En el tercer experimento, los autores extienden su diseño para incluir un solicitante que, tras ver las fotografías de los tres miembros del grupo, debe pedir a uno de ellos que realice la inversión, y que recibirá 1$ si nadie invierte y 2$ si algún miembro del grupo invierte. Para este propósito, los sujetos fueron asignados en grupos de cuatro, y se les dijo que uno de ellos sería designado como solicitante, mientras que los otros tres participarían como en el experimento primero, tras escuchar la solicitud. Para recoger el mayor número de datos posibles, a los miembros del grupo se les pidió que escribieran a quién de los otros tres le pedirían que hiciera la inversión en caso de ser elegido como solicitante. Los miembros del grupo podían seguir o no la sugerencia del solicitante, y el sistema de pagos se estableció como en el experimento primero.
En esta ocasión los grupos consiguieron que hubiera una inversión el 93,3% de las veces, sustancialmente más que más que en ausencia de un solicitante. Más aún, las inversiones se realizaron con más rapidez en cada sesión. Recuérdese que los sujetos jugaban en 10 rondas, de manera que la media de solicitudes por participante es también 10. Sin embargo, la media y la mediana del número de solicitudes recibidas por los hombres fue de 8,7 y 9, respectivamente, mientras que para las mujeres fue de 11,1 y 12. La diferencia es estadísticamente significativa y consistente con la hipótesis de que los participantes tienen la creencia de que las mujeres elegirán invertir con una probabilidad más alta que los hombres. En términos de probabilidades, los números se traducen en un 39% de probabilidad de que se solicite invertir a una mujer y un 27% de probabilidad de solicitárselo a un hombre. Las diferencias se confirman cuando los autores controlan por otras características observables. Además, los números no cambian demasiado cuando quien solicita es un hombre o una mujer. Finalmente, los participantes a quienes se les pide invertir, lo hacen el 65,5% de las veces, mientras que aquellos a quienes no se les pide, invierten solo un 14% de las veces. La respuesta a la solicitud varía con el sexo, con una proporción del 51% para los hombres y un 76% para las mujeres.
El cuarto experimento explora el papel de las creencias. Los sujetos experimentales participaron en una versión del experimento uno, pero con solo cinco rondas, en la cual se les pedía que predijeran los resultados del experimento primero. Los resultados de esta versión más corta fueron similares a los del experimento primero. Antes de preguntar por la predicción del comportamiento del otro grupo, se dio la información de las características de sus miembros, incluyendo edad, sexo, años de escolarización, si eran naturales de los EE.UU. o extranjeros, y también su tipo de estudios. Se les pidió que hicieran las predicciones en términos probabilísticos y, dependiendo de lo acertado de la predicción, los participantes ganaban entre 1$ y 2$. El resultado del experimento mostró que, si bien los participantes anticiparon correctamente la dirección de la diferencia por sexos en las inversiones, infraestimaron la magnitud de la diferencia, dando una media de 2,3 puntos porcentuales de diferencia en lugar de la real de 11,2 puntos.
La creencia de que las mujeres invierten más es consistente con el experimento primero, pero no con el segundo. Se realizó un quinto experimento para ver si los individuos son más altruistas hacia alguno de los dos sexos. Los detalles de este último experimento son más complicados, pero los resultados son claros y simples: no hay tales diferencias.
La principal conclusión de esta serie de experimentos es que la brecha entre sexos no se debe a las preferencias particulares, sino a la creencia de que las mujeres se ofrecen voluntarias en mayor medida que los hombres. En particular, estas creencias hacen que las mujeres terminen invirtiendo más, los hombres menos, y ambos sean más propensos a pedir a las mujeres que se presten voluntarias.
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