Hay mafias estatales y otras supranacionales que controlan a miles de políticos, entre ellos a muchos jefes de gobiernos. Todas ellas son enemigas de la democracia y de los ciudadanos libres y aspiran al control del poder y de las poblaciones.
Sus metas son terribles y de una crueldad que sorprende. Son capaces de reducir la población mundial para controlarla mejor, de provocar guerras y de envenenar a la población mundial con vacunas y medicamentos diseñados no para curar sino para matar.
No hace mucho, el diario español "El País" publicó un artículo titulado "Cuando el crimen organizado es el Gobierno", donde sostenía que "La cleptocracia no es la principal amenaza de la corrupción a gran escala. Ciertos países van más allá y se convierten en Estados mafiosos".
El ruso Putin es el prototipo de mafioso asesino en el poder. Está comprobado que el autócrata ruso ha matado a sus peores adversarios y que utiliza el terror para gobernar.
Las mafias han logrado adoctrinar y envilecer a las poblaciones, hasta el punto de que un asesino como Putin goza de gran popularidad en su país, mientras en otros países del mundo, entre ellos España, los ciudadanos otorgan gran cantidad de votos a gobernantes que mienten, incumplen sus promesas, apoyan la corrupción, dividen al pueblo y utilizan el dinero y los recursos del Estados como si les pertenecieran.
El mundo, en manos de mafias de maldad asombrosa, atraviesa, seguramente, por la etapa más pervertida de la Historia.
Ese mundo sucio, canalla y delincuente es el que nos ha tocado vivir y nuestro deber como miembros de la raza humana, es luchar contra los capos mafiosos, los asesinos y canallas que se han apoderado de los estados y gobiernan con palabras suaves y mano de hierro candente y afilado.
Hay muchas naciones gobernadas por cleptócratas (del griego ‘clepto’, que traduce robo, y ‘cracia’, gobierno). Es un sistema donde el presidente, primer ministro o monarca utiliza los fondos y recursos de la nación como si fuesen propios y los distribuye entre sus familiares, testaferros y socios, aliados políticos y altos oficiales militares.
Cleptocracias hemos visto en los cinco continentes: desde el Haití de ‘Baby Doc’ Duvalier hasta el Kazajistán de Nursultan Nazarbayev. Muchos de estos cleptócratas mantienen a su pueblo en la indigencia mientras ellos se roban los activos de la nación.
Pero el problema de nuestro tiempo es que la cleptocracia y la mafia, que antes operaban solo en países desgraciados, débiles o controlados por el comunismo, se han extendido y controlan hoy gobiernos aparentemente democráticos y con peso en el mundo.
Ese es el gran drama de nuestro tiempo y el gran desafío para los ciudadanos libres y honrados del planeta.
Francisco Rubiales