Un día le dije: “Macorina te voy a llevar conmigo alrededor del mundo. Vas a recorrer de mi mano muchos mares y tierras lejanas. Se lo dije así y ella sonrió. Quién sabe si en ese momento me había creído, seguro que no, pero vivió el tiempo suficiente como para darse cuenta de que cumplí mi promesa. Cuando ella murió, en 1977, ya mi Macorina había ido y venido alrededor del mundo”.
Así explicaba la cantante mexicana Chavela Vargas, en una entrevista a María Cortina (Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela), cómo la figura de la ‘Macorina’ recorrió de su mano el mundo a través de una poema del asturiano Alfonso Camín hecho canción. La melodía tuvo su origen en la propia Chavela y su estribillo “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí” escandalizó al mundo. Se trataba, dicen, de la primera canción erótica que una mujer dedicaba a otra. El tema fue prohibido en España durante el Franquismo.
Y yo sin saber qué hacer -continúa la canción- de aquel olor a mujer, a mango y a caña nueva con que me llenaste el son, caliente de aquel danzón… Este danzón original al que hace referencia la canción popularizada por Chavela no es otro que el cantando por Abelardo Barroso que, de la mano de la orquesta Sensación, retomaba la figura de Macorina con el mismo estribillo -Ponme la mano aquí- y daba, además, algún dato más de su biografía: Ella gasta gasolina en su carro colorao […]Allá va la Macorina en su carro colorao…
Sin duda, esta anécdota puede tomarse como ejemplo de lo que sería la historia (milagro y vida) de María Calvo, alias ‘La Macorina’ (apodo que, según aseguró en la última y casi única entrevista que le realizaron, detestaba). Y digo ejemplo porque, si bien la figura de ‘La Macorina’ como musa protagonizó numerosas obras literarias, musicales y artísticas, la historia de su persona ha quedado diluida entre leyendas. En los libros del cementerio donde yacen sus restos consta que su nombre original fue María Constanza Caraza Valdés. Este artículo, es un intento por “rescatarla”.
La primavera o las ganas de vivir
En 1958, a sus 66 años, María Calvo fue entrevistada para la revista Bohemia, por el único periodista que logró hacerlo, en su cuarto de la calle Apodaca en La Habana. Tras preguntarle cómo fue su niñez y su adolescencia, ella contestó: “Nací en l892 [en Guanajay] en el seno de una familia bien […]. Vivíamos en un pueblo en las afueras de La Habana. La primavera en el campo embriaga. Yo tenía 15 años y la sentía en la piel, en los ojos, en el alma. La primavera me empujó a escapar de casa con un hombre que prometió amarme por siempre. Mis padres intentaron que regresara, pero seguí en La Habana con mi primer y único amor, aquél que recordaré hasta mi muerte. Él apenas podía garantizar nuestra seguridad económica. Un día apareció una mujer que dijo saber la forma en que podíamos vivir lujosamente. Yo accedí y con ese tremendo error comenzó una etapa de mi vida que dio origen al mote, al danzón y al son que tanto odio”.
No queda claro, tras esta declaración, si María se refería por “familia bien” a una familia adinerada o si hablaba de una familia con “moral cristiana”, tal y como se exigía en la mojigata Cuba de entonces, heredera de la moral familiar española, y marcada por tabúes rígidos sobre la sexualidad femenina que daban lugar a vidas de mujeres encerradas entre conceptos opuestos y totalmente contradictorias.
María Calvo empezó a convertirse en una especie de cortesana de la época ejerciendo el trabajo sexual de una manera muy selectiva.
Tal y como retrató Miguel de Carrión en la narrativa naturalista de la época, dos modelos imperaban: la “burguesa honrada” y la “pobre impura”. María Calvo no llegó a encarnar en vida ninguno de estos dos papeles, y su decisión de quedarse en La Habana bien podría reflejar un sí a la ciudad. La capital ofrecía, en este sentido, mayores oportunidades a la juventud cubana de entonces.
Diez años después de nacer María, nació también la República de Cuba, que empezó a percibir un esplendor económico durante las dos primeras décadas de primeros de siglo. No obstante, ésta nació condenada a no sostenerse ya que se sustentaba de manera casi exclusiva en el cultivo del azúcar y en las relaciones mercantiles con los Estados Unidos. Los vaivenes económicos de la isla marcaron, sin duda, esta historia que puede contarse al unísono de los mismos.
Y es que, fue precisamente esta imagen de esplendor la que constituyó el otro escenario decadente y alborotado de la Cuba de los años 20 hecha de gánsters, droga, fiestas a raudales y santería: la Cuba del emblemático Tropicana. Fue también éste el entorno en el que María Calvo empezó a hacerse un nombre, a convertirse en una de las mayores presencias de los “salones de vida alegre”, a modo de una especie de cortesana de la época ejerciendo el trabajo sexual de una manera muy selectiva.
