"Las inseparables" - Simone de Beauvoir

Por Marapsara

Hay veces en las que una evidencia médica certificando la causa de una muerte, no es suficiente. Para explicarse algunas pérdidas, muchas veces es necesario ir más allá y conocer el pasado de quien ha fallecido: no solo su historial médico, por supuesto, sino su recorrido emocional y vital.

Esto es lo que hace Simone de Beauvoir devolviendo a la vida por algunos instantes a su eterna amiga Élisabeth Lacoin, (Zaza) a través de “Las inseparables”. También lo hace en otras obras como “Cuando predomina lo espiritual”, “Los mandarines” o “Memorias de una joven formal”, de una forma más o menos extensa o evidente.

En “Las inseparables” todo gira en torno a la tierna amistad que unió a Simone con Zaza (Sylvie y Andrée en la ficción), aunque mejor cabría hablar de devoción, por parte de la primera. En un jovencísimo siglo XX, inmersa en una estructura social férreamente patriarcal y religiosa, la joven Simone ni siquiera cuenta con referentes que expliquen ese sentimiento que la inunda y que no encaja en la definición de amiga. Como un instinto muy fuerte que no sabe explicar y mucho menos manejar, Simone se conforma con tener a Zaza cerca y procurar que sea feliz.

Si leemos esta historia conociendo mínimamente el pensamiento de Simone, resulta aún más chocante ubicar a la Simone niña y adolescente dentro de un círculo donde la religión católica y, por tanto, la represión, era la norma imperante. Una niña como ella estaba destinada a renunciar a su integridad, personalidad y sus sueños a cambio de los deseos de su entorno: pasar desapercibida y casarse “bien”. 

A este respecto, hay una frase que me ha dado que pensar. 

(…) todo habría sido más sencillo si, como yo, [Andrée] hubiera perdido la fe en cuanto su fe perdió el candor” (pág. 84)

La verdad es que resulta abrumadora la maestría con la que está escrita esta dulce y triste historia: es la marca de la casa de Simone de Beauvoir. El caso es, que todo habría sido muy diferente para la desdichada Zaza si la culpa, el pecado, el tormento, el infierno… y demás cuentos chinos que solo sirven para oprimir, no hubieran marcado su vida.

A los niños es sencillo engañarlos con cualquier cosa. Es lo que me transmite la frase de Beauvoir: también ella había sido estafada con el cuento religioso pero, por suerte, tuvo la suficiente claridad de pensamiento cuando, ya pre adolescente, alcanzó el uso de razón y abandonó de un plumazo todas esas imposiciones al darse cuenta del grave daño que provocaban.

Me gusta mucho, muchísimo, cómo está escrito. Quienes me conocen saben que el argumento me resulta secundario ante una redacción impecable. La narración deja a Simone en segundo plano y aunque habla de la amistad entre ambas, se centra sin rodeos en su adorada Zaza. Hay pasajes increíbles como este:

"¿Le habría dado pena a Andrée que nos impidieran vernos? Menos que a mí, seguramente. Nos llamaban «las dos inseparables» y ella me prefería a todas las demás compañeras. Pero me parecía que la adoración que sentía por su madre tenía que ir en menoscabo de sus otros sentimientos. Su familia era primordial para ella, se pasaba muchos ratos entreteniendo a las pequeñas, que eran mellizas, bañando y vistiendo a esas masas de carne inciertas; le hallaba sentido a todo cuanto balbucían y a sus muecas ambiguas; las mimaba amorosamente. Y además, estaba la música, que ocupaba un lugar importante en su vida. Cuando se sentaba al piano, cuando se colocaba el violín entre el cuello y el hombro y escuchaba con recogimiento la melodía que le brotaba de los dedos, yo tenía la impresión de oír cómo se hablaba a sí misma: comparadas con ese prolongado diálogo que seguía adelante en secreto con su corazón, nuestras conversaciones se me antojaban muy pueriles. A veces, la señora Gallard, que tocaba muy bien el piano, acompañaba la pieza que Andrée interpretaba al violín, y entonces yo me sentía completamente al margen. No, nuestra amistad no le importaba tanto a Andrée como a mí, pero yo la admiraba demasiado para sufrir por eso" (pág. 24)

Esta historia no deja de ser una reivindicación de la necesidad de enseñar la diversidad desde la infancia, así como la importancia de tener referentes. Si eres una mujer que se enamora de su amiga, ¿cómo no te va a volver loca no saber lo que sientes? Y, si acaso puedes barruntarlo, ¿quién te comprenderá y te tranquilizará porque no estás loca por estar sintiendo algo perfectamente natural? Por menos ha habido muertes.

Es más, no se trata solamente de la normalización del lesbianismo sino, también, de la bisexualidad: algo perfectamente normal que le sucede a la pequeña Simone es enamorarse de una amiga en un contexto donde se segregaba por géneros (colegios de monjas y demás) sino interesarse también por hombres cuando por fin tiene la ocasión de rodearse también de ellos. Algo que no invalida su atracción por las mujeres, dado que no se trata de dos orientaciones sexuales que pueden convivir, sino de una orientación como tal, la bisexualidad, que suele menospreciarse y relegarse a una fase y todo tipo de tópicos discriminatorios muy dañinos. Simone la defendió en su vida y en su obra con sabiduría y coherencia. Todo lo demás, son traumas.