Interesadas, pérfidas, putas, perversas, mojigatas, encarnación del diablo y merecedoras de una pira en una plaza y del fuego eterno. Todo menos bonitas. Pero tu historieta, lo he dicho antes, te delata. El trato que les dedicas —cada una con su índole— rezuma lo que verdaderamente sientes: que son personas ni mejores ni peores que los hombres, que merecen toda la atención y el respeto y, sobre todo, que les has dado lo que tú mejor sabes dar aunque te rechine la dentadura al oírlo: ternura. Porque no ya el relato sino las mismas viñetas trazan un perfil de mujeres que te han amado, te han sufrido y han disfrutado de tus apoyos. Y viceversa. No les quitas valores y les añades nobleza. En el fondo, Miquel, sabes que, frente a nuestro aparente desapego y desdén de tertulia, nos debilitan. Ahí están, siempre con la fuerza expresiva que imprimes en los rostros, Victoria, la Lali —cupletista del Apolo—, Teresa y otros nombres que seguro has guardado en el tintero por discreción. No podemos evitarlo, ellas nos dejan huella y nosotros dejamos huella en ellas.