Macorina de la Charangas, personaje que un hombre popularizó en estas fiestas
Con las manos al volante. “Circulación diabólica”
Su estatus económico conseguido en los salones de la época no hizo, sin embargo, que María se ausentara de la vida pública y social de La Habana. Muy al contario, ésta hizo notar su presencia al máximo y logró gozar de una independencia a la que no tenían acceso la mayoría de mujeres. Despertó, también a su paso, muchas envidias.
Miguel de Carrión logró hacer un retrato de ella en su obra Las impuras (1919), en la que construye una narración fidedigna de cómo era el trabajo sexual en la época. La obra también se vio marcada por el tabú y fue prohibida para las mujeres solteras. Ésta inmortalizó a María Calvo en el personaje de ‘La Aviadora’, sobrenombre por el que también se la conocía entonces. El párrafo siguiente es parte de esta obra:
“En La Habana es difícil que una mujer galante pueda vivir de sus liberalidades de un solo hombre […]. Por eso, la mayoría de las mujeres como Carmela, tienen que conformarse con que sus gastos sean pagados por una especie de sociedad de comandita, en la cual los deberes y los derechos de los socios están cuidadosamente reglamentados. La Aviadora tenía a Don Plácido, al general, a Pendales, a Angelín y a los que la enviaban a buscar de las tres o cuatro casas de citas con las cuales mantenía relaciones de negocios. Tenía un auto, que guiaba ella misma, dos o tres mil duros en el banco, aquel lindo departamento en la Avenida del Golfo y tres criadas […]. Pertenecía, pues, a la aristocracia del hetairismo habanero, y se le tributaban homenajes y envidia por las infelices que no habían podido llegar a tal altura […]”.
El acceso a su independencia también fue peleado por Calvo que, apasionada de los coches europeos, decidió conducir el suyo propio y acceder así a la licencia que la ley denegaba a las mujeres. Por aquel entonces, como bien explicaba Ciro Bianchi en el Diario de Juventud Cubana, “a los permisos de conducir no se les llamaba cartera dactilar ni licencia de conducción. Se les llamaba títulos. Y esos títulos equivalían para aquellos chóferes a un diploma universitario”.
Finalmente el propósito de María Calvo de conducir su famoso convertible rojo con licencia se hizo realidad en 1917, convirtiéndose en la primera mujer en obtener su ‘título’ y en conducir un automóvil con pleno derecho en Cuba. Esto le llevó a ser una figura representativa de la lucha feminista de la época, que empezó a despertar entonces debido a la gran influencia francesa que tanto gustaba a ‘La Aviadora’ y que reproducía en su estética con su pelo a lo garzón, su cigarrillo al volante y su bufanda alrededor del cuello. Asimismo, María llegó a dominar el francés bajo el fin de relacionarse con los negociantes que llegaban a la isla. Su trato y la cultura que dominó la caracterizaban como una mujer bastante ‘refinada’ para sus orígenes.
Sin embargo, su logro no fue bien recibido por la moral católica de la época y Calvo fue acusada de “diabólica” por parte de los representantes eclesiásticos, que aseguraban que era todo un “un litigio” que una mujer obtuviera licencia. La situación provocó la celebración de varios juicios (hay prueba de ellos en el archivo jurídico de la nación), que acabaron con una sentencia favorable para María.
No obstante, todo hay que decir, no existen testimonios directos que demuestren que María Calvo mantuviera relaciones amatorias o sexuales con otras mujeres
Tras este hecho, los comités católicos insistieron en usar su figura como “mal ejemplo” para otras mujeres. Algo que no pareció afectar a Calvo que, tras la consecución de su licencia, se paseó triunfante con su coche en los alrededores de Prado tocando el cornetín y mostrando su documento ante los aplausos de varias personas, que o la admiraban o se unieron a la fiesta. El Diario de La Marina reflejó este hecho en una nota en la que titulaba: ‘La primera mujer chófer de Cuba’. Posterior a ello, María instó a otras mujeres a que obtuvieran su licencia.
Como recordaba Chavela en aquella entrevista: “Pasaba en las tardes por donde yo vivía, en Prado y Malecón. Todo el mundo la volteaba a ver por su belleza y porque no era nada común que una mujer manejara. Y es que ella no era una mujer común”. El artista plástico Cundo Bermúdez dedicó a este hecho, a su coche rojo y a María Calvo, un conocido cuadro.
A pesar de llevar una vida tan opulenta, testimonios de la época han asegurado que María Calvo era una mujer muy comprometida con quienes no gozaban de sus mismos privilegios económicos. Así, colaboró con hospicios de niñas y niños de escasos recursos económicos. Evidentemente, estas acciones no fueron bien recibidas por los comités de damas católicas, a quien Calvo enfrentaba, sostienen estas fuentes, llamándolas “putas hipócritas”.
Anecdotarios de un apodo
¿Por qué el sobrenombre de ‘La Macorina’? “Fue así de sencillo: en La Habana de entonces había una popular cupletista a quien llamaban ‘La Fornarina’. Una noche me paseaba por una de las calles más populares de la ciudad, cuando un borrachín, confundiéndome con ella y pensando que su nombre era ‘Macorina’, comenzó a llamarme a grandes voces. La gente celebró el suceso con risotadas y a partir de ese momento me endilgó ese nombre. Hace 25 años reniego de él”, según contó María Calvo en aquella entrevista para Bohemia.
