Es la manta de alguien, una manta que no se usa. Una de esas que parecen pesadas, de un color neutro. Beige, rosa pálido, azul claro, blanco sucio. Alguna vez marrón. Una manta con un reborde de tela que brilla. Un brillo que no pega en la foto, en el momento.
Es una manta grande, una de esas que dan para remeter por debajo del colchón y que al meterte en la cama te dan la sensación de estar embalsamado, de estar atrapado.
Siempre hay una manta.
Una manta que cubre a alguien que no debería estar tapado por una manta. Alguien que unos segundos antes de estar cubierto por esa oscuridad, caminaba, paseaba, corría, tomaba café y tenía planes. Planes para dentro de unas horas, para mañana, para la semana que viene, para sus próximas vacaciones. Alguien que no sabía que iba a morir, alguien que no debería estar muerto. Ni debajo de una manta.
Siempre hay una manta.
Cuando la gente sale del mar tras un naufragio, escapa de un incendio, de un accidente, la manta que alguien les echa por los hombros es "casa", es la salvación. La manta que me cubre mientras tiemblo de miedo viendo esas otras mantas también es un lugar seguro.
La manta de la calle no es un lugar seguro, es el final.
No da calor. De alguna manera extraña esa manta intenta retener el último calor de ese alguien que no debería haber muerto, alguien que unos segundos antes respiraba. Intenta atrapar su último aliento, protege ese aliento, lo cubre como diciendo "no te vayas, aún no".
Siempre hay una manta.
Una manta de la que siempre sobresale un pie sin zapato, una pierna en un extraño ángulo, unos dedos. El pie, la pierna, la mano parecen no ser de nadie, parecen estar más muertos que lo que la manta cubre. Debajo de la manta se está a salvo, en otro sitio, no sé dónde. Miro las fotos esperando que ese pie, esa pierna, esos dedos se replieguen bajo la manta. La manta que intenta que no se escapen, que no se vayan... aunque ya se hayan ido.
Siempre hay una manta.
Una manta que alguien ha corrido a sacar de un armario, a arrancar de una cama para intentar que ese calor que tenía planes para el segundo siguiente, el próximo minuto, el día que llegará, planes para una vida, no se escape.
Siempre hay una manta... que presta ese último servicio.
Ilustración de Carlos Latuff.