Revista Arte

Las libertades representativas del manierismo nórdico y su imaginación sorprendente.

Por Artepoesia
Las libertades representativas del manierismo nórdico y su imaginación sorprendente.
Las libertades representativas del manierismo nórdico y su imaginación sorprendente.
Cuando el Manierismo estaba en su mayor apogeo, segunda mitad del siglo XVI, los pintores del norte de Europa (flamencos y holandeses fundamentalmente) desarrollarían su peculiar manierismo nórdico. Cuando en el sur de Europa los temas más tratados en ese estilo eran religiosos, los pintores norteuropeos se inclinaron más por asuntos mitológicos o, los más moderados de ellos, por una temática antiguo-testamentaria donde las leyendas de la antigua Israel, tan sensuales, podrían utilizarse sin arañar demasiado la sensibilidad frente a trazos paganos o claramente reformistas. El Segundo Libro de Samuel (Libro II de los Reyes) describe así el momento en el que el rey David verá por primera vez la belleza de Betsabé: David se quedó en Jerusalén. Una tarde, cuando el rey se levantó de su cama y se puso a pasear sobre el terrado de su palacio, vió desde ahí a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa...  Este fragmento bíblico es, además de un motivo iconográfico fundamental en el Arte europeo, la alegoría ahora más expresiva de la visión de la belleza artística, del Arte mismo. Porque el rey David mira pero no es visto, desea y acabará poseyendo lo mirado: una fiel representación metafórica de lo que es cualquier admirador del Arte -de nosotros-  al experimentar lo mismo que el rey israelita sintiese en su visión. 
Cornelis van Haarlem (1562-1638) es uno de los mejores pintores manieristas de la historia del Arte. Extraordinario seguidor de la escuela de Haarlem, pero también de Amberes, el lugar más frenético del Arte manierista mezcla por entonces tanto del estilo flamenco como del italiano. Los pintores noreuropeos fieles a esta tendencia simbiótica de estilos nunca desecharon los colores, las formas, la elegancia, la sensualidad ni la desenvoltura de los maestros italianos. Para cuando Cornelis pinta su obra Betsabé en su baño ya el siglo XVI empezaba a declinar. En el año 1594 los pintores italianos comienzan a vislumbrar entonces el naturalismo de Caravaggio y su fortaleza compositiva tan realista. Pero Cornelis sigue siendo un enamorado tanto de la belleza sugerente como también de la belleza misteriosa e interiorizada. Para el pintor holandés el Arte no tiene razón de ser si lo que expone en sus obras es la representación más realista, cruda y explicitada de la vida. Aun de una mitología sagrada, aun de una historia consagrada por la transcripción textual de una enseñanza bíblica fiel, además, a la deriva penitente de lo más humano: el irrefrenable deseo pasional. Porque la pasión ahora calculada del rey David (luego de ver a la esposa de Urías en el baño decide el rey poseerla calculando hacer desaparecer al marido) es una forma intelectualizada de deseo. Como lo es el Arte. También lo es el acabar poseyendo esa belleza, porque el Arte es una forma de belleza que acabaremos aprehendiendo luego de mirarla deseoso. 
Trescientos años después, y algunas tendencias entre medias, el pintor academicista francés Gérôme (1824-1904) compone en el año 1889 su lienzo Betsabé, pero ahora con un manifestado y explicitado modo de hacerlo totalmente diferente y opuesto al de Cornelis van Haarlem. En la obra realista academicista de Jean León Gérôme la visión reflejada del mensaje bíblico es conforme a lo textual: el rey David está admirando desde su terrado el cuerpo desnudo de Betsabé mientras ésta se baña junto a una sirvienta. Sólo el cielo los separa ahora con sus tornasolados trazos magistrales. Porque la pequeña y lejana figura de David y su objeto de deseo visual están ahora aquí en la línea de un punto de fuga tan erótico y manifiesto como la obra fijará, así, sin secretos, todo su sentido estético justificado. Pero en la pintura manierista no es así para nada. En la obra manierista no habrá línea de fuga erótica pero, a cambio, sí misterio y suspense... Para los pintores como Cornelis la verdad explicitada de la realidad transmitida por una historia no es ninguna razón para plasmar con ello belleza tan elaborada en un cuadro. La belleza es autónoma en el manierismo, no dependerá de ninguna mirada, salvo la del espectador ajeno -fuera del cuadro-, es decir, de nosotros mismos. La belleza manierista no es ni exagerada ni desenvuelta, no es mirada claramente en el cuadro, ni siquiera atropellada. Entonces, ¿cómo llevar a cabo una representación artística que se basa precisamente en la utilización de la mirada como justificación de aquella? En la obra de Gèrôme está ahora el palacio de David visible a la izquierda y en él al rey David lo vislumbramos sin error. Pero, ¿y en la obra de Cornelis, dónde estará el rey israelita? Veremos el palacio de David al fondo de la obra ahora en trazos apenas de grisalla, demasiado lejos incluso como para poder ver alguien desde allí sin dificultad.
Pero es que el Manierismo es la representación del Arte más puro jamás realizado nunca. Arte donde lo intelectual y lo sensual se dan la mano sin solución de continuidad, sin límites, sin fisuras, sin aditamentos extraños a una manifestación de una belleza trascendente. Belleza material también, sensual más bien, pero que va más allá -que trasciende- de los referentes reales o naturales de lo bello. Por eso aquí, en la obra manierista de Cornelis, no veremos al rey David. Ahora veremos un paisaje frondoso -el bosque acogedor del universo simbólico de belleza inmaculada-, veremos desnudos señalados..., o por el marfil más blanco y puro o por el azabache más negro y misterioso, también fuentes estatuarias y la ausencia imperceptible de un cielo. Betsabé está siendo lavada por dos personajes en Cornelis cuando en Gèrôme solo hay una sirvienta. En el Manierismo la belleza es compartida por todos los personajes posibles, no solo por el principal; en el Academicismo el personaje protagonista es solo lo importante. Es esto, disponer de dos sirvientas, además otra libertad que se tomará Cornelis para componer su obra porque Betsabé no era más que la mujer de un mero soldado de Israel. Sin embargo, el pintor manierista irá más allá en su intelectual y bella tendencia metafórica. La belleza sugerida es acentuada en un simbólico triángulo de cuerpos alternados de belleza, uno donde dos cuerpos blancos serán realzados por el bello y exótico cuerpo negro de la sirvienta. Pero, no bastaría esa belleza porque ahora ese cuerpo blanco de mujer atendiendo al baño de Betsabé tiene una apariencia masculina... Todo un alarde misterioso y magistral aquí para representar la presencia visual tan necesaria de aquella metáfora admirativa. Es ese cuerpo la representación de la figura transpuesta del rey David. Es esa representación que exige la imprescindible situación de un personaje en una obra cuya justificación tan solo tendría sentido si, para que exista una observada, existe también un observador... Como en el Arte. 
(Óleo Betsabé en su baño, 1594, del pintor manierista Cornelis van Haarlem, Rijksmuseum, Ámsterdam; Cuadro del pintor academicista Jean León Gèrôme, Betsabé, 1889, Colección Privada)

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