Guatemala está ubicada en una región cuya dinámica histórica, social, económica, política y cultural ha estado marcada por múltiples corrientes migratorias. Desde la segunda mitad del siglo diecinueve hasta los años cincuenta del siglo veinte, se impuso un patrón migratorio interno que involucraba a miles de familias indígenas que se veían forzadas a migrar cíclicamente de las tierras altas a la costa, donde se han ubicado las grandes fincas de café, algodón y caña de azúcar. Con algunos matices, este tipo de migración continúa y se ha ampliado a las fincas del sur de México.
En los años setenta y ochenta, la represión desatada durante el conflicto armado provocó una movilización humana de carácter forzoso que implicó a comunidades enteras, sobre todo indígenas, hacia la frontera con México, Honduras e incluso Nicaragua y Costa Rica.
Los flujos migratorios empezaron a cambiar en los años noventa. Si bien se mantiene la migración interna e intrarregional, se ha intensificado la migración internacional hacia el norte. Esta corriente migratoria está atravesada por múltiples procesos: 1) la incapacidad del Estado para garantizar la vida digna de sus habitantes; 2) la exclusión laboral en los lugares de origen, como efecto de las transformaciones económicas, y del reacomodo de las élites locales en el marco de la globalización; 3) la creciente demanda de mano de obra barata para la agricultura, la construcción y los servicios en los países desarrollados; 4) la difusión de modelos de consumo e imágenes que hacen atractiva la búsqueda de nuevos horizontes, sobre todo para las personas más jóvenes.
No pueden obviarse, además, los efectos de fenómenos naturales como el Huracán Mitch en 1998, la Tormenta Stan en 2005 y más recientemente la erupción del volcán Pacaya y la tormenta Agatha, cuyos impactos han agudizado, sucesivamente, las condiciones de pobreza y desempleo en el área rural, reduciendo las posibilidades de empleo digno especialmente para las y los jóvenes.
Peligros, agresiones y dramas
En este contexto, mujeres y hombres experimentan de manera distinta la decisión de migrar, la forma de viajar, la ruta a seguir y los peligros que entraña la migración. Comparten, sin embargo, situaciones como la negación de sus derechos desde el lugar de origen, porque se ven forzados a migrar, al no encontrar salidas a la falta de recursos para sí mismas y sus familias, y en el tránsito, donde las redes criminales (narcotráfico, extorsionistas, mafias de todo signo) e incluso autoridades corruptas, los convierten en mercancías que dejan ganancias millonarias.
En esas condiciones de extrema vulnerabilidad, la vida e integridad de las/los migrantes se ve constantemente amenazada, como fue patente en la masacre de Tamaulipas (México, septiembre 2010), cuando 15 mujeres y 57 hombres migrantes centroamericanos fueron asesinados. Este caso si bien es impactante, no es el único, son miles las cifras de secuestros, extorsiones, violaciones sexuales y asesinatos que permanecen ocultos a los ojos y a la conciencia de la sociedad y de los gobiernos que, tras discursos de doble moral, lamentan las muertes pero hacen muy poco para reparar este drama humano.
Pero el drama no concluye allí. Las/los migrantes que logran traspasar las fronteras enfrentan, en el lugar de destino, otras violaciones a su dignidad; la xenofobia y el racismo cada vez más agresivo, los hacen objeto de odio, discriminación y explotación. Son despojados de su humanidad y convertidos en el “otro” y la “otra” excluidos por el color de la piel, por mantener sus idiomas y costumbres, por no integrarse al crisol del cual alardean los guardianes de la pureza racial en los países desarrollados, que han construido muros en su afán de contener el flujo migratorio de miles de manos que, finalmente, levantarán cosechas, construirán casas y edificios y realizarán cientos de tareas para mantener en pie a los países más poderosos.
Efectos contradictorios para ellas
En el caso específico de las mujeres migrantes, su inserción laboral se concentra en los cuidados. La carencia de servicios públicos para el cuidado de niñas y niños, enfermos, ancianos y ancianas en los países desarrollados está generando la creación de una “cadena de mujeres que, pasando por encima de las fronteras del mundo, crean redes de cuidados, insertándose en ellas desde diferentes posiciones”, que son funcionales porque se reproducen roles y relaciones de género, que fortalecen tanto al sistema capitalista como al orden patriarcal.
No obstante, los impactos para las mujeres en el contexto de las migraciones son contradictorios, algunas veces el poder masculino se ve reforzado y los roles de género acentuados, de manera que ellas continúan inmersas en condiciones de desigualdad, violencia e invisibilidad. Pero otras veces, al atravesar fronteras, encuentran nuevos entramados sociales, económicos y políticos que les abren posibilidades para la afirmación personal y que las ubican en mejores posiciones para negociar en las relaciones familiares y de pareja.
En esta diversidad de caminos y de destinos que implican las migraciones, muchas migrantes pueden alcanzar el sueño americano, otras experimentan la pesadilla latina y, cada vez más, un indeseable retorno por la vía de las deportaciones donde nuevamente ven amenazada su dignidad. Por Ana Silvia MonzónPublicado en La Cuerda, octubre 2010anas.monzon@gmail.comLa Ciudad de las Diosas