Las notas al margen están de moda

Publicado el 04 enero 2016 por Elena Rius @riusele

Grosso modo, los lectores se dividen en dos grandes grupos: los que nunca, bajo ningún concepto, escribirían notas en un libro y los que alegremente, lápiz en mano, van dejando sus comentarios en los libros que leen (¡incluso, a menudo, si no son suyos!). Como todas las generalizaciones, esta clasificación es maximalista y pasa por alto las innumerables gradaciones posibles. Tampoco tiene en cuenta las posibles motivaciones de los pertenecientes a uno y otro bando. Yo, por ejemplo, en algún periodo de mi juventud, espoleada por ciertos ilustres ejemplos, me decidí a dejar mi rastro en unos cuantos libros; años después, el hallazgo casual de alguno de ellos me produjo, a partes iguales, rubor y perplejidad. Desde entonces, abandoné por completo esa costumbre.

El caso es que las notas al margen parecen estar experimentando un revival últimamente. Paralela, sin duda, a la apreciación de todo lo que rodea al libro en papel que la implantación de la lectura en pantalla ha traído consigo: de repente, el libro es un objeto fetiche, se valora más que nunca la calidad del papel o de la encuadernación y los libros viejos adquieren un estatus hasta ahora desconocido (hasta las librerías de lance, que solían ser oscuras y polvorientas, se han reencarnado en modernos espacios con estanterías blancas y dependientes cool).

Tan de moda están estas "marginalia" que constantemente aparecen iniciativas que las reivindican. Según nos informa Anthony Grafton en un artículo de la New York Review of Books, en la universidad de Oxford ha surgido un numeroso y muy activo Marginalia Group, especializado en encontrar entre los ejemplares de su enorme y venerable biblioteca las notas al margen más sabrosas. Cambridge no se ha quedado al margen (disculpen la broma, casi inevitable) y recientemente su biblioteca ha organizado una exposición dedicada a los libros anotados entre 1450 y 1550. Andrew Stauffer, con la colaboración de la Universidad de Virginia, ha puesto en marcha una iniciativa cooperativa, Book Traces, que pretende rescatar y documentar los ejemplares de obras de los siglos XIX y XX que presentan notas o marcas de sus propietarios. Tal y como reza su manifiesto:

Estos libros constituyen un archivo de la historia de la lectura, oculto a plena vista en las colecciones que albergan las bibliotecas. Notas al margen, inscripciones, fotos, cartas y muchas otras piezas pueden encontrarse en estos ejemplares [...] Ningún catálogo electrónico puede localizar estos elementos únicos. Es necesario abrir cada uno de los libros y examinarlo.

Por eso, es curioso que la misma New York Society Library que organiza una exposición de los libros anotados que conserva en su fondo, prohíbe terminantemente a los actuales usuarios de su biblioteca escribir en ellos. (De hecho, creo que todas las bibliotecas públicas castigan esta actividad anotadora, lo que no parece ser obstáculo para que los lectores sigan haciendo de las suyas.)

De acuerdo con los defensores de la anotación (¿debería llamárseles "marginalistas" o "marginales"?), los márgenes de los libros son un lugar de encuentro entre el texto y el lector y, salvando la distancia, entre este y el autor. Las notas al margen hacen de los lectores, escritores, y sobre todo -sospecho que esta es una de la razones por las cuales tantos espíritus rebeldes han sido grandes anotadores-, les permiten discutir la autoridad del texto. En estas inscripciones, el lector se enfrenta de tú a tú con el autor y, si es necesario, le canta las cuarenta.

No puedo negar la verdad que hay en todo esto. Tampoco, que me produzca una cierta emoción ver lo que un monje escribió al margen de un manuscrito del siglo XIV. Pero, francamente, me interesa muy poco saber qué pensaba el anónimo lector que se dedicó a ensuciar el libro que estoy leyendo con sus anodinas notas. Quizás es que esto de anotar es una actividad íntima, que debería quedar restringida a la propia e intransferible biblioteca. Como los diarios, las notas al margen son para uno mismo o, en todo caso, para la posteridad.