Como suele ser costumbre en el cine de Europa del Este, el retrato que ofrece de Bulgaria la película de Komandarev es desalentador. Es como si el país no se hubiera librado todavía del todo de su pasado comunista y no fuera capaz de adaptarse a un capitalismo de rostro humano. Blaga es una anciana que sobrevive ofreciendo clases particulares y cuyo mayor anhelo en ese momento es ofrecer una sepultura digna al marido que acaba de fallecer. Un día cae en un timo telefónico de lo más burdo - aunque también bien elaborado - y pierde todos sus ahorros. A partir de ahí, como le sucede al protagonista de Breaking bad, la exprofesora abrazará su lado más oscuro e intentará recuperar su dinero aliándose con los timadores. Las lecciones de Blaga no ofrece concesiones en su retrato de un mundo oscuro y triste, cuya mejor metáfora es el mamotreto de la era comunista (el monumento más grande la zona) que decora un monte en la ciudad de Shumen. Es como si la película fuera una metáfora de la pérdida de la inocencia de una sociedad que ha estado dormida hasta ahora y que debe despertar a base de golpes, sobre todo en aquellos, como Blaga, que fueron alumnos y luego educadores en el Régimen comunista. Desde luego el final de Las lecciones de Blaga no puede ser más cruel dejando al espectador con una sensación de desasosiego que permanece bastante tiempo después de haber acabado de ver la película.