Compré Las mil y una historias de A.J. Fikry porque me gustó lo que leí en la contraportada "Esta es una historia de genuino amor libresco, destinada a todos aquellos que abren los libros para oler sus páginas y acarician el lomo cuando los dejan en la estantería". La portada también me atrajo aunque me hizo sospechar que iría dedicada al público juvenil.
Y, efectivamente, este es uno de los casos en que he acertado de pleno. La novela, si hubiera que elegir un calificativo, es maravillosa, con la acepción que se da a los cuentos maravillosos, es decir perteneciente a un mundo donde lo imposible parece posible.
Y no es que en ese mundo exista magia, habiten duendes, hechizos o genios buenos o malévolos, es que Alice Island, lugar donde ocurren los hechos, evoca un universo ingenuo y deslumbrante donde todo está tocado por un punto fantástico.
A.J. Fikry es un joven librero algo atípico. Atormentado desde la muerte de su esposa en un accidente de tráfico, regenta la librería, en la que habían puesto sus sueños cuando se casaron, con un carácter duro, huraño, sin concesiones a nada ni a nadie, ni siquiera a él mismo. Pero un día aparece en el local una niña pequeña que lo cautiva de tal modo que, ya a las veinticuatro horas, le propone a la policía adoptarla. La niña se llamará Maya Tamerlán, en honor a un libro valiosísimo de Poe, que le acaban de robar.
Maya conseguirá que su padre se relacione con el pueblo, abra las puertas de la librería para actos culturales y se case con Amelia, una representante de la editorial Pterodactyl, de la que se enamora. Cuando A.J. Fikry consigue tener una vida plena y feliz, Maya se convertirá, por razones del destino, en el hada protectora de Amelia, su madre desde hace años, con quien abandonará el pueblo una vez se aseguran dejar la librería en manos del buen policía Lambiase y su nueva mujer Ismay, cuñada de Fikry. Los poderes benefactores de la librería seguirán actuando en Alice Island.
Creo que cuando
La estructura de la novela es totalmente original. De hecho, lo que más nos hace pensar son los comentarios que A.J. Fikry, a modo de dedicatoria, realiza a Maya en los libros que abren los capítulos.
El primer capítulo Cordero asado conecta con Las mil y una historias... de la forma más sencilla, también A.J. se prepara la cena a partir de carne congelada, pero esto es una excusa para identificarse con la soledad de la protagonista del relato de Dahl.
El segundo, Un diamante tan grande como el Ritz, novela corta del perteneciente a la generación perdida americana F. Scott Fitzgeral, alude a la pérdida millonaria que Fikry sufrió con el robo de su Tamerlán.
Todo un mundo , del maestro actual del relato corto norteamericano, Richard Bausch, presenta a una niña que vive sola con su abuelo y debe saltar el potro en una exhibición del colegio. Asimismo Maya va aprendiendo nuevas cosas con su padre.
Un hombre bueno es difícil de encontrar , de la escritora Flannery O'Connor alude a como Fikry encuentra a Amelia, con la que conecta y descubre su personalidad a través de los libros que lee.
La célebre rana saltarina del condado de Calaveras está considerada como una historia humorística de Mark Twain, aunque personalmente creo que es cruel y despiadada -puede que el humor del siglo XIX fuera muy diferente al actual-, sin embargo Zevin, la une a su novela a través del nombre del protagonista: el falso predicador Leónidas Smiley tiene algo de irrisorio del falso escritor Leon Friedman, quien protagoniza un suceso deleznable en Island Books.
La segunda parte se abre con alusiones al futuro, de ahí que la feminista y activista contra la guerra Grace Paley sea la encargada de recordarnos, en
J. D. Salinger relata el suicidio de un joven en Un día perfecto para el pez banana. De la misma forma, en este capítulo, Maya queda finalista en un concurso de relatos con Un viaje a la playa donde imagina cómo y por qué su madre biológica Marian Wallace tuvo que abandonarla para ahogarse después en el mar.
, de E.A. Poe, da pie a que el policía Lambiase descubra el paradero del El corazón delator Tamerlan.
También los diálogos, breves, son propicios para destacar el humor, la inocencia, o la bondad de los personajes
Nos recuerdan todo lo que podemos extraer de la literatura