Ese Estado soberbio, intransigente y cruel es el actual Israel, creado hace 70 años para que los judíos tuvieran una nación y regresaran a sus casas, teniendo que convivir para ello con el pueblo palestino, con el que está obligado a compartir territorio y con el que se niega acordar la solución más sensata de los dos Estados, ambos soberanos, democráticos e independientes, pero en pacífica y fraternal relación, dentro de los límites establecidos por la legalidad internacional. Los palestinos, superados ya los tiempos del enfrentamiento visceral entre el terrorismo de Al Fatah y los comandos projudíos que perpetraban masacres como las de Sabra y Chatila, reconocen al Estado de Israel y su derecho a coexistir en la zona, respetando las fronteras de 1967 y otras resoluciones de la ONU, lo que no les exime de ver cómo sus límites territoriales menguan y son sellados con muros infranqueables, donde permanecen confinados y sometidos a la infiltración continua de colonias judías que intentan colonizar la totalidad de lo que ya son meras “reservas” de palestinos..
Porque no es con violencia y provocaciones, como gustan al Gobierno sionista de Israel y a sus aliados y poderosos protectores, como podrá alcanzarse algún día la solución del conflicto palestino-israelí. Con esa soberbia que tiende al uso de la violencia expeditiva, ni con la intransigencia que impone condiciones humillantes a la parte débil de los contendientes y que basa toda negociación a la aceptación de hechos consumados con ilegalidad y abuso, se podrá jamás conseguir ni imponer la pacificación de una región ya de por sí extremadamente delicada y explosiva, en la que confluyen intereses locales y geoestratégicos. No son la fuerza y la violencia ninguna solución, por muy poderoso que sea o se sienta Israel ni por muchos y formidables apoyos que disponga.
Pero tal cosa es, precisamente, lo que falta. Y sobra soberbia. La que prefiere Israel para hacer uso de una violencia desorbitada y continuar con las provocaciones, contando con las bendiciones del ignorante Trump, el ínclito presidente norteamericano incapaz de tener un proyecto propio para Oriente Próximo. El presidente norteamericano y el israelí festejaron el 70º aniversario del Estado hebreo con el traslado de la embajada USA desde Tel Aviv a Jerusalén, una provocación que consagra la ocupación de una ciudad simbólica para convertirla, de manera unilateral y por la fuerza, en capital del país judío, y una afrenta más a los palestinos, que se manifestaron en contra de tantos atropellos en lo que ha sido la peor jornada desde que comenzaron las manifestaciones, hace siete semanas, para celebrar la Nakba (Catástrofe), fecha del éxodo palestino hacia el exilio por haber sido expulsados de sus tierras..Esa protesta, que dejó un balance de 60 muertos y miles de heridos, todos a manos del Ejército israelí, que no sufrió ninguna baja, ha sido la peor jornada desde la última guerra de la Intifada. Netahyahuy Trump se muestran exultantes por el éxito de sus políticas intransigentes, soberbias y violentas.
Con las muertes del viernes pasado hemos perdido la cuenta. Queríamos llevar en este blog la contabilidad de las víctimas gazatíes abatidas por los francotiradores del Ejército israelí, cumpliendo órdenes de su Gobierno, pero hemos perdido el número de hombres, mujeres y niños asesinados impunemente por exigir el derecho al retorno a sus hogares y el respeto a las leyes internacionales que delimitaron las fronteras entre dos países, Palestina e Israel, para que esos pueblos puedan convivir en la que había sido la tierra de sus antepasados, de ambos. Israel, como suele, prefirió comportarse como matón y ser verdugo de una masacre de palestinos civiles e inocentes, ignorando y vilipendiando su propia memoria, la memoria del pueblo judío, sin que nadie le exija responsabilidades ni lo obligue a respetar la ley.
Quien podría hacerlo, se suma a su jolgorio. Y admite sus argumentos de que, en realidad, luchan contra terroristas en vez de contra una población desesperada, atrapada en refugios, exiliada y olvidada por todos en territorios constreñidos, donde el paro alcanza la cota más elevada del mundo y las carencias son la regla para todo, para lo básico y lo primordial. Israel combate letalmente contra un pueblo que no ceja en reclamar lo que es suyo y del que menosprecia, con las balas y gases lacrimógenos, aquella dignidad que exige para sí, para el pueblo judío. Ya hemos perdido la cuenta, porque son más de una centena los muertos y miles los heridos que tiñen de sangre las manos de Israel. Y esta carnicería algún día, tendrá que acabar.