras tanto insiste en definirse de centro (aunque no sea esta la percepción ciudadana del mismo), PSOE como la “izquierda no radical” que es la “verdadera solución frente al populismo de podemos” (en palabras de su Secretario General Pedro Sánchez).
De este modo tan solo algunos nostálgicos como VOX o Izquierda Unida se pretenden ubicar en los extremos como modo para captar votos, sin embargo no les ha supuesto mas que para obtener unos resultados pésimos en las últimas elecciones (las andaluzas), no pasando el primero del 1% de los votos, e IU descendiendo de tercera fuerza a quinta en esta Comunidad Autónoma.
Tal vez los ciudadanos actúen de un modo conservador o progresista, actúen como personas puramente de derechas (queriendo impuestos bajos, que “no les quiten lo suyo”, que se castigue con mayor gravedad en las cárceles) o puramente de izquierdas (siendo solidarias participando en ONGs, actuando como fervientes defensores de los servicios públicos…) , pero lo que si es cierto es que cuando a los españoles se les pregunta periódicamente en el CIS(Centro de Investigaciones Sociológicas) donde se ubican en una escala ideológica siendo el 1 extrema izquierda, y el 10 extrema derecha, la mayor parte de ellos (entorno al 80%) se sitúan entre el 3,5 y el 5,5. De modo que si a diario te vuelve a entrar la pregunta de: ¿Cuál es la ideología de esa persona? Ya tienes la respuesta: Ninguna en especial o de centro en muchos casos, en otros te pueden llegar a decir centro izquierda o centro derecha, y algún nostálgico atemporal, los mas, activistas o radicales, te dirán que pertenecen a uno de los extremos. Aunque eso no quiere decir que en su ser mas profundo sea de una ideología, pues en España siempre ha habido una tendencia a no significarnos políticamente.
Pero a mi juicio personal esta excesiva moderación ideológica no es tan positiva como se puede creer, ya que en muchos casos este “viaje al centro” acaba suponiendo una pérdida de identidad propia e ideas puras, un “El Fin de las Ideologías” como ya la denominó el politólogo estadounidense Francis Fukuyama. La excesiva tendencia de los partidos a crear un mensaje “catch all” que sea querido por todos lleva a solo dar mensajes y elaborar programas políticos que se vendan y donde se cuenten utopías mas que realidades. Y el problema es doble: Por un lado, si vendes que en cuanto llegues con tus alternativas lo vas a solucionar todo y finalmente no lo haces, creas un sentimiento de frustración y consecuente desafección ciudadana a la política, tal y como esta pasando hasta ahora, llegando a ser este uno de los cinco principales problemas para los españoles según el CIS. Y por otro lado, se lleva a omitir los verdaderos retos de la sociedad a largo plazo, pues los partidos actúan siempre a corto plazo, como si fueran miopes, endeudándose cuando ocupan el poder porque en 4 años van a estar otros que tengan que asumir el problema. Así pasa con el mantenimiento del sistema de pensiones, que con la tendencia a la baja de la tasa de natalidad lleva a que en 20 años sea insostenible que la escasa población activa tenga que mantener a la gruesa jubilada. O el problema de la contaminación y el elevado consumo de las sociedades actuales (pues no hay recursos naturales como el petróleo para muchas décadas mas). Todos ellos, problemas que requieren drásticas soluciones y que ningún partido político se atreve a introducir en su programa electoral, pues no vende decir que hay que renunciar a derechos y prestaciones.
El mensaje universalista y ambiguo que suena como una melodía de Tchaivkoski para los oídos no vale para dar estas soluciones. Por el contrario, estos supuestos urgen de soluciones reales, no de utopías. Por supuesto que estas soluciones pueden llevar a confrontación, pues cada uno tendrá las suyas, pero la clave es que esa confrontación se haga con sentido común y con altura de miras. Que suceda como en la Transición española cuando cada uno con una posición ideológica distinta y mas polarizada que en la actualidad, se dieron respuestas distintas pero reales. Que se haga sobre todo una confrontación con concordia y no con lucha. Que se lleve a cabo un debate de ideas como dijo Adolfo Suárez donde “el que no piensa como yo, que no vive en mi misma comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que yo me muevo, y que no tiene mis mismas creencias religiosas; no sea mi enemigo, sino mi complementario”.