Aunque ésta sea la versión oficial por tratarse de la que la propia María Calvo contó, existen muchas especulaciones en torno a este apodo. Una de esas historias es la que cuenta que ‘La Macorina’ en realidad hace referencia a un hombre que se disfrazaba de mujer en las famosas Charangas de Bejucal. Lorenzo Romero Miñoso, nacido en 1880, era un albañil que se vio obligado a dejar su oficio a causa de un accidente laboral. Se cuenta que, en 1912, Lorenzo decidió participar activamente en las fiestas y que se creó para ello una doble identidad a la que llamó ‘Macorina’: una mujer con abultados pechos y mofletes que todavía hoy tiene presencia en esta fiesta.
Lo curioso de esta historia es que tanto la compañera de Lorenzo como el resto de su familia desconocían a qué dedicaba éste su tiempo en el mes de diciembre, un actividad que mantuvo durante 50 años. Sobre esta historia existen dos versiones: la primera apunta a que ‘La Macorina’ de las Charangas estaba antes que la de María Calvo por lo que este sobrenombre podría venirle a raíz de esta historia; la otra versión sostiene que ‘La Macorina’ de Lorenzo era una parodia de la ya muy conocida María Calvo.
Pero las leyendas en torno a la palabra ‘Macorina’ no se quedan ahí. Se ha llegado a afirmar que ‘macorina’ no es más que un anagrama de ‘maricona’, por lo que el apodo se podía referir a relaciones sexuales que María Calvo podría haber mantenido con otras mujeres. Esta teoría no resulta nada insólita si se tiene en cuenta que en la Cuba de entonces se empezaba a hablar del feminismo a través de lecturas recurrentes como las de la escritora francesa George Sand. Consecuencia de esto hubo también una incipiente ‘actividad lésbica’ entre mujeres con cierto estatus: escritoras, académicas, artistas… No obstante, todo hay que decir, no existen testimonios directos que demuestren que María Calvo mantuviera relaciones amatorias o sexuales con otras mujeres. María Calvo y la soledad
Entre sus conquistas, una de las más visibles desde el punto de vista histórico fue su vinculación con el presidente José Miguel Gómez, alias ‘El Tiburón’, a quien María fue leal hasta el final. Así lo demostró al defenderlo en el conflicto llamado ‘La Chambelona’.
A pesar de su fidelidad, de su historia con muchas personalidades importantes de la época, el poder adquisitivo de María Calvo como del entorno que la rodeaba llegó a su fin en el periodo de ‘las vacas flacas’, a causa de la post guerra y de la crisis mundial de 1929 que azotó fuerte la economía de la isla.
Todas las personalidades que habían compuesto su clientela sufrieron una etapa económica en la que muchos se arruinaron. José Miguel Gómez murió de pulmonía en 1929. A esto se unía la edad de Calvo, que ya no era tan reclamada entre los hombres. María optó por vender todas sus pertenencias para salir adelante.
Así pasó sus últimos días en la popular calle Galiano: sin familia, a pesar de las cantidades de dinero que siempre le remitía mensualmente, sin amistades ni gente conocida y con muy pocos recursos, más algún vestido que guardó de recuerdo. Casimira Lamas, una de sus vecinas, fue la última persona que la vio con vida. Aseguró que María le pidió que el día de su muerte le pusiera el vestido amarillo y que no le dijera a nadie que era ‘La Macorina’. Se certificó su muerte por un problema cardiaco y María Calvo dejó de vivir el 15 de junio de 1977, a sus 85 años de edad.
Licencia de conducir de La Macorina
Las manos de María Calvo también fueron las primeras en sostener con derechos un volante de un coche en Cuba y que guardaron secretos e intrigas de muchos de los políticos, artistas y hombres influyentes que marcaron la política y el negro contexto de La Habana de los 20. Un contexto hipócrita, marcado por una doble moral que la dejó en la cuneta cuando elegirla implicaba romper tabúes y enfrentarse a ellos. Según ella misma declaró: “Los que antes me adulaban, ahora volvían la cara”
Ante la pregunta “¿eres feliz?” realizada por aquel reportero de la Bohemia, María Calvo contestó: “Siempre he sido feliz y desgraciada al mismo tiempo, como ahora. Hoy no tengo ilusiones, pero sí paz. Vivo acompañada en soledad. […] Yo sé por qué te lo digo”. En soledad pasó sus últimos años la famosa ‘La Macorina’. Tal y como una vez aseguró Chavela Vargas, “no hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad”. Conocer su retrato es acceder a un contexto social único que sólo se vivió una vez en Cuba y que tenía reservado para las mujeres, una vez más, binomios insostenibles que al menos Calvo logró romper, un poco, en vida.
Por Mar Gallego Fuente: Pikara Magazine