Ayer me cargué una lámpara. Lo he mencionado por encima en el post anterior y ahora puedo dar detalles porque he visto que el elemento atacado se encuentra en perfecto estado, así que supongo que lo máximo que me puede pasar es que me obliguen a pagar una bombilla.
Me explico, para que no penséis que voy por ahí destruyendo el mobiliario ajeno.
Entro en la sala de prensa para desplegar mis doscientos calendarios e intentar organizarme. Como me viene pasando últimamente, me encuentro con que la mitad del espacio está ocupado por un equipo realizando una entrevista. Vaya por Dios. Localizo un sillón en la penumbra (cuando hay entrevistas se ponen dramáticos y bajan las luces) y voy hacia él, viendo que el cojín en el que se supone que tengo que sentarme está fuera de su sitio, de manera que si me apoyo aquello va a volcar. Y yo no quiero organizar un escándalo y que se oiga en la entrevista de al lado, así que empujo sutilmente el cojín con una pierna, para reubicarlo y hacerlo utilizable de nuevo.
Tal vez una persona ágil lo habría logrado, no lo sé. Lo que sí sé es que en mi caso no sólo no consigo recolocar el cojín, sino que el sillón resulta ser extraordinariamente ligero y al contacto con mi pierna resbala grácilmente sobre el suelo, cruzando el poco espacio que lo separa de una lámpara de pie que tiene detrás. Entonces se produce un mínimo contacto entre los dos objetos.
Y la lámpara se funde.
Qué bien.
La mirada de desaprobación que me lanza la periodista sentada casi a mi lado, con ese movimiento de cabeza y esa severidad y desprecio en sus ojos, me da a entender que el auténtico amor de su vida son las lámparas de pie, y que cada vez que una sufre algún daño, algo se muere en su interior. O bien que sabe a ciencia cierta que una persona que es capaz de destrozar con tal saña una lámpara, evidentemente dedica su tiempo libre a asesinar cachorritos. Sea como fuere, qué le voy a hacer a estas alturas, me siento en la oscuridad y me pongo a revisar los horarios aún a riesgo de quedarme ciega. Porque si la lío, apechugo y me quedo en la escena del crimen un rato. Porque huir es de cobardes.
En ese momento otra periodista se levanta y va hacia la lámpara, apretando el botón de encendido, a ver si cuela. Yo sé de sobra que como mínimo he fastidiado la bombilla, pero voy igual, por aparentar aunque sea.
Yo - Creo que me la he cargado.Mujer - Pues sí. Está rota.
No habla, sentencia. Lo dice con una ira y un odio que se me escapan un poco, teniendo en cuenta que estamos hablando de una bombilla. Es evidente que antes de mi llegada los presentes en la sala han desarrollado una amistad inquebrantable con la lámpara. Se habrán ido juntos de cañas, a jugar al tenis, conocerán a sus hijos. Esas cosas.
Total, que con toda la gente maja que hay por aquí, algún amargado me tenía que encontrar. Y por lo visto vienen en packs de dos.
Me imagino que, en el peor de los casos, el festival tendrá un seguro que se encargue de cubrir estas cosas, porque si a mí me tocara pagar la lámpara o la bombilla o lo que fuera, tendrían también que pasarme la factura de la tintorería si tirara un café por encima de una silla tapizada, ¿no? Quiero saberlo, pero no me atrevo a preguntar, no me vayan a mandar a Ikea a comprar una lámpara de diseño.
Intentaré no romper nada más, por si acaso.
p.d. Soy consciente de que hay trabajadores del festival leyendo esto, así que NO ME DELATÉIS, MALDITOS. Estoy dispuesta a sobornaros con galletas si es necesario. Apiadaos de mí y pensad que no lo he hecho adrede. Las lámparas también son criaturas del Señor y no les haría daño a propósito. Las lámparas son nuestras amigas.