Las manos vacías de todo lo que diste. Después de un tiempo, ese calor que daban se volvió el invierno más crudo. Dibujaste una historia casi perfecta, prendiste cada una de las luces que habitan en ese ser. Dormiste cada noche con una paz tan maravillosa que al despertarme, era mágico observarte y sentir la armonía que te envolvía en ese instante. Siempre supe que lo real lo iba a encontrar en unas manos que se iban a mostrar desinteresadamente, que me iban a ayudar a recordar lo que llevaba dormido tantos años. Caminé sin rumbo, creí en cada mano que me ofrecían, pero ninguna tenía la verdad, hasta llegar a las tuyas.
Este último tiempo sentí la necesidad de reencontrarme con aquellas manos, será porque necesitaba volver un ratito a eso que llamamos hogar. Ese espacio donde nos sentimos protegidos ante cualquier amenaza. Me di cuenta que mi hogar hoy volvió a tomar distancia, volvió a elegir el camino que ya conoce por costumbre, aunque en el fondo sepa que su lugar es otro, pero que tiene que resolver los asuntos inconclusos que dejo en el camino.
En silencio llegan susurros, desprendiendo un montón de nudos que se fueron acumulando en esta ilusión llamada tiempo.
Siento igual que vos, ese dolor que oprime el pecho y no se va. El dolor nos invoca, nos llama sin pronunciar los nombres, nos vuelve vulnerables ante eso que no íbamos a dejar pasar, porque era esa puerta que teníamos que atravesar juntos para movernos a un nuevo nivel que nos iba a traer la oscuridad para poder desterrarla, afrontarla y sanarla.
No se cuánto más faltara, ya no espero, sobrevivo a una promesa que se hizo a conciencia y que es.
Estas manos están transformando el camino por aquello que ya fue creado en otro tiempo, en otra vida..