Las lágrimas de Eva

Por Bergeronnette @martikasprez

-“Que te ocurre, Eva?”
La niña estaba sentada sobre el sofá. Abrazaba sus piernas, en un instinto protector, mientras dos enormes lágrimas caían por su rostro. Levantó la cabeza al escuchar a su hermano. No le gustaba que la viera triste, ella era su confidente, con quien jugaba en los ratos libres. Pero esa tarde no había podido evitarlo.
-“Cuéntame que te pasa, Eva.”
Eva lo miró de arriba abajo. Su hermano iba con unos pantalones de vestir, propio de los días de fiesta, y una camisa blanca. Tenía los zapatos de los domingos, esos que le apretaban, pero que no decía nada en casa, para que su madre no se enfadara. El pelo lo tenía bien peinado, y algo mojado. Parecía más mayor.
-“Nada.”
-“No seas tramposa, que te he visto llorar.”
-“Es que... Hoy no has jugado conmigo, y estaba sola, y todo el mundo parece raro.”
Juan se acercó al sofá, y abrazando a su hermana pequeña, le susurró que estaban tristes, pero que ella era muy pequeña para entenderlo, que cuando fuera más mayor, se lo explicaría.
-“¿No me lo quieres explicar ahora? ¿Con una historia?”
La cara de Eva se había iluminado, sus ojos comenzaban a brillar, y aunque Juan no tenía demasiadas ganas, verla sonriente lo animó a inventarse una historia. Pero no como las otras.
-“Te acuerdas, Eva, de cuando nos escondíamos debajo del edredón de la cama, con una linterna y un libro?”
-“Sí, claro, nos reíamos mucho.”
Nunca te dije que una vez, escondí una gran nave espacial debajo de las sábanas, de esas que tienen muchas luces, y son del color del papel con el que nos envuelven el bocadillo. Pero era una nave mágica. Es capaz de llevarte a cualquier lugar, a la isla de los piratas, o a correr con los conejos por la luna. Y tiene un sistema muy grande que le permite luchar contra las peores pesadillas.
Para empezar el viaje, sólo hay que taparse con toda la sábana, y poner la almohada encima de la sábana, para cerrar la puerta, y aunque en un principio te cueste respirar, ya te acostumbrarás. Cuando ya estés lista, no hace falta más que contar diez, pero al revés.
-“Te acuerdas, de cómo se hacía, Eva?”
-“Sí, diez, nueve, ocho, seis...”-“Siete, seis, cinco...”-“Cuatro, tres, dos, y uno.”
-“Y cero. Oirás un pitido, y luego verás muchas lucecitas de muchos colores, que se moverán en círculo. Estaremos despegando hacia el lugar de los sueños.”-“Jo, nos vamos ahora a la nave? Venga, porfa, porfa, porfa.”-“Esta noche, si quieres.”
-“Sigo con la historia, Eva.”
-“Vale.”
Una vez, antes de que tú me acompañaras en las aventuras, me fui de viaje a un sitio muy extraño. Había un camino de baldosas amarillas en el suelo, y tras el despegue, lo fui siguiendo. Me llevó a una ciudad maravillosa, en donde la gente cantaba, y bailaba, sin importarle si llovía o hacía sol. Encontré un león miedoso, y un hombre de hojalata que quería sentir. Lo curioso es que todo el mundo parecía no importarle los sentimientos de aquellos dos personajes. Les pregunté dónde estaba, y ellos me contestaron que en un reino maravilloso, donde la pena se transforma en alegría, y el dolor en recuerdo.
-“¿Y tú estabas triste, Juan?”
-“Un poco.”
-“¿Cómo ahora?”
-“Sí, como ahora, pero déjame que siga con la historia.”
-“Vale, ya me callo, pero no me asustarás, verdad que no?”
-“No, tranquila, escucha...”
Fui con el león miedoso y el hombre de hojalata hacia un inmenso castillo. Y allí nos recibió un señor, muy bajito, muy bajito, y con un sombrero inmenso, como el de los personajes del país de las maravillas de Alicia. Casi parecía que iba a desaparecer bajo él. Pero no, nos hizo pasar a una sala muy grande, de color blanco, y con olor a violetas, como cuando vamos al campo. Nos dijo que esperáramos unos momentos, que estaba ocupado, pero que enseguida nos llamaría. Y esperamos, y esperamos. Había una sola ventana en la sala, me asomé a ella, y había un jardín lleno de flores de todos los colores, seguro que te hubiera gustado estar allí, Eva. Mientras, el león no hacía más que tiritar de miedo, pensando que el señor que nos había dicho de esperar era un médico, de esos que te ponen una aguja en el brazo, o en el culete, para curarte. El hombre de hojalata, trataba de calmarlo, y le decía que allí todo era distinto.
Yo quería volverme a casa, a la nave espacial, donde me sentiría seguro, y el olor de la tortilla de patatas que hace mamá me envolvería. Pero me quedé allí, si la nave me había llevado hasta allí, tal vez fuera porque algo maravilloso me iba a suceder, y sí, Eva, así fue.
Cuando volvió el hombrecito del sombrero enorme, me cogió de la mano, y me llevó a otra sala. Me dijo que no tuviera miedo, que siempre habría alguien cuidándome, aún cuando no estuviera a mi lado, y que, cuando estuviera triste, sólo tenía que subirme a la nave espacial, para que me llevara allá donde yo quisiera. Hay que contar hasta 10, pero al revés, como te expliqué antes, y podría ver mundos maravillosos, llenos de gente de colores, y de animales cojos que bailan tango, y que podía subir al cielo, y hablar con las estrellas, y ver a los ángeles, y columpiarme sobre la luna. Tan sólo debía recordar el momento exacto de la caída de la primera lágrima, pulsar un botón rojo que hay escondido, y volar alto, alto, alto, hasta donde pudiera y dejarme mecer por los recuerdos.
-“Jo, y si no puedes?”
Me dijo que si no podía, podía buscarte y contarte porqué estoy llorando, que seguro que me harías sonreír. Y que si tú no podías, -me dijo que- podía salir a la calle, y buscar una fila de hormiguitas en el suelo, y contarles a ellas lo que me pasaba, que ellas son unas mensajeras estupendas, y además, siempre van sonriendo, aunque tengan una carga muy pesada sobre sus antenas.
-“Pero, Juan, y ahora cómo estás?”
-“Ahora estoy bien.”
-“¿Estás seguro?”
-“Claro. Pero me aprietan los zapatos.”
-“Me prometes una cosa?”
-“¿Que subiremos a la nave espacial esta noche?”
-“No, bobo, que cuando crezcas, no me olvidarás.”
-“Me lo tengo que pensar...”
-“Jo, eres malo!”
-“Te lo prometo.”
-“Ahora sólo te falta contarme que les pasó al león y al hombre gris, y te dejaré ir sin hacerte muchas cosquillas.”