¡Cuánta razón tiene el prelado! Es indecente, y resulta todavía más repugnante que lo diga un obispo, representante de esa secta que mantiene posturas que atentan contra los derechos humanos y la inteligencia de las personas. Una secta que se asienta sobre una falacia que envenena las mentes, que vive en palacios repletos de tesoros, que posee bancos que nos roban, como él mismo proclama, y que, para colmo, se nutre de los regalos millonarios de un gobierno que se llama socialista y laico con los que, para más inri, hace campañas contra la mano que le da de comer.
También hay indecencias judiciales, como el cerco al que se está sometiendo al juez Baltasar Garzón por tratar de investigar los crímenes del franquismo. Disfrazado, eso sí, de irregularidades procedimentales cometidas por el superjuez. Como si se acabaran de dar cuenta de que Garzón es un chapuzas en ese aspecto. Bien podrían haberle puesto coto mucho antes, pero no. Ha sido el franquismo sociológico (sí, todavía existe) y la ultraderecha, trufado con un poco de envidia por aquí y otro poco de cuentas pendientes por los callos pisados durante su carrera de estrella por allá, lo que está a punto de llevar a España al ridículo internacional de sentar en el banquillo al único juez que ha tratado de escarbar en las cunetas.
Indecencia es, sin duda, que un empresario como Gerardo Díaz Ferrán, que ha hundido su empresa Air Comet, dejando en tierra a cientos de viajeros, y que es sospechoso de haber levantado 238 millones de Marsans, represente a la CEOE en las negociaciones con Gobierno y sindicatos para sacar a España de la crisis. Este es el ejemplo de empresario español.
Pero cómo quejarnos de estas cosas si este es un país en el que las banderías aplauden a sus políticos corruptos solo porque son de su facción y se lleva a la televisión a chorizos, vagas y vividores para invitarlos a bailar ante una audiencia adocenada y acrítica que contempla los pasos y piruetas con la sonrisa tonta y la baba colgante.
Decididamente, tenemos lo que nos merecemos.