Las invasiones bárbaras. Texto: Antonio Soler. Diario Sur.08.05.2011.
El turismo como fuente de riqueza, inevitable. Pero hay diferentes turismos, diferentes calidades que van desde la ganadería fina al turismo de élite, pasando por el cultural. Vender baratijas y dos cocacolas a cambio de convertir la ciudad en escenario para el esperpento no significa invertir de cara al futuro. Es un modo de abaratar el concepto turístico y sobre todo el concepto del ciudadano que ha de ver convertidas las calles supuestamente más nobles de su ciudad en un espectáculo hortera. «Bienvenido mister Marshall» again. Cualquier cosa para seducir un turismo de bajo perfil que se lo traga todo. Las ciudades se crean identidades, sellos que, por arriba o por abajo, las distinguen.
El planeta globalizado ha acotado las posibilidades del viajero -aquel ser inquieto que explora el mundo en busca de lo distinto para ensanchar sus horizontes-. El viajero ha sido sustituido por un turista que al viajar solo busca lo conocido. El turista no viaja, simplemente se traslada, para comer lo que ya conoce y estar en lugares neutros en los que la decoración cambia pero la esencia es la misma que dejó en su casa. Una musiquilla de mariachis, zíngaros o cantantes aflamencados y un sello en el pasaporte además de unas fotos al lado de un monumento es lo que va a distinguir un lugar de otro. Parece que, esgrimiendo unas supuestas prioridades económicas a cortísimo plazo, hay mucha gente interesada en que Málaga luzca ese marchamo barato, material previsible y facilón para visitantes poco exigentes. No basta con inaugurar un museo cada día. Hay que dotarlos de un espíritu que no es compatible con el baile de pasodobles en la plaza del pueblo. En ‘Aprendiendo de Las Vegas’, un viejo libro que ilumina este fenómeno, se dice que «está muy bien decorar una construcción, pero nunca construyamos la decoración». Pues eso, intentemos vender lo que somos, no lo que se piensan que debemos ser. Porque en el fondo, esto último encierra un gran complejo, el de creer que no somos nada y que nada tenemos que ofrecer”.
En Algún Día: Antonio Soler.
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