Aquellos soldados endurecidos por las batallas apenas podían creer lo que veían cuando docenas de campos de concentración cayeron en su poder. Estos hombres siempre recordarían aquellas escenas con tremenda ira: los esqueletos ambulantes que les salían al encuentro y la voluntad de éstos de sobrevivir a lo único que habían salvado del régimen nazi: las tumbas, los pozos y trincheras llenos de cadáveres; las filas de crematorios llenos de huesos requemados, el mudo y horroroso testimonio del sistemático exterminio en masa de seres humanos.
¿Cuántos habían sido exterminados? Al principio, nadie podía ni siquiera calcularlo aproximadamente. Pero se supo, cuando fueron llegando informes de todo el frente, que el total sería astronómico. En cuanto a quiénes eran las víctimas, estaba muy claro. Era predominantemente judíos. Entre ellos había polacos, franceses, checos, holandeses, noruegos, rusos y alemanes. En el asesinato en masa más diabólico de la historia, habían sido eliminados por muy diversas e innaturales maneras. Algunos fueron usados como conejillos de indias en experimentos de laboratorio. Miles de ellos fueron fusilados, envenenados, ahorcados, o gaseados; a otros, sencillamente, les dejaban que se murieran de hambre.
En el campo de Ohrdruf (subcampo de Buchenwald), tomado por el 3er Ejército de los Estados Unidos el 12 de abril, el general George S. Patton, conocido como el más duro y gélido de los jefes militares norteamericanos entró en una de las casas de la muerte y tuvo que salir de allí con el rostro surcado por las lágrimas y encontrándose visiblemente afectado. Al día siguiente, Patton ordenó a la población de un pueblo cercano, cuyos habitantes sostenían que nada sabían de los crímenes en aquel campo, que lo vieran ellos mismos. Los que se resistían a ir eran obligados a ello con los fusiles. A la mañana siguiente, el alcalde del pueblo y su esposa se ahorcaron.
Fuente:
KZ
Wikipedia
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